Yoram Kaniuk es un animal literario. Sacó a la luz su particular visión del holocausto judío cuando el tema aún era tabú en la literatura en hebreo (El hombre perro, traducida al inglés como Adam Resurrected, y así también su versión cinematográfica, de la mano de Paul Schrader).Empapada de un humor negro para el que la sociedad judía no estaba preparada en ese momento, convirtió a su autor en un renegado del panorama literario hasta que, años más tarde, la generación de Etgar Keret y compañía le recuperara como su padre artístico.
¿Un hombre adelantado a su tiempo? Quizás. O quizás se trata de uno de esos autores que están fuera del tiempo y, simultáneamente, profundamente enraizados en su propia época. ¿Cómo explicar si no la rotundidad aplastante con la que comprende el conflicto que le vio nacer? El buen árabe es un ejemplo magistral de esta capacidad para bucear en la compleja realidad que le rodea. En esta novela el conflicto árabe-israelí se presenta como un desgarro profundo a través de su protagonista, Yosef Rosenzweig - o Sherara, o ibn Azouri, según el momento -, hijo de una judía y de un árabe, pertenecientes a mundos vecinos pero distantes, enfrentados, ahogados por la pasión visceral que los consume y para los que sólo hay un desenlace posible: «[...] la conclusión que sólo hoy empezamos a comprender, la de que no hay esperanza en absoluto, la de que la tragedia empieza mucho antes de que los historiadores puedan localizarla, que todo parece ordenado de antemano, que el fanatismo era inevitable, que el país era extraño a ambas naciones, las cuales inventaron movimientos nacionales que no surgieron directamente de sus historias respectivas, sino sólo de sus sufrimientos». La existencia de Yosef está dividida desde dentro, desde el nacimiento hasta la muerte, está condenado a ser siempre un extraño, enemigo de sí mismo.
Además de este desgarro histórico encarnado en Yosef, Kaniuk construye otros personajes que podrían ser leídos como prototipos de los distintos destinos que se dan cita en tierra palestina, y que el autor engarza magistralmente en las últimas líneas (os reservo el placer de leerlas por primera vez donde deben ser leídas). Sin embargo, estos personajes son mucho más que prototipos. Y El buen árabe es mucho más que una reflexión política o histórica. Como dice su protagonista en el prólogo, «[...] el mensaje político de este relato es sencillamente un producto secundario de la verdad que me propuse expresar, quizás no deseable, pero aparentemente necesario». Y aquí llegamos al autor que está fuera del tiempo, al animal literario que anunciaba más arriba: Kaniuk tiene esa capacidad extraña de poner palabras a los profundos abismos de la existencia a los que nos asusta asomarnos. Profundidad, así definiría El buen árabe: una obra profunda, rotunda y redonda, repleta de esa inevitabilidad sarcástica por la que nos sentimos aplastados en ciertos momentos vitales. Kaniuk es capaz de trasladarnos, en poco más de 200 páginas, a la compleja telaraña tejida por tres generaciones que comparten sangre pero no raíces, y en la que quedan atrapados todos y cada uno de sus personajes. Las líneas del El buen árabe se balancean entre el surrealismo y el realismo histórico de un modo tan fluido que resulta natural. El genio de Kaniuk habla por sí solo, ¿qué más se puede decir después de leerlo? Volver a este autor ha supuesto para mí dejarme arrastrar de nuevo por mi adicción a la literatura. Dejaos seducir por Kaniuk.
Otras obras de Yoram Kaniuk que podéis encontrar en la Biblioteca Complutense son El hombre perro, 1948 (reseñada anteriormente en este blog) o Wasserman: historia de un perro.