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El ancho mar de los Sargazos

M. Victoria Fernández Sánchez 4 de Febrero de 2010 a las 09:07 h

¿Jean Rhys versus Charlotte Brontë?

Una novela con tintes autobiográficos sobre la iniciación al sexo y el descubrimiento de la locura de una mujer adelantada a su tiempo. Después de leer esta novela, ya no podremos acercarnos a Jane Eyre de Charlotte Brontë con inocencia.

 

El ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys


La protagonista, Antoinette Cosway, creció entre dos culturas y dos realidades: la realidad de una mansión jamaicana en ruinas y los fantasmas que la rodeaban. Tras pasar tiempo en un convento, su fortuna, su sensualidad y su ingenuidad atraen el interés de un inglés, de buena familia pero sin patrimonio, que le propone matrimonio. Tras una corta luna de miel, vendrán las sospechas, el abandono, el descontrol y finalmente la demencia. Antoinette esconde más de lo que enseña...

 

 

¿Quién es Jean Rhys?

 

Aficionada desde niña a la lectura, tuvo una azarosa vida que la llevó desde las amables islas caribeñas a París y a la fría Inglaterra donde, para sobrevivir, realizó los trabajos más diversos en los locos años 20 (corista, extra de cine...) compatibilizándolos con la creación literaria. Se ocupó de mujeres en las que puso una gran parte de sí misma. La más conocida de estas mujeres fue Antoinette Cosway, la Sra. Rochester de Jane Eyre. Ella quiso darle voz a esta mujer ignorada y maltratada por Charlotte Brontë.

 

Cuando leí Jane Eyre por primera vez me dije: ¡Pobre mujer, encerrada de por vida en una torre! Claro que la perspectiva, en la época, era ir a parar a un asilo para enfermos mentales, tenebrosos lugares, en los que se trataba a los locos como seres no dignos. La locura, en su evolución social, fue considerada como el resultado de no haber llevado una vida adecuada, por haberse salido de la norma social. Y esa conducta merecía castigo.

 

Siempre creí que Charlotte Brontë, además de ser una escritora brillante e imprescindible, era bastante intransigente y juzgaba a todo el mundo desde sus propias posiciones morales. En una de sus cartas, describe así a los católicos:

 

"Mi consejo a todos los protestantes que sientan la tentación de cometer la torpeza de hacerse católicos es que crucen el mar hasta el continente; que asistan a misa con diligencia durante un tiempo; que se fijen bien en las mascaradas; también en el aspecto estúpido y materialista de los sacerdotes; y luego, si todavía están dispuestos a considerar el papismo a una luz que no sea la de la más burda e infantil patraña, que se hagan papistas de inmediato, eso es todo."

 

Así pues, no es de extrañar que llevara su intransigencia a su propia obra.

 

Volviendo a la novela, es absolutamente impactante. No sólo desde la perspectiva de Antoinette, su protagonista, sino también desde la de ese hombre inglés, es decir desde el punto de vista del Señor Rochester (al que por cierto sólo se le menciona una única vez por su nombre), protagonista masculino de Jane Eyre.

 

La novela está estructurada en tres partes, muy diferentes en estilo, que van creando un  ambiente inquietante en el que los personajes desarrollan su vida, su efímera felicidad y su creciente desamor-odio. El paisaje asfixiante del trópico, su exhuberante vegetación, conforma todo un mundo de voces extrañas, de sombras y de viento que estremece.

 

El lector se ve sumergido en algo inquietante y tenebroso, que le introduce en un mundo intuido pero desconocido: en encuentro con una cultura muy diferente a la suya. Ese choque de mentalidad y de cultura es el mismo que atemoriza a Antoinette y a Rochester. Los dos se sienten engañados, confundidos y temerosos del otro. Por un lado, brujería, Vudú y superstición y, por otro lado, un Dios duro, que juzga de manera fría e insensible. Estos elementos, profundamente contrapuestos, marcan el destino (pre-destino) terrible hacia el que ambos caminan. Además de los miedos que laten en los personajes y el choque de mentalidades, se produce el choque de culturas: el desconocimiento y la incomprensión de culturas tan diferentes como la Inglaterra victoriana, cerrada intransigente, etnocéntrica y puritana y esa cultura criolla, llena de misterio, de supersticiones y de temores, inmersa en el propio paisaje inquietante y hermoso, que no encuentra su hueco en su propia tierra. Sus diferencias culturales les impiden comunicarse, comprenderse, amarse, a pesar de que ambos necesitan del amor para redimir sus solitarias y estériles vidas.

 

En busca de un amor, primero encontrado e inmediatamente perdido, Antoinette camina hacia la locura de forma inexorable, al tiempo que se percibe el obsesivo miedo de Rochester a ese mundo exótico y desconocido que le atemoriza al tiempo que le atrae de forma irresistible.

 

Jean Rhys ha querido rendir homenaje a ese pueblo criollo que no es ni blanco, ni negro, que no encuentra su sitio en ningún lugar donde reconocerse como seres vivos necesitados de una parcela de amor y de tranquilidad para desplegar su ansiada felicidad. Es el triste lamento de alguien que ha sufrido una vida de desesperanza por ser mujer, criolla y por haber sido expulsada de la tierra que la vio nacer.

 

A partir de la lectura de este libro ya no volveremos a ver de igual modo a Antoinette (Bertha Rochester, como se empeña en llamarla su marido) ni al Señor Rochester, ambos personajes de Charlotte Brontë.

 

Está editada en Lumen y la edición es muy buena. Me parece notable la traducción de Catalina Martínez Muñoz.

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