El formato epistolar es frecuente en la novela desde el Siglo de Oro -Novelas sentimentales, de Diego de San Pedro-, o posteriormente, en el XVIII - Cartas marruecas, de Cadalso, o Werther, de Goethe-, en el XIX - Pepita Jiménez, de Juan Valera, La estafeta romántica, de Galdós, o de Dostoievski, Pobres gentes-, y ya en el XX el ya clásico Drácula, de Bram Stoker , las Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, de Delibes, o la magistral de Antonio Tabucchi, Se está haciendo cada vez más tarde, entre otras muchas.
Ésta de Molina Foix no es menos admirable, como admirable es para el lector la perfección técnica y la inmensa cultura del autor cuyo buen oficio en la construcción de las historias que destilan las cartas es lo que hace de aquéllas una novela de exquisita lectura. Pero no se trata de una nueva manifestación del llamado género epistolar, sino, justamente, de lo que el autor llama "novela en cartas", en la que cada misiva forma parte de un hilo narrativo que va conformando un argumento a través del cual se entrelaza la vida de unos personajes, la mayoría bien conocidos en nuestra historia contemporánea, y otros inventados, que se relacionan por carta.
Estamos ante testimonios de un período de nuestra historia reciente que comenzó en los años 20 del pasado siglo y la recorre como un río subterráneo hasta sus postrimerías, cuyos acontecimientos se entremezclan con la vida de poetas de la Generación del 27, como Miguel Hernández (por mucho que trataran de excluirle del selecto grupo), García Lorca, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, María Teresa León, u otros, como Eugenio d'Ors, Ortega y Gasset, Aranguren, etc., y también, personajes inventados que a su vez cuentan su propia historia, no por ficticia menos real.
Comienza el libro con las cartas que un paisano de García Lorca escribe al poeta cuando éste se encontraba en Nueva York. En ellas se retratan vívamente las andanzas de ambos muchachos en Fuente Vaqueros, el recuerdo que su paisano, Rafael González Sanahuja, tenía de Lorca, con episodios como aquel en el que el poeta, tras un largo período que pasó en Granada, se reencuentra con sus amigos, quienes le contemplan como un extraño, como un chico ajeno a ellos por ser de buena familia, y las palabras que les dirige: "¿Por qué no corréis a estrechar mi mano con fuerza?... Mi cuerpo creció con los vuestros y mi corazón latió junto con los corazones de vosotros". Continúa esta historia con la carta que el mismo Rafael escribe desde el frente de Teruel a su prima Setefilla, a quien llama con el apelativo cariñoso de Seta. Entre otras cosas, le cuenta a su prima lo orgulloso que se sentía por haber trabado amistad con el poeta Miguel Hernández, quien alabó sus textos de poeta incipiente. Años después, Setefilla escribirá a Vicente Aleixandre contándole de la muerte de su primo en el frente de Teruel y su amistad con el autor de Vientos del pueblo. Stefilla le pide el favor a Aleixandre de enviarle medicinas que necesitaba Miguel para entregárselas en su próxima visita al penal de Alicante, pero no pudo ser y finalmente aquél murió de tuberculosis, como es bien sabido.
Tiempo después, el autor de Sombra del paraíso viviría una apasionada historia de amor con Andrés Acero, historia que luego relataría emocionado desde su exilio mexicano al también poeta y gran crítico literario Carlos Bousoño en unas cartas de hondo calado poético. En una de ellas, Acero confiesa a Bousoño que el poema Al amor fue escrito por Aleixandre para él. Poema cuyo protagonista es el mar como metáfora del amado, en masculino, con el fin de ocultar el epentismo, apelativo bajo el cual se conocían entre sí los epénticos, grupo de poetas afines no sólo en la poesía sino en sus tendencias sexuales:
Llegaste con espuma, furioso, dulce, tibio, heladamente
ardiente bajo los duros besos
de un sol constante sobre la piel quemada
Así, la novela entrelaza historias diferentes unidas por un mismo hilo conductor: la historia de España desde los años anteriores a la II República hasta fin de siglo. No tienen desperdicio los informes que dirige a sus superiores Ramiro Fonseca, seudónimo de Trinidad López Douce, un informante de la policía franquista infiltrado en los círculos intelectuales de la posguerra, formados, entre otros, por Eugenio d'Ors, Laín Entralgo, Torrente Ballester, Luis Rosales, López Aranguren, Antoni Tàpies... ninguno de ellos contrario a la dictadura en sus primeros años, pero cuya condición de hombres de ciencias o de letras no les hacía menos sospechosos, como así se fue viendo en los informes, y cuya posterior evolución puso en evidencia. De la pintura de Tàpies se dice que se trataba de cuadros "sin pies ni cabeza". Los títulos que el soplón daba a esos escritos no dejaban lugar a dudas de su intención: "Actividades presuntamente paganas en el entorno de Eugenio d'Ors"; "Reuniones artísticas de presumible substrato separatista", etc.
Historias contadas en cartas de personajes salpican esta obra de sugerente lectura, como el relato de la mujer de un presidiario en Cuelgamuros que decide abandonarle porque se enamora de otra mujer, quien a su vez había sido protagonista de otras cartas pertenecientes a una historia aparentemente distinta. Relatos, muchos ficticios, que se entrecruzan, completan este exquisito crisol de nuestra historia, cuya lectura es vivamente recomendable.