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México y sus prolongaciones

Javier Pérez Iglesias - 15 de Julio de 2010 a las 22:53

Este pasado mayo viajé a México por motivos de trabajo. Hacía muchos años que no visitaba el DF, una de mis ciudades favoritas, y me moría de ganas por recorrer sus calles, visitar a los amigos y disfrutar de esa inmensa fuente de placer que es la cocina Mexicana. Así que, después de las mañanas de trabajo, llenas de encuentros interesantes con la comunidad académica y científica de ese país, me reservé el tiempo que pude para caminar. Fue un lujo poder hacerlo con el amigo Ramón Salaberria (que, por cierto, tendrá un libro editado en septiembre, Autodidactas en bibliotecas, flamante Premio de Ensayo SEDIC "Teresa Andrés". Pero de eso hablaremos más cuando se publique). Aunque Ramón vive actualmente en Oaxaca, pasó muchos años en México DF y es un compañero perfecto para recorrer a píe los kilómetros que hagan falta, no parar de hablar y, al mismo tiempo, fijarse en tanto reclamo visual como tiene esa ciudad, tan llena de historias, gentes e ideas.

¡Qué buenos paseos por la Colonia Condesa! Ese barrio tan chic, que parece que tiene salidas de metro a París, Londres o el Buenos Aires de Palermo Soho. En Condesa, México DF y Buenos Aires tienen un punto de encuentro: restaurantes deliciosos, tiendas imaginativas, buenas librerías... Todo un reclamo para el placer de vivir con un escenario de edificios bellísimos y vegetación generosa. Allí viven Daniel Goldin, Karen y su hijo, un bebé tan guapo que parece de cuento y tiene nombre de cuento, Theo. Daniel Goldin, uno de esos editores que sigue disfrutando del placer de leer, que sabe escribir y al que debemos tantos buenos momentos de placer y reflexión. Él es responsable, por ejemplo, de la publicación de la obra de Michéle Petit en castellano, y después de muchos años al frente de las colecciones de Literatura Infantil y Juvenil del Fondo de Cultura Económica, trabaja ahora para la editorial Océano en México, desde donde sigue dándonos alegrías.

El DF esconde grandes sorpresas, para quienes se saben mover o van acompañados por autóctonos inquietos, pero también es mucho lo que muestra al visitante ocasional o acomodaticio. Para empezar, el centro histórico, apoteosis de la Nueva España, paradigma de la colonización española, con su arquitectura solemne y desmedida de prodigioso barroquismo, está levantado sobre Tenochtitlan, el centro del mundo, cuando ese valle era la región más transparente, desde donde se podían ver los volcanes más allá de los canales, los palacios y los templos. Desde los años setenta del siglo pasado, se pueden visitar los restos del Templo Mayor, justo debajo del zócalo, con cuyas piedras se construyeron la catedral y otros edificios emblemáticos de la dominación española.

Por cierto, en pleno centro histórico, en la calle Guatemala 18, se encuentra el Centro Cultural de España en CubiertaMéxico, uno de los buques insignia de la cooperación cultural para el desarrollo que hace el Gobierno de España a través de la AECID. No hay que dejar de visitar este centro, perfectamente insertado en la rica oferta cultural del DF, y no hay que perderse su terraza, buen restaurante con vistas a la catedral, llena de música todos los fines de semana. Exposiciones, talleres, teatro, conciertos... ¡El Centro no tiene fin! En unas recientes obras de ampliación, que le darán mucho más espacio y otra fachada en la calle Donceles, famosa por sus librerías de viejo, se encontraron, en el sótano, los restos de una escuela, dependiente del Templo Mayor, que se han conservado y pueden ser visitados. En esa parte de la ciudad, cualquier obra pública nos conduce a la América Prehispánica y deja un sentimiento de nostalgia por un mundo perdido, que jamás conoceremos, más allá de su impresionante legado.

Pero desde entonces hasta ahora mucho se ha destruido, rediseñado y edificado para dar a la ciudad la imagen deseada por sus élites. Una manera de recorrer esos cambios, y visitar el México de los versos de Sor Juana Inés, de la música de Manuel de Zumaya, de un siglo XIX que mira a París y Viena,  de las vanguardias irreverentes de principios de principios del XX, es leer el muy recomendable libro de Serge Gruzinski, La ciudad de México, una historia. Esta obra es una auténtica biografía de la ciudad que gustará lo mismo a quienes ya la conocen que a los que todavía no. Yo la he leído la regresar del viaje y me ha servido para revisitar edificios, cuadros, objetos, músicas y olores de esa gran fiesta del mestizaje que es el DF. Una cosa muy interesante de Gruzinski es que comienza su obra en el siglo XX, con el muralismo y la modernidad juvenil de las vanguardias, para ir poco a poco hacía atrás, hasta la gran Tenochtitlán y regresar luego a la metrópoli postmoderna y neobarroca que podemos ver hoy en día.

En esta ciudad cargada de historia tuve la suerte de visitar la nueva sede de la UNED, una elegante villa construida entre 1922 y 1923 , que acoge también la Consejería de Educación de la Embajada de España y al Ateneo Español.Cubierta

El Ateneo Español es fruto del trabajo de los exiliados republicanos españoles que, gracias a la generosidad del gobierno de Cárdenas, encontraron en México la hospitalidad que les negaron otros países. Muchísimos exiliados españoles reconstruyeron sus vidas en ese país, en donde murió Cernuda, por donde también pasó María Zambrano, en donde vivió su exilio León Felipe, entre otros miles de personas que representaban lo mejor de la sociedad española de ese momento. Claro que no todos eran famosos, por mucho que sus vidas fueran especiales. Es el caso de Carmen Parga, madre de la actual Presidenta del Ateneo Español, Carmen Tagüeña, a quien tuve el placer de conocer, y que me contó el legado de esa institución. Al separarnos me regaló las memorias de su madre, Antes que sea tarde, y su lectura hizo que la estancia en el aeropuerto y el viaje de vuelta se convirtieran en horas, que me parecieron minutos, de entretenimiento. Es una suerte que se hubiera inventado el libro antes de que entraran en nuestras vidas las horas interminables de espera a las que nos somete el transporte aéreo. Pero ese es otro asunto.

Carmen Parga, una joven que se hace comunista en la España de la II República, deportista, curiosa, inteligente, tiene que partir hacia el exilio con su marido, el también comunista y militar Manuel Tagüeña, al finalizar la Guerra Civil. A partir de ahí, vivirá en la Unión Soviética, en donde pasará la Segunda Guerra Mundial, Yugoslavia y Praga antes de, una vez muerto Stalin, afincarse definitivamente en México. Con Carmen caminamos a través de un mundo convulso, cruel, lleno de guerras, de dolor, pero también de grandes ideales, sin que ella pierda el sentido común al narrar y con el constante gorjeo de su sentido del humor. Da gusto leer este libro, Cartel de la películapor donde desfilan tantos hechos y personajes cruciales para la historia del siglo XX, escrito sin pretensiones, sin que la autora se suba al podio para pontificar. Más bien parece que Carmen Parga se acaba de quitar el delantal con el que ha preparado la comida para la familia y, después de apartar los exámenes de sus alumnos de español, se ha puesto a escribir, rodeada por los ruidos del hogar, sobre una historia terrible que es tan nuestra: el exilio español tras la guerra civil. El matrimonio Parga-Tagüeña tiene que vivir en el régimen soviético durante uno de sus momentos más terribles: delaciones, juicios sumarísimos, fusilamientos, campos de concentración, cárcel... En esas memorias se cuenta el miedo terrible en el que vivían los ciudadanos soviéticos pero se escriben desde el convencimiento de que no todo es justificable (no todos traicionaron a sus camaradas) y de que, por encima de todo, están la dignidad humana y la libertad de pensamiento y expresión.

Entre las anécdotas que cuenta Carmen, está su encuentro, en el año 40, con otra exiliada española, Caridad del Río, que se mueve por Moscú con un coche propio, cosa no muy común en aquellos años de dificultades económicas y colectivismo sin tregua. Años después, sabrá que se trata de la madre de Ramón Mercader, el asesino de Trotski.

Curiosamente, coincidió que después de leer Antes que sea tarde me regalaron El hombre que amaba a los perros, ya reseñada en Sinololeonolocreo por Charo Rodríguez Martí, en donde se cuentan, entrelazadas, las historias de Ramón Mercader y de Trotski. Es una novela entretenidísima, y también muy documentada, que me recordó a la magistral película de Javier Rioyo y José Luis López-Linares, Asaltar los cielos. La película se centra menos en Troski, sólo se adentra en su exilio a partir de su llegada a México y de su relación con Frida Kahlo y Diego Cubierta de la obraRivera, pero cuenta de manera admirable la vida de Caridad del Río y el entramado que se construye, a las ordenes de Stalin, para que Ramón Mercader, empujado por su madre, asesine al revolucionario. Estupenda película en la que se cuentan muchas cosas y se maneja admirablemente la técnica del cine documental.

Y en medio de tantos exilios, ha sido un placer poder leer la entretenida biografía que ha escrito Miguel Ángel Villena de D. Manuel Azaña, Jefe del Gobierno de la República durante el bienio 1931-1933 y tras la victoria del Frente Popular (febrero de 1936). Ciudadano Azaña está escrita para todos los públicos, es de lectura amena y pone al día una de las figuras más destacadas de la historia española del siglo XX. Yo me he enterado de un montón de datos sobre Azaña leyendo con este libro que está escrito desde la admiración pero sin caer en la hagiografía. Es una lectura muy recomendable aunque, como los dos anteriores libros que os comento, tiene momentos de desgarradora tristeza.

Con tristezas y todo, me parece que cualquiera de las obras que aquí he comentado puede daros unos buenos momentos de lectura veraniega. ¡Buenas vacaciones para quienes las comiencen!

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