Peter Matthiessen es autor de más de treinta obras de ficción y no ficción, siendo una de las más conocidas El leopardo de las nieves, obra maestra del llamado género de viajes, ensayo, o exploración, entendida esta última tanto desde el punto de vista científico-geográfico como, especialmente, de crecimiento interior. Es ya un libro clásico sobre el Himalaya y en él, más que dar fe de los durísimos ascensos a algunos de los lugares más inaccesibles e inhóspitos del planeta, se relata una búsqueda múltiple. Se persigue a un fascinante animal salvaje, se busca llegar a un monasterio perdido en un paisaje mítico y se quiere conseguir una esquiva paz interior.

Y todo ello tiene como escenario una región muy desconocida, el Dolpo, en el noroeste del Nepal, en el corazón de los Himalayas occidentales, cuya altitud media está a más de 4.000 metros. Caminar por el Dolpo significa transitar por valles sombríos, frágiles puentes, ríos encajonados en cañones indescriptibles, collados de más de 5.000 metros azotados por el frío, el viento y la nieve, desiertos de roca en las planicies del Tíbet que asoma por el norte, y sendas en laderas que caen en precipicios en las que cualquier error es mortal. 

La región del Dolpo, además, había estado cerrada al viajero occidental durante años pues fue, junto con el valle del Mustang y otros valles de las zonas del sur del Tíbet, uno de los escondites de los Khampa, etnia tibetana que luchó contra la ocupación china del Tíbet durante años, y que llegó a contar, incluso, con apoyo de la CIA. Hoy en día es una región abierta, aunque se necesitan muchos permisos y un estado físico excepcional para transitarla, pero en el año 1973, en el que el autor realiza su viaje, habían sido muy pocos los occidentales que se habían adentrado en esta remota región.

Peter Mathhiessen tiene una excusa perfecta para emprender este viaje, pues había sido invitado por el zoólogo George Schaller a acompañarle en esta exploración científica cuyo primer objetivo era estudiar los corderos azules del Himalaya (Bharal) y, si tuvieran suerte, avistar el leopardo de las nieves, uno de los felinos más hermosos, salvajes y escasos del planeta, casi en peligro de extinción.

Matthiessen toma notas mientras viaja y el resultado es un relato espectacular, con un estilo narrativo hipnótico, lleno de realismo y poesía, gracias al cual caminamos con el autor, helados por el frío y la nieve del otoño (en octubre-noviembre de 1973, las noches son de varios grados bajo cero), por sendas, valles, cortados, precipicios, collados, y bosques, hacia la Montaña de Cristal, pasando por aldeas casi desérticas, monasterios fantasmas, o cuevas. Con él vemos los distintos tipos de vegetación, abedules y rododendros en los valles, pináceas en las laderas, y arbustos según ascendemos, hasta llegar al límite de la vida arbórea y entrar en la región de la roca pura. Y, gracias a él, vamos mirando con atención todo atisbo de vida animal, especialmente pájaros, pero también yaks, corderos, lobos, buitres e, incluso llegamos a encontrarnos con pandas rojos. Cuando entramos en su territorio, el leopardo de las nieves nos sigue, le seguimos, vemos sus huellas, él deja sus uñas marcadas a nuestro lado, espanta a los corderos que estudiamos, en una presencia constante. Pero no conseguimos verlo. Y a partir de esa negación de nuestro anhelo el autor emprende un ejercicio de aceptación de la realidad desde el pensamiento del budismo zen.

Porque ese es el gran tema de la obra. PM acaba de perder a su mujer, Deborah, y necesita buscar algo (- ¿qué buscas? - no lo sé...-) a través de la meditación, constante todo el viaje, y de la observación de la naturaleza, la lucha contra las duras inclemencias del tiempo, su cambiante humor, los problemas con los porteadores, y la relación con sus compañeros de viaje, tanto con su amigo GS como con tibetanos, gurkha, tamang y sherpas que le acompañan. Destaca especialmente, la comunicación que consigue establecer con Tukten, al que llegó a considerar un maestro por su constante generosidad, buen humor, resignación y aceptación de lo que cada día les traía. Es además, conmovedor, ir conociendo a todos los personajes que se van encontrando durante el camino, desde un venerado lama que vive inválido en una ermita-cueva aislado del mundo, la solitaria anciana que cuida el monasterio (Shey Gompa), la joven pareja tibetana que con su niñita cruzan alegres los terribles pasos de las montañas, pastores, comerciantes, etc. La mirada de PM no es la de un antropólogo que quiere estudiar extrañas culturas primitivas antes de su extinción, sino la de un caminante que encuentra calor humano tras una frontera de casas de barro, harapos y suciedad, y que comparte con sus compañeros el tsampa (harina de cebada), el tchan (bebida fermentada), los cantos, el descanso del campamento al final del día, el calor del sol y, sobre todo, horas y horas de silencio.

Hay momentos magníficamente descritos, como la tensión que se difunde por toda la montaña cuando los lobos persiguen a los corderos, o la belleza del paraje en el que se encarama una ermita y que le trae palabras de otra gran viajera del Tíbet, Alexandra Davil-Neel.

"Sitios orgullosamente aislados en cumbres azotadas por el viento, entre paisajes inhóspitos, como para desafiar a enemigos invisibles de las cuatro esquinas del horizonte..." (pág. 224)

Es, en definitiva, un viaje en el que desde el sur al norte, desde los valles a las tierras altas, el viajero transita del presente al pasado, a una forma de vida estancada desde hace siglos, y en esa lucha se va despojando de cargas superfluas para llegar a una comunicación con la naturaleza que trascienda la muerte que acaba de sufrir y le de una nueva mirada, más libre, de mayor aceptación, para afrontar la vida. "Un hombre sale de viaje y es otro quien regresa". En este proceso, las montañas son el símbolo constante.

"Las montañas nevadas, más que el mar o el cielo, funcionan como espejo del verdadero ser propio, completamente inmóvil, completamente transparente, como espejo de una ausencia, de un vacío sin vida ni sonido que lleva en sí toda la vida y todo el sonido. Sin embargo, mientras yo siga siendo un "yo" que advierte el vacío y permanece apartado de él, siempre existirá una nieve en el espejo..." (pág. 194).

"El secreto de las montañas es que existen, igual que yo, pero se limitan a existir, cosa que yo no hago. Las montañas no tienen "significado", son significado. Las montañas son..." (pág. 231).

La obra se acompaña de unos esquemáticos mapas, un índice analítico, y unas breves notas que van puntualizando diversos aspectos a través de la opinión autorizada de otros clásicos de la tibetología, como la ya mencionada Alexandra David-Neel, el Lama Angarika Govinda, David Snellgrove, Heinrich Harrer (Siete años en el Tíbet), Michel Peissel (Mustang), Y. Evans-Wenz, etc.  Con este libro el autor ganó el prestigioso National Book Award en 1978. Fue editado por primera vez en español, en 1995, por Ediciones Siruela y ha tenido diversas reediciones (reimpresiones).