Cuatro mujeres de la familia Kholifa, Asana, Mariana, Hawa y Serah, van sembrando sus recuerdos en el jardín literario recreado por Aminatta Forna en su última novela. Cuatro vidas y un continente: África, aún tan desconocido, siempre tan fascinante. Cuatro historias que se recrean a partir de la memoria, de los cuentos escuchados en tantas reuniones familiares, en tantos secretos escondidos entre pucheros y telas bordadas. Recuerdos de vivencias, de sueños, de deseos, de frustraciones, que en la novela de Forna se tiñen de esclavitud a la tribu, a la religión, a las costumbres, pero bien podrían ser los recuerdos, los sueños y las vivencias de cualquier mujer en cualquier lugar del mundo.
El jardín de las mujeres se llena de polvo a lo largo de sus páginas. De un polvo pegajoso, de un polvo casi imperceptible, pero que llena las alcobas de suspiros, de deseos, de miedos.
Porque un miedo ancestral sobresale en estas historias que se van entrelazando casi sin darnos cuenta: un miedo a no estar a la altura de las circunstancias, de lo que los hombres -padres, hermanos, maridos- esperan de esas niñas, de esas sonrisas inocentes que un día deberán salir al campo del peligro y de las luchas con la piel infantil, con callos en el alma. Un polvo que se llena de lodo cuando pasan los años y el miedo a ser sustituida por otra chica más joven deja de ser una amenaza para convertirse en una certeza. Jardín que vemos crecer, que vemos desarrollarse, que vemos palidecer y desaparecer en la maleza de los días olvidados; jardín de historia ya que, junto a las vivencias más íntimas de las mujeres que se mueven a sus anchas por esta novela, está también el telón de fondo de la historia de un continente, más allá de las reglas de cada zona, de cada nación. Ahí está la tribu, con sus costumbres ancestrales, ahí la religión musulmana, nuevo instrumento de dominación sobre la mujer, ahí la llegada de los blancos -pobres ellos, que no pueden soportar tanto calor-, y con ellos, la llegada de las carreteras, de la opresión, de la nueva esclavitud económica; y ahí están las falsas democracias y las promesas siempre rotas de los misioneros de la política, que no dudan en vender sus buenas palabras -aprendidas todas ellas en selectos colegios ingleses- por un puñado de diamantes, de oro, de ese rojo color que tiene el dinero en África -y en tantas otras partes del mundo.
Pero hay en el Jardín de las mujeres no sólo espacio para las raíces más sangrientas, más dolorosas, sino también para los amores furtivos, para los destellos de risa y de felicidad, para los sueños cumplidos y para los ingeniosos modos de conseguir la felicidad. Sueños y felicidad que pueden estar en unos zapatos de charol, en conseguir que las urnas electorales estén brillantes -aunque vacías-, en la pequeña venganza de unas papeletas introducidas para trastocar los discursos oficiales, en las miradas que cambian el guión escrito de una venta realizada por los padres al nacer los hijos... historias que tienen a la historia como telón de fondo. Historias que, como la historia, están todas ellas supeditadas a la naturaleza, a las leyes de una naturaleza que va marcando no sólo el paso del tiempo sino también cada una de las costumbres: naturaleza agresiva, nada domesticada. Naturaleza que sólo parece calmarse con los colores vivos, casi también ellos agresivos, de los vestidos de tantas mujeres como los que aparecen en la novela. Mujeres que son capaces de mirar al horizonte con los ojos abiertos y mujeres que nunca levantaron su mirada de la sombra de sus esposos. Mujeres, en fin, universales, que se dejan llevar por el ritmo de las costumbres y por el deseo natural de ser feliz, de conseguir ser feliz... ¡y lo consiguen con tan poco!
"Sakoma, el mes de la escasez. Las mujeres se afanaban, blanqueaban las casas, pintaban fachadas enmohecidas, azotadas por la lluvia. Muy pronto todas las puertas se abrirían de par en par. Arroz suave y fresco de bulgur y mangos. Estaba a punto de acabar la temporada del hambre"... Así comienza el relato de Asana de 1921... sólo el pórtico de tantos placeres, como los que pueden degustarse en esta magnífica novela de Aminatta Forna, El jardín de las mujeres.