Dolores Serma sólo escribió una novela: "Óxido". La escribió en el Ateneo de Madrid, compartiendo mesa, confidencias, amistad con Carmen Laforet, que por esos mismos años de principios de la década de los cuarenta estaba escribiendo "Nada", una novela con la que se consagró como novelista y que nos ofrece uno de los mejores frescos de la dura España de la postguerra.
"Óxido" no llegó a publicarse hasta 1962, y lo hizo en una edición pagada por la misma autora en una imprenta de Valladolid. Aunque fue amiga de Miguel Delibes, Dolores Serma no tuvo éxito como escritora, y su novela fue rechazada de los prestigiosos premios Nadal y Biblioteca Breve, aunque tuvo el apoyo del escritor vallisoletano, de Laforet e incluso de Barral.
Juan Urbano es un profesor de literatura de un Instituto de Madrid que sobrevive entre sus alumnos gracias a un proyecto: la escritura de un ensayo: "Historia de un tiempo que nunca existió (La novela de la primera postguerra española)", en que lleva trabajando varios años, por lo que los nombres de Delibes, Laforet, Cela, Martín-Santos... le son especialmente cercanos. Juan Urbano desde su casa de Las Rozas se lamenta todas las mañanas del puesto de jefe de estudios que ocupa en el instituto, que le obliga a enfrentarse todas las mañanas con el desastre educativo, tanto de alumnos como de padres, que no ven en las aulas un lugar de aprendizaje sino el más caótico de los circos y el más permisivo de los internados. Juan Urbano, que ha vivido la movida madrileña acompañado de Virgina, su exmujer, sueña con saltar de estas aulas para adentrarse en las aulas universitarias, en las aulas que le permitan seguir adelante con sus investigaciones.
Natalia Escarpín es una famosa médica, que conoce a Juan Urbano una mañana cuando llega al Instituto a quejarse de dos chicos que atemorizan a su hijo. Su marido, un también exitoso abogado con sus pinitos en la política europea, se llama Carlos Lisvano. Y de segundo apellido: Serma. Su madre, Dolores Serma, está ingresada en un hospital en una fase terminal de Alzheimer.
Con estos hilos, con estos personajes consigue Benjamín Prado en su última novela ("Mala gente que camina") ponernos delante el espejo -pocas veces conocido- del drama de los hijos raptados a sus madres en la postguerra española, esos hijos reeducados en hogares de familias afines al régimen para que se curaran, como diría el coronel Vallejo Nájera, de la perniciosa enfermedad del marxismo. Libro de misterio, libro que rescata uno de los episodios más oscuros, más trágicos, más atroces de nuestra historia reciente, el de una sociedad rota, el de la miseria y la mezquindad humana puesta a flor de piel.
Pero la destreza de Benjamín Prado y lo apasionante de la lectura de su nueva novela -como de todas las suyas- no radica tanto en rescatar un episodio de la postguerra española que casi nadie quiere recordar, sobre el que se ha puesto -una vez más- el paño narcótico del olvido, como en ofrecernos la visión de este episodio desde la actualidad, desde un hoy en que tanto hablamos de recuperación de la memoria histórica pero del que tan poco hacemos para llevarla a cabo: las cartas de la novela están boca abajo y la posición de los personajes muy clara: la del investigador y su defensa en busca de la verdad; la de su madre que intenta hacerle comprender unos años negros justificados por las injusticias cometidas por todos, al margen de ideologías y de frentes; la de Dolores Serma, que ha dejado a lo largo de su vida rastros de su verdadero pensamiento en sus escritos; y la de Carlos Lisvano.
El libro de Benjamín Prado no es sólo una buena novela: es una novela que te engancha, que te engulle, una novela que te convierte, al final de la misma, en personaje antes que en simple lector: ¿Cuál es nuestra postura ahora conocidos los entresijos de la misma? ¿Cómo reaccionamos ahora que conocemos lo que sucedió, cómo recomponemos nuestra memoria desde el conocimiento y no desde el olvido? Libros como el de Benjamín Prado muestran la titánica labor que como ciudadanos nos queda por hacer durante el siglo XXI: ciudadanos españoles que debemos conocer nuestro pasado, incluso en sus detalles más mezquinos y salvajes, para así poder mirar al futuro con la sabiduría de los recuerdos y no con la estupidez del olvido.