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¡POBRES DIABLOS! (I)

Ana Isabel Rábade Obradó 15 de Diciembre de 2008 a las 10:40 h

La Navidad es para muchos un verdadero infierno: lucecitas, estómagos pesados, tarjetas de crédito jadeantes y mucha, mucha felicidad familiar. Con los niños -hijos, sobrinos, hermanos pequeños, simpáticos vecinitos- todo el día sueltos por casa, el género literario más propicio para estas fechas parece ser sin duda el de los cuentos. Dickens nos echó una mano para consolidar la tradición: ¡qué sería de tan entrañables fiestas sin una mala adaptación de su Cuento de Navidad en la tele! Propongo, pues, cuentos. Pero, en consideración a aquéllos capaces de bendecir la cuesta de enero con tal de que esto acabe, propongo cuentos de demonios.

Los demonios -unas veces, terroríficos, otras, simpáticos bribones- están entre los personajes más habituales de los cuentos. O, al menos, lo estuvieron. Los diablos, con su parafernalia de humos, azufres y colas puntiagudas, han dejado hace tiempo su lugar a la versión más gore del mal -sangre, vísceras y risa, esa sí, satánica- representada por el psicópata. A estas alturas los demonios -que acaso aún poblaron nuestras pesadillas infantiles- nos provocan quizás más ternura que miedo.

De mi infancia proviene el primer cuento que sugiero: La maravillosa historia de Peter Schlemihl o el hombre que perdió su sombra de Adalbert von Chamisso. El Peter Schlemihl es uno de esos cuentos románticos escritos en el momento en que el resabiado hombre contemporáneo comenzaba a mirar hacia atrás con creciente nostalgia. Es, en mi opinión, uno de los mejores. La historia es conocida: Peter Schlemihl vende al diablo su sombra -algo que juzga insignificante- a cambio de riquezas sin límites. Se trata de una eficaz transacción comercial pulcramente llevada a cabo. Pero esa sombra en la que apenas reparamos -al menos una vez sobrepasados los diez años- es también parte del hombre, y su carencia aparta a Peter irremediablemente de la humanidad. Son múltiples las interpretaciones de la historia de Peter Schlemihl, así como del significado de la "sombra". Para mí, desde que leí por primera vez el relato siendo niña, el Peter Schlemihl es, ante todo, una imagen: un hombrecillo discretamente vestido de gris y cortés en extremo -el diablo- enrolla cuidadosamente la sombra para llevársela en el bolsillo. Casi puedo ver sus dedos largos y finos moviéndose con agilidad mientras pliegan la preciada sombra.

La siguiente proposición también me hace rememorar mi niñez, aunque en este caso sea más debido al autor que a la obra. Se trata de la Historia de un muerto contada por él mismo de Alejandro Dumas padre. (¡No sé cuántas veces habré leído Los tres mosqueteros antes de cumplir veinte años! ¡Cómo me hacía soñar Athos, tan desengañadamente romántico! ¿Quién se puede aficionar a la lectura si no es con escritores como Salgari, Stevenson o Dumas?) Bajo el brillante título, Dumas nos ofrece una historia irónica, mucho más divertida que aterradora. Un muerto es devuelto a la vida para cumplir su satisfacción erótica. El diablo que lleva a cabo el trato -cuyo precio consistirá plausiblemente en el alma del interesado- es un individuo sardónico con cierto gusto por la estadística, o al menos por el recuento, que no sabe ya qué hacer con tanto hombre que se le entrega por las buenas y que, mientras su actual cliente se prepara para realizar sus propósitos, intenta entretenerse leyendo Vidas de santos y se duerme enseguida -después de seis mil años despierto- de puro aburrimiento.

            Para acabar esta primera entrega endemoniada, recomiendo también un diablo de película: Silvia Pinal intentando tentar a Simón del desierto, el estilita de Buñuel, mientras él permanece resistiendo encaramado en su columna. Mi película favorita de Buñuel y, sin duda, la más divertida.

            Si ni aun con unos buenos libros la Navidad se os hace más llevadera, todavía es posible un pequeño consuelo filosófico. Entre el tumulto de los villancicos y las apresuradas compras sin ton ni son; en medio de tanto acaramelado amor al prójimo como las consignas del momento recomiendan, siempre os quedará meditar para vuestros adentros con Sartre aquello de que "el infierno son los otros". ¡Feliz Navidad!

Ana Isabel Rábade Obradó

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