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¡Adiós camaradas!

José Manuel Lucía Megías 10 de Agosto de 2010 a las 10:44 h

Hay libros que parecen estar tocados por una mano divina. Libros que parecen escritos a la salida del metro, mientras esperamos el autobús. Libros que parecen respirar a medida que los vamos leyendo, como si tuvieran su propia respiración, su propio ritmo. Y lo único que tenemos que hacer al leerlos es seguir su paso, compartir un mismo golpe de corazón a cada segundo. Como hacemos cuando paseamos con un amigo y la conversación fluye de los recuerdos a los deseos; las piernas parecen que se acompasan, que emergen de un desfile militar perfectamente engrasado. Y lo curioso es que muchos de estos libros no aparecen en la lista de los más vendidos o de los recomendados por los suplementos literarios. Sus autores son un anónimo nombre y apellido que a nadie congrega, que nunca llaman para las tertulias literarias. Y en cambio tienen mucho que decir, dentro y fuera de las páginas geniales de su literatura. Por eso, cuando uno encuentra una de estas joyas, uno de estos regalos narrativos del siglo XXI le entran ganas de vocearlo, de darlo a conocer a los cuatro vientos. Igual que cuando nos quedamos impresionados con una persona en una fiesta. Los días siguientes es un recordar las frases ingeniosas y las risas contagiosas, el ir viendo cómo todo en la reunión tenía un sentido si la otra persona se encontraba presente. ¿El resto? Una nebulosa de ruidos que con el tiempo se va agotando en su propio anonimato.

 

Hace unos meses cayó en mis manos, gracias al certero consejo de Javier, de la Librería Cervantes -al que tantos debemos descubrimientos geniales, como aquel ya descatalogado "Memorias de una hija de perra", que muchos hemos recordado últimamente-, el libro de Antonio Carballo, "Adiós, camaradas". Reconozco que nada sabía de su autor, ni del libro ni tampoco de la editorial, el Funambulista. Pero ha sido uno de esos descubrimientos literarios del año. Un libro de esos que uno querría devorar, leer en el círculo exacto de unas horas, pero, en realidad, un libro que nos acompaña días, porque la lectura se vuelve pausada capítulo a capítulo. Uno no quiere que nunca se termine, que se convierta en uno de esos libros de arena que había imaginado Borges. Y este querer hacerlo eterno lo es por su historia, por el tono adecuado que ha sabido elegir el autor para narrarla y por el estilo con que ha conseguido crear una joya en cada una de sus más de doscientas páginas.

 

"Adiós, camaradas" es la historia de un sueño, de una superación, de un éxito. Pero también lo es de un engaño, de una mentira, de una ilusión. Es la historia de un futuro y la historia de un vacío. La historia de un imposible y de un saber que, seguramente, ha sido realidad. Es la historia de los engaños de nuestro tiempo y el de las manipulaciones a las que estamos sometidos día a día. Antonio Carballo que, gracias a la solapa del libro, aprendo que es cubano y que en el 2004 ganó un premio con su libro de relatos "Miserias escogidas", publicado por la editorial valenciana Pre-textos, ha sabido contenerse en una historia que en otras manos hubiera llegado a las setecientas páginas de un best-seller. En el libro, como en los bueno libros -o en los microrelatos- nada es superfluo. Todo está porque tiene que estar y nada puede cambiarse... la obra comienza con un mensaje enigmático, fechado a las 23'30 horas de un 21 de diciembre de 1991, que termina con la frase que da título al libro "Adiós camaradas, adiós, bolcheviques"... pero en realidad la historia comienza mucho antes, con el principio del primer capítulo: "Mi pueblo": "Nací en un pequeño pueblo ruso en 1957, justamente el día en que mi poderoso país  ponía en órbita el primer artefacto espacial, el Spútnik-1. Ese 4 de octubre mi padre bebió tanto vodka, de resultas de la alegría de un primogénito varón, que olvidó su promesa de llamarme del mismo modo que la prodigiosa nave que circunvalaba la Tierra...". Y de este pequeño pueblo en la interminable Rusia, en esta familia en que el vodka se convierte en un lugar común, el niño se hará grande en el Moscú de la época, en esa Moscú que verá cómo el país cambia de nombre y de filosofía y del éxito, en unas horas, el joven protagonista pasará a sentirse como "una botella vacía de vodka [que] se convierte en un cuerpo celeste"... y en medio de este itinerario, literatura de la buena, de la que merece ganar todos los premios, como el segundo Premio de novela Mario Lacruz, que consiguió el 9 de diciembre de 2006. Una joya para todo tipo de paladares literarios.

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