Félix Urabayen: Don Amor volvió a Toledo. El Perro Malo, 2015
Don Amor volvió a Toledo fue publicada por primera vez en el verano de 1936 por la editorial Espasa Calpe. Acabada la guerra civil, su autor y sus obras han sido silenciados y olvidados hasta nuestros días, cuando a finales de 2014 la Diputación Provincial de Toledo encargó al editor Antonio Pareja la publicación de dos de sus libros más conocidos: Toledo la despojada -publicada en 1924- y Estampas del camino. Ha sido ahora, gracias al empeño del editor y animador de la asociación cultural toledana La Peña Pobre, Francisco Carvajal, quien nos da a conocer, a través de su editorial El Perro Malo, la que para los críticos es la mejor novela de este desconocido pero genial autor de origen navarro, afincado en Toledo, donde inicia su carrera literaria.
Félix Urabayen ha sido, como decimos, un autor ignorado desde el fin de la guerra civil, censurado por sus vencedores. Como ocurrió con tantos escritores apartados, perseguidos o vilipendiados por el franquismo, la Transición no recobró su memoria ni sus obras, y como es el caso de Urabayen, tampoco lo hizo la democracia una vez consolidada. No ha sido hasta estas recientes ediciones de parte de su novelística cuando este escritor navarro-toledano no se ha dado a conocer a los lectores, razón por la cual nos detendremos más de la cuenta en su biografía. Nacido en el pueblo navarro de Ulzurrum en 1883, se traslada en 1911 a Toledo, donde se casa con Mercedes de Priede Hevia, hija del dueño del hotel más lujoso y de más fama en Toledo, el Hotel Castilla, en cuya tercera planta viviría con su esposa los primeros años de su matrimonio. Profesor y director de la Escuela Normal de Magisterio de la ciudad manchega, fue un prolífico escritor, un gran pedagogo de talante progresista, inspirado en la Institución Libre de Enseñanza, defensor de la República y buen amigo de Azaña, quien le nombraría Consejero cultural. Nada anticlerical, aunque crítico con el inmenso poder económico y político y la influencia social de la Iglesia, pero a la vez, buen conocedor, como sus contemporáneos Galdós y Blasco Ibáñez, de su influjo espiritual, trabó cierta amistad con importantes clérigos toledanos, lo que le granjeó problemas con los grupos más exaltados de la República, especialmente, cuando comenzó a condenar los asesinatos de curas y seglares católicos y las quemas de iglesias por esos mismos grupos. Terminada la guerra, ya enfermo de cáncer, Urabayen fue hecho prisionero en Madrid. Liberado en noviembre de 1940, se traslada a vivir a la casa de su hermano Leoncio en Pamplona, donde finaliza su última obra, Bajo los robles navarros. Muere en febrero de 1943.
Autor prolífico, buena parte de sus novelas tienen como tema de fondo a Toledo. Así, Toledo, Piedad, su primera novela, publicada en 1920; Toledo, la despojada, de 1924, y la que nos ocupa, Don Amor volvió a Toledo, publicada por primera vez, como sabemos, en 1936. En 1963, el profesor Joaquín de Entrambasaguas la incluyó en su selección de las mejores novelas contemporáneas, aunque no le dolieron prendas en criticar al autor por haber calificado en la edición de 1936 de "intentona fascista", al, según ese crítico, "Glorioso Movimiento Nacional" (sic.) Son igualmente obras de temática toledana los conocidos como libros de estampas: Por los senderos del mundo creyente, publicada en 1928; Serenata lírica a la vieja ciudad, del mismo año; y la ya mencionada, Estampas del camino, con los artículos publicados en el diario El Sol, entre 1925 y 1936. De su vida en su región natal, Navarra, nos ha legado Vidas difícilmente ejemplares, publicada en 1934, que a su vez incluye la publicada en 1926, acerca de un pueblo de Toledo: Vida ejemplar de un claro varón de Escalona. Otras obras suyas son: La última cigüeña (1921); El barrio maldito (1924); Centauros del Pirineo (1928); Tras de trotera, santera (1932), dedicada a su amigo Azaña, novela que alaba la llegada de la II República y los aires de regeneración que parecía traer consigo en aras de una fecunda modernización de España. Y finalmente, sus dos obras póstumas: Bajo los robles navarros, escrita, como señalábamos, poco antes de morir en la casa de su hermano en Pamplona, no publicada hasta 1965, y la que a día de hoy sigue sin ver la luz: Como en los cuentos de hadas.
Urabayen se consideraba miembro de la llamada generación del 18, con el afán de distanciarse de la precedente, la del 98. En este sentido, Hilario Barrero, en el prólogo de esta edición, titulado "Félix Urabayen: un vasco en Toledo", cita las palabras del autor en su novela Toledo, Piedad: "Ellos -los del 98- se comieron a los del 68, pues bien, nosotros, los del 18, nos desayunaremos con la confitería europeizante del 98". No obstante, y aunque se le considera un autor inclasificable, la influencia del 98 en Urabayen es evidente, como señalan algunos críticos: "tanto por la forma como describe el paisaje castellano y el vasco, como por su escepticismo y un cierto pesimismo ante la vida". Así como también es notoria la influencia de autores como Azorín, Galdós, Baroja o Blasco Ibáñez, estos tres últimos, sin duda, por muchos de sus escritos vinculados a Toledo, en especial, Galdós. Para otros críticos, en cambio, Urabayen "se considera un autor 'moderno', pues tiende un puente entre la generación del 98 y las vanguardias, por su sincretismo de estilos y las referencias al mundo de Hollywood y América, especialmente Nueva York. Sin que podamos echar en olvido su familiaridad con las fuentes latinas y griegas y su conocimiento de la literatura del Siglo de Oro" (citado por Hilario Barrero en el mencionado prólogo).
Finalmente, no podemos dejar de reconocer la labor de la editorial El Perro Malo y de su coordinador, Francisco Carvajal, en la necesaria recuperación y conocimiento de un autor excepcional en la narrativa española del primer tercio del siglo XX hasta finalizada la guerra civil, como es Félix Urabayen. Editorial que cuenta, entre otros colaboradores, con el excelente asesoramiento profesional en materia bibliográfica y documental de nuestra compañera bibliotecaria y amiga Marta Torres Santo Domingo.
Don Amor volvió a Toledo destaca, entre otros aspectos, por el esmerado uso y dominio del lenguaje, muy bien definido por Hilario Barrero en el citado prólogo de esta edición: "el uso de una prosa pausada, lenta, finamente cincelada, sazonada con unos elementos poéticos que la hermosean, fuerte presencia del humor (poco entendido en su momento), el continuo uso de una ironía que a veces llega a ser sátira, ácida, amarga, semejante a la de Quevedo, Larra, los regeneracionistas y la generación del 98... y un tinte de modernidad... que se mezcla con un sabor de la novelística del siglo XIX y de la literatura del Siglo de Oro".
En Don Amor... se sobreponen dos visiones de Toledo. Una, tradicionalista, clerical, representada por el sacerdote, coadjutor de la parroquia de Santa Leocadia y capellán mozárabe de la catedral toledana, don Inocente Meneses de Orgaz: "Alto, seco y sarmentoso... Su espíritu, hipertrofiado por la continua digestión de protocolos, fechas y datos, andaba siempre hambriento; en compensación, su cuerpo sentía necesidades mínimas: dos panecillos, tres cafés y algunas sardinas saladas de añadidura bastábanle, como a su modelo don Quijote, para echar el cierre a la caldera estomacal" (p. 50).
La otra visión de Toledo es la liberal y desarrollista, encarnada por el ingeniero Lorenzo Santafé: "Agradable, fino, discreto y muy simpático, se vio en seguida admirado por los hombres y acosado por las mujeres. Físicamente era pequeño como Napoleón, como Luis XIV, como Felipe II. Casi todos los grandes caracteres de la Humanidad han sido cortos de talla. El peso del cerebro está casi siempre en razón inversa de la longitud de las piernas" (p. 154).
Esta visión progresista y moderna de la ciudad que representa el ingeniero no lo es sólo por su talante, su aspecto físico, su personalidad, su modo de vestir, de comportarse en público o de hablar, sino, principalmente, por los proyectos de ingeniería hidráulica que comienza a poner en marcha. Frente a la ciudad anclada en el pasado y en sus tradiciones, Santafé pretende su modernización en el contexto de la regeneración social, cultural y económica que la República busca para España. Pretende transformar la fisonomía de Toledo en una ciudad moderna, empezando por regular el cauce del Tajo con el fin de "retener el agua en las épocas de abundancia para utilizarlo en las de escasez". Ello provocaría el aumento y la mejora de la explotación de terrenos aptos para el regadío, lo que redundaría en una mayor producción agrícola de la ciudad y sus alrededores, que a su vez produciría nuevas industrias como la textil. Esta transformación económica de la ciudad procuraría trabajo a los toledanos y atraería a nuevos comerciantes y empresarios, e incluso, a turistas llegados de la capital y de otras ciudades y regiones españolas. El nuevo modelo económico modelado en la cabeza del ingeniero Santafé era también una crítica del propio autor al trasvase que el Gobierno de la República planeaba emprender del Tajo a Almería, lo que iba a suponer, en opinión de algunos ingenieros y otros expertos, la desertización de la cuenca del Tajo, y en consecuencia, un mayor empobrecimiento de Toledo y su comarca. La guerra civil frenó ese proyecto, que décadas después, en pleno desarrollismo franquista, sería retomado, con algunas variantes.
En uno de los mejores pasajes de la novela, Santafé trata de explicar su idea transformadora de la ciudad a los miembros del Casino, lugar de reunión, por antonomasia, de lo más granado de la carcundia y ranciedad de la alta sociedad toledana. En la explicación de su proyecto a los contertulios del Casino, el ingeniero expone su pretensión de salvar Toledo, evitando "acabar roída miserablemente por una gusanera que ya le llega a la entraña y que concluirá por devorarla si no se acude pronto en su socorro". En una interrupción de su discurso, "vio cómo las fuerzas vivas de Toledo, una tras otra, habían ido doblando la cabeza y dormían plácidamente, con la beatitud que dan una conciencia tranquila y un cerebro deshabitado" (p. 188). Probablemente sea ésta la crítica más sutil que hace Urabayen a la más inmovilista y conspicua tradición que representa una parte de la sociedad toledana. No en vano, calificó a sus fuerzas vivas de "hordas prehistóricas, integradas por concejales, diputados, mercaderes honestos, prestamistas abnegados y plañideras eruditas", llegando a decir en alguna ocasión que "Toledo prefiere morir a transformarse".
La visión tradicional de Toledo, identificada, como decimos, en el personaje del clérigo Don Inocente, miembro, a su vez, de una de las familias más influyente de la ciudad, los Meneses, se refleja claramente en la conversación entre el capellán y su sobrina Leocadia cuando ésta le anuncia su intención de casarse con el ingeniero Santafé. Para el sacerdote, aquél representa la máxima expresión del mal, y lo que es peor, de la perdición de su ciudad, lo que es lo mismo, de su querida sobrina: "Cree que todo es modernidad, fuerza, maquinaria, dinamismo... ¿Y los siglos, no son nada? ¿Y la Historia? ¿Y la tradición? Cambiar a Toledo es una blasfemia que, si no las leyes humanas, la Providencia divina se encargará de castigar" (p. 165).
La ciudad de Toledo está representada por la sobrina de don Inocente. La idea de identificar a su querida ciudad con una mujer no era nueva en Urabayen. Como señala Enrique Sánchez Lubián en el epílogo de esta misma edición, titulado "Una novela comprometida", nuestro autor llevaba desde 1911, año de su llegada a Toledo, madurando la idea de vincular la ciudad a una mujer -"poseedora de un rico y espléndido pasado" (p. 202)-, idea que expondría en uno de los artículos del diario El Sol -"Elogio de la ciudad de Toledo"- , publicado luego en la obra que los recopilaría, Estampas del camino. Para el capellán, "ni la ciudad ni la mujer podían pertenecer a un forastero [en clara referencia al ingeniero Santafé]. Eran suyas, de la iglesia, de quien las vio nacer, de quien las amó sin deseo impuro, ni carnal, ni codicioso... [El capellán] amaba la piel moruna de la mujer de carne y de la mujer de piedra" (p. 172).
Si alguna crítica puede hacerse a este texto, es la que ya han puesto de manifiesto algunos de los estudiosos de la obra de Urabayen: como sucede con otras novelas del autor, Don Amor... adolece de cierta estructura y trama narrativa. Sus otras obras, al decir de los estudiosos, se caracterizan por ser un conjunto de estampas, un vivo retrato de la sociedad de su tiempo en una ciudad como Toledo. Sus personajes suelen estar poco definidos, poco desarrollados; el autor se limita a su mera descripción y a incardinarles en su contexto social. Tal vez el lector espera algo más de los personajes principales de Don Amor, es decir, de Leocadia, de don Inocente y del ingeniero Lorenzo Santafé. Pero la verdadera protagonista de la novela es, justamente, la ciudad de Toledo, encarnada, como señalábamos, por Leocadia, que vive el choque de dos visiones: la tradicional, en la figura del clérigo, y la moderna, en la del ingeniero. La novela gira, por tanto, en el encuentro de ambos mundos y en el trasfondo que subyace. En definitiva, nos encontramos ante una obra que merece, tanto ella, como su autor y el conjunto de su obra, ser recuperada por la crítica y por sus lectores, como acaba de hacer con todo acierto la editorial El Perro Malo.