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Incisiones: panorama crítico de la narrativa en lengua alemana desde 1945

Soledad G. Ferrer 15 de Enero de 2010 a las 09:16 h

Dreymüller, Cecilia. Incisiones: Panorama crítico de la narrativa en lengua alemana desde 1945. Barcelona: Círculo de lectores, 2008.

 

Al abrir este libro de Cecilia Dreymüller nos van invadiendo unas crecientes y acuciantes ganas de leer. El resultado es que el apartado denominado Autores y títulos citados -muy útil en este sentido- se va llenando paulatinamente de crucecitas que son otras tantas promesas que nos vamos haciendo a nosotros mismos de futuras lecturas multiplicadas en racimo. Porque este es un libro que trata sobre libros: aquellos libros que, después de la hora cero, han ido incidiendo en la vida alemana con mayor profundidad. Pues, como explica la autora, el ensayo se titula así "porque escarba en las cesuras que la historia imprime en la literatura y trata, a la vez, de detectar las muescas que la literatura deja en la realidad" (pág. 15). La idea es, entonces, la de mostrar las heridas que ha ido sufriendo la escritura y contemplar cómo ella ha sido también capaz de infligir un daño o de infringir una regla.

La literatura se presenta como un campo de batalla o un agón entre la palabra y la realidad o, si queremos expresarlo en un lenguaje más acorde con la ideología de la época a la que se refiere el libro, como una dialéctica entre esos mismos términos. Esta agonía -para emplear la fórmula unamuniana- ha pasado por tres fases y Cecilia Dreymüller las recorre sin limitarse a describirlas, sino empezando ya por discutir las denominaciones al uso en la historiografía.

 

Así, la primera parte del libro, la consagrada al periodo comprendido entre el final de la guerra y mayo del 68, lleva como título Ninguna hora cero en clara respuesta al término Stundenull, que suele emplearse para aludir al borrón-y-cuenta-nueva en la política de después de la guerra y que, según la autora, fue la gran oportunidad perdida para la sociedad y la cultura alemanas en general. Los habitantes de esta "sociedad desacreditada moralmente casi por completo", en palabras de Sebald (pág. 26), entran en una especie de marasmo de conciencia, incapaces de comprender que ya no pertenecen al pueblo heroico e invicto que habían creído habitar -sino a alguno de los tres Estados en que ha sido desmembrado-, que el proyecto político del que ellos, a veces a su pesar, formaban parte, ha fracasado y que tampoco ahora se les va a permitir decidir nada. Un dato escalofriante lo dice todo a este respecto: en 1952 el 44% de los alemanes opinaba que el nacionalsocialismo había beneficiado al país, lo que viene a confirmar que los alemanes en este momento no se veían a sí mismos como un pueblo liberado, sino como un pueblo vencido (pág. 24).

 

A lo largo del libro vamos descubriendo otra historia diferente a la que nos muestran los libros de texto y otros medios de propaganda. Frente al tópico del milagro alemán, del made in germany y de Mercedes podemos leer "La cara oculta del milagro alemán", en la que escritores como Günter Grass, Sigfried Lenz y Uwe Johnson, que vivieron la guerra siendo adolescentes -lo que no impidió que algunos de ellos prestaran servicio en el frente militar- se encuentran ya en disposición de romper el pacto de silencio que protegía los crímenes del pasado nazi y de denunciar el fracaso de la desnazificación y el simulacro de la política democrática. Dreymüller defiende en este punto algo que sin duda puede ser leído como muy cercano a la actualidad española: "gracias a la tematización de la culpa histórica la literatura alemana recobró altura y obtuvo de nuevo el reconocimiento del público internacional" (pág. 77). Y este proceso comenzó con autores como Heinrich Böll, que alcanzó en su tiempo un éxito internacional gracias a su escritura humanista y cristiana, que se recreaba en alturas simbólicas e idealistas, y que, sin embargo, con el paso del tiempo, va mostrando cada vez más su escaso valor estilístico. Böll tuvo el mérito de iniciar la literatura de la denuncia de la violencia de la guerra, pero también, mirando hacia su presente y hacia el nuestro, de la violencia de los medios de comunicación, como en el caso de su novela El honor perdido de Katharina Blum (1974) -famosa también por la versión cinematográfica de Fassbinder-, una de las novelas que, desde posturas ajenas al feminismo, mejor presenta la perspectiva femenina y el abuso que sobre ella ejercen los medios de comunicación en connivencia con la política.


Cecilia Dreymüller va rastreando la formación de esta perspectiva en la literatura alemana contemporánea y mostrándonos las incisiones, dolorosas y ocultas, que las mujeres padecen y van aprendiendo a verbalizar.
En este aprendizaje nos encontramos con autoras de la talla de Marlen Haushofer ("Y es que siempre me ha conmovido la ceguera y la tosquedad de los hombres, con el agravante de que ahora esos defectos empiezan a producirme miedo. Esa torpeza, aparentemente simpática, encierra algo espantoso e inhumano: un no-estar-interesado en la vida orgánica. Veo en el noticiario semanal a chicos y a hombres de todas las edades apostados ante las imágenes del último cohete o ante los innumerables parques automovilísticos. Un escalofrío me recorre la espalda al contemplarlos" (pág. 97)) y novelas como La puerta secreta o Matamos a Stella.
En Ingeborg Bachmann la relación entre hombres y mujeres se ha convertido ya en el escenario de una nueva guerra y una nueva culpa (Siempre es la guerra. Aquí siempre hay violencia. Aquí siempre hay lucha. Es la guerra perpetua.(pág. 116)) en Malina, la novela que explora la estructura lingüística y simbólica instituida por las relaciones patriarcales a la que las mujeres han de someterse y que, en último término, trae aparejada su desaparición.
En Elfriede Jelinek la visión del problema femenino y de la guerra de los sexos se viste del consabido ropaje tremendista en escenas que, como las de Deseo, "mueven a la risa en un impulso casi irreprimible, pero la risa en seguida se atraganta ante la ferocidad de la exhibición" (pág. 257). He aquí la palabra clave para referirse a la escritura de Jelinek: ferocidad. Y mal gusto empleado como recurso expresivo para representar esta segunda verdad que subyace a las apariencias felices de una sociedad banal y que la escritora, según sus propias palabras, quiere sacar a la luz, para lo cual tiene que practicar, ella también, sabias y severas incisiones.

Ahora bien, Dreymüller, especialista en literatura feminista, no tiene reparos en reconocer que, aunque -o, precisamente, porque- el problema feminista ha tenido un calado muy hondo en la literatura y la cultura alemanas en general y la literatura de género ha sido una de las grandes incidencias de la literatura desde los años 70 en adelante, es decir, en el segundo de los periodos en los que se divide el libro y que abarca los 20 años que median entre mayo del 68 y la caída del muro de Berlín, "en realidad donde mejor se deja calibrar la discusión sobre la posición de la mujer en la sociedad y la relación entre los sexos es en las novelas de Heinrich Böll, Günter Grass (El rodaballo presenta un intento de rescribir la historia desde la perspectiva de la mujer), Uwe Johnson o Peter Handke, que enfocan las más variadas problemáticas femeninas" (pág. 237). La llamada literatura de la mujer -término extra literario de raíces más bien comerciales- ocupa, en cambio, un segundo lugar y no produjo, en general, textos de valor estético.


Al pasar a la tercera parte del libro la historia se encrespa otra vez y asistimos a un nuevo fracaso de la política alemana; en este caso es a los ciudadanos de la RDA a los que se les asegura que no han formado parte de un proyecto político de altura, que su forma de vivir ha sido en vano y que ahora tampoco se les va a permitir decidir nada. La reunificación o anexión (el término Anschluss era y sigue siendo tabú, pero se ajusta a la perfección a lo ocurrido) se organiza deprisa y en secreto, silenciando el escaso debate que pretendían desarrollar escritores como Günter Grass o Peter Handke y, de nuevo, todo queda desmantelado y vendido a precio de saldo. El interés prioritario en esta ocasión es el económico. Y desde esta situación cabe recuperar la obra de Christa Wolf, autora que desde el otro lado del muro ya había estado publicando una literatura con preocupaciones de género y que, en el marco de la discusión en torno a si irse o no al Oeste a raíz de la expulsión de Wolf Biermann, escribía: "Pienso que nunca más podría sentirme en casa en ningún otro sitio si me fuese de aquí [...] Me pregunto qué precio pago de modo inconsciente cada día, un precio en esta moneda: no ver, no oír, o al menos callar" (pág. 245). Lo que viene a decir que la RDA era para algunos la Heimat, el lugar donde habitar, y hace comprensible el fenómeno de la Ostalgie o nostalgia del Este.

Sin embargo, aunque la desnazificación posterior a la guerra había sido claramente insuficiente en la RFA, la purga posterior a la caída del muro -que se denomina en el lenguaje no oficial die Wende (el giro, el revés)- fue implacable y se realizó de la peor manera posible, lo que generó un deseo de venganza y un rencor que hacían muy difícil la solidaridad entre los miembros de una sociedad que estaba siendo, entre tanto, desvalijada y vendida en saldo. Incluso el no ver, no oír, o al menos callar de Christa Wolf se reveló como falso cuando fue descubierto que había estado colaborando, como muchos otros escritores, con la Stasi. Pero también se descubrió algo que tiene mucho más valor para la literatura: que había algunos escritores que habían renunciado ya de antemano tanto a la huida como a la disidencia o a la colaboración con el régimen -fenómenos estos últimos que solían sucederse en el tiempo- y que habían pasado a formar una suerte de exilio interior similar al que se constituyó en el periodo nazi. Aquí encontramos a Wolfgang Hilbig y Reinhard Jirgl, cuyas obras se centran en el conflicto entre el individuo y el Estado y en la idiosincrasia de la RDA, temáticas que quedaban muy lejos de la conciencia de los escritores de una RFA ahogada por la sociedad de consumo y el estado del bienestar. Este desfase histórico entre las dos Alemanias proporciona uno de los dos últimos grandes temas para su literatura, en el que vuelven a emerger características que recuerdan a esa hora cero que hemos condenado a la inexistencia. En efecto, uno de los temas que resurgen es el del sentimiento de culpa, que podemos apreciar en una de las escritoras más serias de la reunificación (Wiedervereinigung): Brigitte Burmeister, que en la novela de 1994 Bajo el nombre de Norma nos presenta a una mujer que, rechazando el lujo del modo de vida occidental, se autoinculpa de haber pertenecido a la Stasi (cosa que no era cierta) y, mintiendo a su marido y a todos sus nuevos amigos wessi, vuelve a su antiguo barrio del Este de Berlín y funda una de esas redes de solidaridad que se formaron espontáneamente entre la gente y que tanta importancia tuvieron para permitir que se mantuvieran a flote cuando el Estado socialista los abandonó a su suerte.


¿Cuál es el otro de los dos grandes temas de la literatura alemana más actual? Nos lo proporciona la inmigración, procedente sobre todo de Turquía, que aporta escritores tan importantes como Feridun Zaimoglu y Jamal Tuschik. Perece que actualmente solo quedan esos dos filones de creación literaria en un terreno que, como hemos visto, se ha caracterizado por su complejidad y su versatilidad.


Y la explicación de esta sequía la tenemos en la última sección del libro, titulada Final del cuento y que presenta la conclusión de todo el ensayo. En pocas palabras: la literatura alemana ya no existe. En primer lugar porque ya no se diferencia de la de otros países, es decir, ha perdido su especificidad, su carácter, como consecuencia de la globalización y de la carencia de perspectivas exclusivamente alemanas. En segundo lugar porque, con la excepción ya comentada de los escritores nacidos en la RDA, los escritores hijos del bienestar no han tenido que enfrentarse a problemas que sean vitales para ellos. En general la falta de preocupaciones políticas, ideológicas y éticas, resultado de la falta de experiencia en circunstancias difíciles, ha dado como resultado la renuncia de la literatura a su función principal: la de ser la conciencia crítica de la sociedad. Una función que, como podemos observar en las páginas de este libro, nunca ha estado ausente de la mejor literatura alemana. Cecilia Dreymüller acusa a los cómplices de esta atonía, a los sepultureros de la literatura alemana: son los editores, que de agentes de la cultura se han convertido en promotores de ventas. Y aporta, finalmente, como prueba de todo este ambiente, el caso de Peter Handke, que fue silenciado y criticado ferozmente cuando se atrevió a denunciar la política destructiva de la OTAN en la antigua Yugoslavia (otro país saldado) y al que le fue retirado el premio Heinrich Heine cuando defendió la presunción de inocencia de Milósevic.

El desierto crece. Y son malos tiempos para la literatura; tiempos de complacencia, tiempos que esconden el conflicto. En este panorama que el futuro de la literatura alemana extiende ante nuestros ojos cobran sentido las palabras de un personaje de Hilbig en La Provisionalidad: "Esto allí delante era la libertad, y la libertad en este mundo era un negocio cojonudo. No existía otro negocio mejor que la libertad, la cosa era así de simple. Si a la gente se le antojaba volcarse en un océano de estupidez, se la servían en abundancia y en top-less" (pág. 304).

 

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