Inicio Biblioteca Complutense Catálogo Cisne Colección Digital Complutense

Romanticismo: una odisea del espíritu alemán

Soledad G. Ferrer 2 de Diciembre de 2009 a las 10:07 h

SAFRANSKI, Rüdiger. Romanticismo: una odisea del espíritu alemán. Trad. Raúl Gabás. Barcelona: Tusquets, 2009.

La literatura alemana tiene en España fama de plúmbea, de cerebral, de pesada, sobre todo para los que no conocen o no gustan de la filosofía, que son muchos. Leyendo este libro se corrobora la idea que embarga a los que se introducen en esta literatura de que es imposible llegar a entenderla si se desconocen sus raíces filosóficas.

La gran literatura alemana surge y pervive a la par y en función de la aportación de la cultura alemana a la filosofía, aportación que se podría decir que empieza con Kant. Pues bien, el Romanticismo histórico, del que se ocupa la primera mitad del libro de Safranski, nace cuando el mundo literario está digiriendo las enseñanzas del gran maestro de Königsberg y sus discípulos están comenzando a responder a ellas de un modo personal. Así, Schiller, Hölderlin, Fichte, Schelling y Hegel son, con sus ideas, la base imprescindible del Romanticismo en literatura. Y el libro de Safranski tiene el mérito inapreciable de ir poniendo en relación a los unos con la otra y cuando, como sucede a veces, los mismos autores son a un tiempo filósofos y literatos, de no despreciar ninguna parte de su obra.

 

En la primera parte de este libro aparece en lugar central un acontecimiento histórico y un personaje, románticos ya por sí mismos, que constituyeron el revulsivo del mundo espiritual alemán: la revolución francesa y la figura de Napoleón. Los alemanes no hicieron la revolución, pero se puede decir que la vivieron de diversas maneras: con el entusiasmo de comprobar cómo la libertad humana derribaba por fin a la autoridad que se decía divina y conquistaba por la fuerza lo que Kant había llamado la "mayoría de edad", con la vergüenza de no haber sido ellos los protagonistas de semejante hazaña y de continuar todavía en un ominoso estado de tutela, con el horror provocado por la expansión de la tiranía napoleónica mezclado con la admiración que suscitaba su personalidad, con el alivio de no haber actuado aún sino de haberse quedado en reserva como espectadores que tienen que llevar a cabo primero la revolución en la cultura y en el modo de pensar antes de traducirla a la acción política. A partir de todo esto los alemanes aprendieron a considerarse a sí mismos como nación que tiene un carácter especial: como nación de pensadores, de escritores y de lectores. Como nación de cultura, de reflexión, de educación y también de inacción y añoranza, de imaginación exacerbada que sólo sabe o sólo puede plasmarse en versos y en fantasías ideales. Ser alemán quedó definido como ser capaz de tener las mejores ideas pero a la vez ser impotente para llevarlas a la práctica, y los alemanes fueron desde entonces aquellos que no pasan más allá del plano ideal.

 

El cambio en la percepción de la revolución que ellos por definición no habían hecho explica las dos etapas del Romanticismo: la temprana, revolucionaria, que mira hacia el futuro, que no acepta la autoridad de la religión, sino solamente del arte, representada por Novalis, Tieck, Hölderlin, Clemens Brentano, Kleist, E.T.A Hoffmann; y la segunda, que se vuelve a los mitos del pasado, a la Edad Media y al catolicismo con Eichendorf, el Novalis de La Cristiandad o Europa y Görres.

 

El Romanticismo es el inicio de la modernidad antirracionalista que busca lo prodigioso en la normalidad, que huye de lo burgués y se refugia en el arte, que practica un subjetivismo acérrimo, que quiere inventar nuevos mitos para un tiempo nuevo o recuperar los antiguos, pero que de ningún modo se resigna a vivir en la mediocridad cotidiana de "los filisteos". Inventa la ironía y el taller literario, la literatura de masas y los círculos poéticos, el malditismo, el dandismo. Inventa lo que hoy día conocemos como literatura.

 

Algo tan intrínsecamente literario como el Romanticismo no podía morir a mediados del siglo XIX. En efecto, la segunda parte del libro de Safranki hace un recorrido por lo que ha sido del romanticismo una vez que su época histórica pasó, su idealismo fue sustituido por el realismo y el pragmatismo, los "filisteos" impusieron su modo de vida y la revolución industrial sustituyó a la revolución social que ellos estaban esperando. Hay muchos fenómenos en los que se puede decir que el espíritu romántico supo pervivir en el siglo XIX por debajo del complaciente Biedermeier: la Junges Deutschland, Heinrich Heine, Karl Marx... Pero el que más repercusión tuvo y sigue teniendo en el exterior de Alemania es Richard Wagner y su concepto de la obra de arte total, que para él tendría que servir para que los individuos se reconocieran en un ritual común como pertenecientes a una única comunidad. Lector de Marx, participante activo en la revolución de 1848 en Dresden, Wagner es el gran teórico de la salvación por el arte y el que, siguiendo los pasos de Herder y Grimm, recupera los antiguos mitos solares germánicos, profundamente anticristianos, y los pone en el centro de una ceremonia de afirmación que en principio tenía que ser de todos pero que termina siendo de todos menos de los judíos. La pareja filosófica de Wagner es Schopenhauer, sin cuya filosofía de la voluntad no cabe entender tantas cosas de la cultura del post-romanticismo, desde Wagner hasta Thomas Mann pasando por nuestro Pío Baroja, del que tendríamos que pensar si se puede comprender en este grupo. Pero tampoco entendemos nada de Wagner si no leemos despacio a Nietzsche, tanto al de la época en la que eran amigos como al posterior al desencanto sufrido en Bayreuth. Nietzsche es también la llave para acceder a Rilke y a Hoffmannstahl, que tan fascinados estaban con España y la cultura españolas.

 

Hay romanticismo también en Thomas Mann, un romanticismo que le lleva a huir de la política y a refugiarse en el arte y en un ideal esteticista centrado en la música y que podemos reconocer en Muerte en Venecia o en La montaña mágica. La huida del compromiso político que esta versión del Romanticismo fomenta resulta peligrosa si se piensa en que simultáneamente iba cobrando fuerza otra corriente que también en parte se alimenta del Romanticismo -en absoluto esteticista pero muy eficaz- de la nación, la tradición, la sangre y el suelo: el nazismo. El libro de Safranski dedica bastantes páginas a defender que en el nazismo hay una dosis bastante elevada de romanticismo, aun cuando algunos de los teóricos nazis no estuvieran de acuerdo y lo ridiculizaran. Cita los fragmentos en que Hitler utilizó la palabra en sus discursos y se hace eco de la polémica, que ya tuvo lugar dentro del mismo grupo nazi. La conclusión que extrae resulta bastante convincente: el nazismo es romántico porque pretende alcanzar la salvación mediante la política del mismo modo que los poetas románticos querían llegar a la salvación por el arte y porque no puede aceptar que se separen las esferas de la ideología y de la política. Propone un ideal y exige que sea absoluto, que lo abarque todo; reclama una entrega absoluta a él, más allá de lo que puede considerarse realista o pragmático o razonable. Lo que tiene el nazismo de romántico es lo que tiene de totalitario. De ahí se extrae una enseñanza: no hay que mezclar el romanticismo con la política. La voluntad ciega, el furor dionisíaco, la embriaguez y la genialidad están muy bien dentro del ámbito estético, pero no deben mezclarse con la esfera de la política, en la que tienen que mandar la racionalidad pragmática, la sobriedad y la discusión desapasionada. Es lo que cuenta el Doktor Faustus de Thomas Mann, novela en la que se narra el despertar de la locura nazi como si fuera el fin de un pacto con el diablo.

 

A partir del nazismo, Safranski va más allá y se pregunta si los sucesos de Mayo del 68 también fueron románticos. En tal caso, su filosofía emparejada sería el existencialismo. Su lema en París -"la imaginación al poder"-, la liberación sexual, el sentido de comunidad, el encumbramiento de la juventud, el factor dionisíaco de la música, el recurso a las drogas, el culto a lo oriental, la rebeldía contra el filisteísmo de una sociedad industrial que mataba en Vietnam a los niños con napalm para poder darles a ellos unos estudios y un modo de vida tan avanzados, así como otros factores, nos llevan a afirmarlo. Los estudiantes serían los modernos "tunantes" lectores de Marcuse y de Adorno que rechazan el hombre unidimensional al mismo tiempo que la política de bloques. 

 

Con la lucha de Mayo del 68 parece acabar la historia del romanticismo. ¿Es que no ha habido otro fenómeno romántico en los últimos 40 años? ¿No vimos después a los jóvenes encaramados al muro de Berlín, que habían construido sus padres "para protegerlos", entonando canciones como Berlin, Berlin, dein Herz kennt keine Mauer (Berlín, Berlín, tu corazón no tiene muros) y abrazándose en una noche dionisíaca? ¿No los hemos visto escenificando parodias ante las cámaras y ante la policía siempre que había una cumbre del G9 desde Seattle en adelante? Tendríamos que pensar si estos fenómenos no son otros tantos rebrotes del espíritu romántico, que no ha podido ser doblegado por "el sistema" ni por la globalización. Su lema -"otro mundo es posible"- ¿no es una pervivencia del espíritu revolucionario e inconformista que, una vez más, se rebela contra un modo de vida basado en la polaridad Norte-Sur, en el consumismo exacerbado y en un crecimiento económico que está agotando la Naturaleza?  En tal caso, ¿cuáles son las lecturas de este nuevo Romanticismo partidario del decrecimiento económico y de la filosofía del caracol? ¿Heidegger, Richard Sennet, Derrida, Paul Lafargue, Michel Foucault, Ivan Illich? Y nos preguntamos, señor Safranski, ¿realmente siempre es mejor que el romanticismo no se mezcle con la política? Podemos sugerir esta cuestión a la ZDF como próximo tema de debate en su programa de televisión Das philosophische Quartett (El cuarteto filosófico), en el que Rüdiger Safranski y Peter Sloterdijk, cómodamente sentados en unos sofás y rodeados por el público, conversan todas las semanas sobre temas similares con personajes variados de la cultura alemana. Como ya hemos dicho antes, no se puede comprender nada de la cultura alemana -ni siquiera su televisión- sin saber filosofía.

Bookmark and Share
Ver todos los posts de: Soledad G. Ferrer


Universidad Complutense de Madrid - Ciudad Universitaria - 28040 Madrid - Tel. +34 914520400
[Información - Sugerencias]