A la gente le da todo igual; mientras no le tiren la basura del otro lado de la tapia, ni le llegue el olor de podredumbre a la terraza, se puede hundir el mundo en la mierda. (En la orilla)
He comentado en muchas ocasiones con varias redactoras de este blog lo difícil que resulta intentar explicar por qué te gusta un autor o una obra; mientras que es relativamente fácil exponer por qué te disgustan otros o no llegan a convertirse en referencia (aunque refrenes tu argumentación pensando en aquéllos a quienes les pueda atraer). Por eso creo que he llegado a sintetizar mi atracción por Rafael Chirbes con una idea que conjuga dos: me llega al corazón... y a la cabeza.
Al corazón porque me conmueve (entendámonos, no en cada línea, en cada obra) porque habla de personajes que están vivos -aunque no comparta su vivencia interior- que están inmersos en historias reales, cercanas, que puedo palpar dentro de mí e identificarlas aunque sean ajenas. Porque lo dice con un lenguaje al mismo tiempo inteligible y lleno de sentimiento.
A la cabeza porque me gusta cómo lo que plantea, porque no me toma por un adulto infantil, porque hay además de colores, muchos grises, porque se aleja -desamparándolas- de las verdades oficiales y facilonas.
Se conjugan ambas en la coralidad de la mayor parte de sus obras, construidas sobre las reflexiones, sentimientos, sensaciones, recuerdos, confidencias, pensamientos, diálogos, etc. de multitud de personajes de diversa condición, con relaciones complejas, múltiples, como la propia vida. Se aprecia además en el hecho de que en cuanto lees varias obras de Chirbes sabes (o intuyes) cuál es su posicionamiento ante la vida pero eso no significa que lo manifieste a través de personajes sesgados o que pertenezcan a un abanico reducido de opciones; sino que todos -incluso los que percibes que se apartan de su manera de pensar o sentir- son tridimensionales y sienten, razonan y actúan como una persona y no como una marioneta que sirva a un propósito aleccionador.
Desde que se abrió este blog tengo en mente hacer un post sobre él (añado ahora y retoco sobre lo escrito hace más de 3 años :-): sólo hay que mirar el número en la URL del post). Tal vez se trate de un error, ya que significa condensar en una noticia -seguramente ilegible por su extensión- toda una serie de emociones que podría repartirse en muchas entradas diferentes. ¿Tal vez el mismo error que cometí con mi admirado Carlos Giménez?
Pero veo que no estoy solo, ya que otros redactores de este blog también "arriesgan" en ese sentido, agrupando varias obras en la misma reseña.
Es difícil, cuando se trata de mostrar la obra (por definición desigual) de un autor poder recomendar qué leer. En su caso, además, hay que contemplar 3 registros diferentes: las novelas, las reflexiones literarias sobre otras obras y autores y sus ¿apuntes? de viajes.
Para referirme a sus novelas (acabo de leer la última, En la orilla, lo que tal vez me ha empujado a intentar finalizar esta reseña eternamente inacabada) voy a seguir el mismo camino que he seguido en la vida no virtual. Normalmente recomiendo leer "La buena letra" (mencionada en algunos comentarios de este blog), de una extensión asequible para una lectura breve. Si os gusta, creo que os gustará la obra de Chirbes, o al menos lo que yo sigo considerando esencial, como son "La larga marcha", "La caída de Madrid" o "Los viejos amigos", las tres primeras que leí, trilogía fundamental y -en cierto modo- retrato de la postguerra y la transición.
La larga marcha (1996) incluye seguramente las páginas más hermosas de Chirbes, describiéndonos el gris tiempo de la postguerra, en el que tampoco hubo demasiada esperanza para quienes habiendo vencido eran muchos y pobres. Dos generaciones reflejadas: la que sufrió la guerra y sus consecuencias inmediatas y la de sus primeros descendientes, que acabarán encontrándose y en algunos casos oponiéndose políticamente al sistema: el niño que nace el 16 de febrero de 1948 en la primera escena es el joven que sueña con salir de su encierro en la última página.
¡¡¿Pero qué es lo que le has dejado que no hace más que llorar en cuanto coge el libro?!! me preguntaba una amiga sobre otra que identifica a sus padres emigrantes (como los míos) entre las páginas.
La caída de Madrid (2000) fue la que me pareció más redonda cuando la leí, en la que todas las piezas, múltiples una vez más, encajan perfectamente engarzadas para contarnos la vida de muchas personas el día 19 de noviembre de 1975, el último día antes de la muerte de Franco, donde una moneda parece estar siendo lanzada al aire con influencia en la suerte tanto de los que se afanan por meramente subsistir o de mantener su status como de los que luchan por cambiar la realidad a un precio alto. Tuve la sensación de que algunos personajes son heredados de la obra anterior, aunque no tengan el mismo nombre.
La primera que cayó en mis manos (fue un regalo, en varios sentidos), Los viejos amigos (2003), aquellos que tras los sueños revolucionarios de juventud se han asentado, resituado y olvidado sus orígenes, sus ideas, sus amigos, sus amores... e incluso se han convertido en el modelo que tanto atacaron y repudiaron. Un retrato no benévolo de la transición.
Antes de ellas había escrito: Mimoun (1988), la que desde nuestro punto de vista se aparta más del estilo con que identificamos a Chirbes (hay que considerar que es la primera), nos cuenta cómo un escritor español se instala en un pueblo marroquí para escribir; En la lucha final (1991) donde comienza a construir su estilo coral describiendo a personajes concentrados en triunfar, que en cierto modo recuerdan a los posteriores viejos amigos y Los disparos del cazador (1994), que reproduce a través de los recuerdos el ascenso de uno de esos triunfadores que no tuvo demasiados escrúpulos para serlo, con una prosa ya cercana a la inminente de La larga marcha.
Entre las dos anteriores, la mencionada La buena letra (1992), en la que se cuenta a través de una voz femenina que habla a su hijo la intrahistoria de una familia tras la guerra civil, en la que contrastan sobre todo los dos hermanos varones: uno de ellos marido de la narradora y padre de quien supuestamente escucha, el otro quien -de la mano de la ambición de su pareja- acabará muy cercano a quienes combatió.
Y después de ellas:
- Crematorio (2007), que recibió varios premios e incluso ha sido el punto de partida para una serie de televisión, ya fue reseñada por Amanda en este blog. Especulación inmobiliaria, burbuja existencial y el inexorable paso del tiempo reflejado sobre todo en las arrugas del alma de un personaje.
- En la orilla (2013) Esteban regentaba una carpintería -además de otros negocios menos evidentes- y se dedica a cuidar de su padre que no se vale por sí mismo. Los monólogos de las distintas personas (menos numerosas) parecen haberse convertido en uno solo. Me cuesta en ocasiones saber quien habla. Pensamiento de lo que pudo haber sido, sobre todo de lo que es, naufragio: la vida convertida en dependencia de ese paso del tiempo que nos desarbola inmisericorde e irremediablemente a nivel físico, económico, emocional. Dependemos de quien depende de nosotros. Somos números en los cálculos de los demás.
Parece existir una hilazón entre todas las obras, un continuum que enlaza la postguerra (y con ella la guerra) y la crisis actual.
En el apartado de la crítica literaria, al tomar un tema o una obra como objeto de análisis nos desvela en cierta medida sus fuentes (que en algunos casos hemos añadido en nuestra colección particular) y su forma de pensar y entender la literatura:
- El novelista perplejo (2002): 13 charlas y escritos en los que nos habla de multitud de autores y de obras dentro de diferentes discursos; pero centrándose en algunos como El año desnudo (Pilniak), El retrato de George Dyer en un espejo (Bacon), El buen soldado (Ford Madox Ford), Si te dicen que caí (Marsé), Largo noviembre de Madrid (Zúñiga), Max Aub o Campo de Almendros (del propio Aub). Curiosamente buscando una cita de este libro descubrí cómo un conferenciante en Argentina había tomado dos páginas completas para utilizarlas como suyas (y se lo recriminé en un comentario).
- Por cuenta propia: leer y escribir (2010). Lo compré con entusiasmo, fue el impulso para iniciar esta reseña; pero lo tengo pendiente. 4 grandes apartados: maestros (La Celestina, novelas de guerra, Cervantes y Galdós), contemporáneos, memorias y maniobras, cuestiones domésticas.
Nos queda por tratar su faceta de emocionador de ciudades fruto de su trabajo para una revista de viajes. Sus conocimientos históricos unidos a su experiencia personal y a su maestría con las palabras nos llevan por olores, vistas, sensaciones, paisajes, texturas, rincones, panorámicas, historias, del acontecer de las ciudades que retrata. Hicimos un tímido intento de reflejarlo con El viajero sedentario: ciudades (2004), pensando que inaugurábamos una sección ya hollada del blog.
Después disfrutamos de Mediterráneos (2008), con ciudades del mar junto al que nació, claramente presente en varias de sus novelas. En su prólogo (y cita inicial) desvela su formación histórica con su referencia a Braudel y su tema clásico. En la postdata afirma que los escritos son parte del fruto de haber trabajado durante 15 años para la revista Sobremesa. Redactados entre 1986 y 1996 reviven Creta, Valencia, Estambul, Lyon, Génova, Venecia, Alejandría, Gabes (Túnez), Denia, El Cairo, Benidorm y Roma. Curiosamente -teniendo en cuenta los nombres mencionados- los que se me han quedado más grabados en la memoria son Lyon y Benidorm; esta última, síntesis prodigiosa del estado del bienestar: "la ciudad es un continuo en el que todo tiene esa tranquilizadora uniformidad sin sobresaltos que las clases populares europeas identifican con una antesala del paraíso."
Y resulta que acabo de enterarme de otra faceta como autor (que no obstante se vislumbra en su obra): La transición 30 años después; aunque se trata de un capítulo de una obra colectiva, cuando en una primera impresión me había parecido que era el coordinador de la misma. En cierto modo, tal vez lo sea... desde la orilla.