Un dibujante de películas de dibujos animados acude a Pyongyang, donde su compañía tiene el estudio de animación; del mismo modo que otras compañías han asentado sus propios negocios (no todo es Made in China), al tiempo que Corea del Norte es uno de los países que más ayuda humanitaria recibe (aprovechada adecuadamente por los gobernantes para sus propios fines).
Los extranjeros tienen un tratamiento especial: se alojan en grandes hoteles y siempre (salvo los de Naciones Unidas) tienen personas que les acompañan (traductores y guías) sin dejarlos ni a sol ni a sombra, en buena medida para conseguir que vean lo que deben ver e ignoren lo que debe ser ignorado.
Con dosis de humor Guy Delisle nos enfrenta a la realidad norcoreana a través de su vida cotidiana en una Pyonyang nueva (fue destruida totalmente en la guerra de Corea), limpia y aséptica, donde apenas hay gente paseando ni parecen existir los minusválidos. Todo gira en torno a las figuras de los dirigentes del país (Kim Jong-Il y su hijo Kim Il-Sung) hasta límites aberrantes. No será por casualidad que el narrador lleve como libro de cabecera 1984 ("una relectura en el último bastión del estalinismo me hace comprender mejor la sutileza de su anticipación", p. 40), que en algún momento presta a uno de sus acompañantes coreano para que se lo devuelva con embarazosa excusa.
Una excelente historia contada con lápiz y economía de medios que funciona como documental de la realidad de Corea del Norte. Sus vivencias se convierten en una suerte de crónica periodística; aunque en este sentido no llega a los extremos de Joe Sacco (algún día reseñaremos parte de su obra) en la que el propio cómic es el reflejo de sus notas de periodista de campaña y buena parte de sus dibujos el reportaje fotográfico de la noticia.
Lo tenéis disponible en Bellas Artes, cuyo post sobre cómics recién incorporados a su colección me impulsó a hacer una reseña sobre los mismos y a leer éste. ¡Que os aproveche!