Gnacio Manisco, destinado a una vida de bracero, decide probar suerte en América, cuando comprueba que para su amo -y para Dios- no es más que un piojo, animal del que ni siquiera Noé se había acordado de salvar del diluvio. Gnacio es un hombre de tierra adentro que odia y teme el mar, pero a pesar de ello -voluntad no le falta- emprende la travesía a Nueva York.
En Estados Unidos consigue una pequeña fortuna y decide volver a su tierra, Vigata (lugar imaginario, en Sicilia, donde Camilleri sitúa muchas de sus obras), y comprar una finca donde establecerse. Se enamora de un terreno o más bien de un olivo milenario que hay en el mismo y, aunque la finca está junto al mar, la compra, la trabaja y se construye una casa -una habitación, luego otra y otra más...- sin ninguna ventana al mar, para ignorar su existencia.
Cuando la tierra empieza a producir, Gnacio decide que ha llegado la hora de formar una familia pero ¿quién querrá a un hombre cojo y huraño, de 47 años y sin apenas sociedad con sus vecinos? Para buscar mujer acude a Doña Pina, curandera que recorre la comarca con sus hierbas y que ejerce de celestina ocasional, la cual, tras varios intentos, le enseña la foto de una bellísima mujer, de 32 años, con largos cabellos rubios, de la que Gnacio se enamora perdidamente, sin llegar a comprender cómo una mujer tan joven y tan bella no se ha casado y menos aún cómo va a querer a un viejo cojo y poco agraciado como él. Maruzza Musumeci no se ha casado hasta entonces porque no ha querido y porque tiene una pequeña manía, que Doña Pina cuenta a Gnacio: en ocasiones se cree una sirena y tiene que irse al mar hasta que vuelve a ser humana.
Maruzza y Gnacio se conocen, se aman, se casan y forman una familia entre el cielo, la tierra y el mar, con cuatro hijos, uno astrónomo, otra sirena y otros dos tan terrenales como su padre.
Gnacio asume con la mayor naturalidad que su mujer hable en griego y recite pasajes de la Odisea, que cante, con una voz maravillosa y sin palabras, canciones que él entiende perfectamente, que tenga una abuela de más de cien años que trepa a los árboles y posee una voz tan sensual y seductora como su nieta o que su vecino, Aulissi Dimare, se vuelva loco y se lance al acantilado tras oír el canto de Maruzza.
Andrea Camilleri abandona con esta novela a su Comisario Montalbano, que le ha dado la fama como autor de novela policíaca, para narrarnos una fábula en la que mezcla las historias que le contaba un campesino que trabajaba las tierras de su abuelo, allá en su Sicilia natal cuando era niño, con las mitológicas sirenas de la Odisea, el cuento de La Sirenita, de Hans Christian Andersen y el de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Profesor y la Sirena.
Con un lenguaje conciso, directo y a la vez poético, a través de los ojos de Gnacio, Camilleri nos cuenta como el amor y la voluntad todo lo pueden y cómo no hay que cerrarse a nada ni a nadie, por extraño y opuesto a nosotros que nos parezca, si queremos alcanzar la felicidad.
Manuela Moreno Mancebo