¡Con cuánta frustración nos situamos delante de una de las estanterías de nuestra casa y aceptamos la evidencia de las decenas de libros que no hemos leído! ¡Con qué impotencia pasamos la vista por sus lomos y somos conscientes de que nunca sus páginas pasarán por delante de nuestros ojos, sus historias jamás nos llegarán más allá de los comentarios de amigos, de estudiosos! ¡Y en cuántas ocasiones nos hemos visto en la obligación de hablar de uno de estos libros no leídos, de saber de su existencia porque lo compramos un día, porque sabemos el lugar que ocupa en nuestra biblioteca o en la colección que lo ha visto nacer! ¡Y día a día los libros se multiplican y forman torres cada vez más peligrosas en nuestras mesillas!
Las páginas de los libros parecen no tener fin y el tiempo para su lectura se hace cada vez más limitado, como si una maldición hubiera caído sobre nuestras cabezas. Y lo peor: alguien nos comenta un libro que hemos leído hace tiempo, y sonreímos de satisfacción porque hemos encontrado un lugar de encuentro... pero, poco a poco, a medida que va desgranando detalles del libro nuevamente leído, nuestra sonrisa se convierte en una mueca: ¡no nos acordamos de nada!
Esa escena que en los recuerdos cercanos del nuevo lector se ha convertido en la clave de toda la novela, no ha dejado ni una pequeña huella en nuestra mente. Y tan sólo somos capaces de recuperar el momento en que lo leímos -el calor de aquellas mañanas en la playa o la tranquilidad de las noches en la sierra o en la casa de Torreiglesias-, y, si tenemos suerte, alguna sensación de lo que el libro nos hizo sentir, la alegría de un final deseado o la tristeza de un personaje que agota su sangre a medida que las páginas van pasando por nuestras manos. Se dice que Montaigne, el gran escritor francés, olvidaba el contenido de un libro nada más terminarlo, con lo que a lo largo de su vida no se conformó con las notas de lectura que iba dejando en sus márgenes, sino que al final de los mismos escribía una pequeña crítica, para así recordarse, si el ejemplar volvía a caer en sus manos, si debía no volver a leerlo.
Y así casi todos los libros, casi todos los libros de nuestra vida, los que permanecen en las estanterías y los que en algún momento han pasado por nuestras manos, ya sea para leerlos, para estudiarlos, para hojearlos... bien pueden decirse que conforman nuestra particular biblioteca de libros no leídos. Y por eso de todos ellos podemos dar una opinión. El libro que se hace realidad en cada lectura, que lo convierte en un libro no-leído en el mismo momento en que lo terminamos de leer, o de tan solo hojear, o de escuchar el comentario de un lector del mismo. Y a este apasionante universo ha dedicado Pierre Bayard un apasionante ensayo: "¿Cómo hablar de los libros que no se han leído?".
Y no se dejen llevar por el título, que no es un manual -tan al uso- del perfecto caradura cultural, aquel que es capaz de aprenderse una serie de fórmulas y de citas apropiadas que hacen pensar a los demás una cultura que no ha llegado nunca a poseer. Pierre Bayard descubre un nuevo campo de estudio, que devuelve a la lectura una dimensión cotidiana que cada uno de nosotros ha podido sufrir en sus propias carnes. ¿O acaso hemos leído o nos acordamos de todos los libros de los que hablamos? En absoluto. ¿O acaso hemos de sentirnos impotentes porque no hemos leído todos los libros que poseemos? Todo lo contrario. Pierre Boyard demuestra cómo la lectura es algo mucho más abierto que la imagen que nos imponen desde la escuela, donde leer es sinónimo de memorizar. ¿Acaso no nos hemos encontrado con que nuestra lectura, el recuerdo que tenemos de la lectura de un libro en nada coincide con la lectura de otro lector? Y eso es así porque en la lectura no sólo se encuentran inmersos el texto y el autor sino también nosotros, con nuestras limitaciones culturales, de ahí que en su ensayo se hable de una "Biblioteca colectiva, interior y virtual", así como de "libros-pantalla", "libros interiores y libros fantasmas". Todos ellos nuevos conceptos que amplían de manera realmente curiosa los límites de la biblioteca, del libro y de la lectura, tal y como se entiende de manera tradicional. Una magnífica lectura para comenzar el año, haciendo añicos los límites de la realidad, de lo que siempre nos han enseñado que es la realidad de la lectura.