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Elogiemos ahora a hombres famosos

Ana Isabel Rábade Obradó 19 de Agosto de 2010 a las 08:55 h

Hay libros imprescindibles. En 1936 James Agee y Walker Evans. recibieron el encargo de la revista estadounidense Fortune para hacer un reportaje sobre la vida de una familia representativa de arrendatarios blancos dedicados al cultivo del algodón en el sur del país. Walker Evans era fotógrafo y James Agee un incipiente escritor. En el verano del 36 pasaron tres meses conviviendo en Alabama con tres familias emparentadas entre sí que cumplían las condiciones, pues decidieron que una no era suficiente. El reportaje no llegó a publicarse por decisión de la revista que lo había encargado, pero, tras algunos avatares, el resultado del trabajo de Agee y Evans se publicó en forma de libro en 1941.

No muy conocido en España, Elogiemos ahora a hombres famosos es considerado en Estados Unidos uno de los libros más influyentes del siglo XX. El libro consta de dos partes, fotografía y texto. Ni las imágenes se presentan como mera ilustración del texto, ni el texto es comentario de las imágenes: se trata de dos trabajos sustantivos e independientes, aunque son complementarios y se apoyan entre sí. Si se quiere entender el libro, no hay que hojear, pues, con premura las fotos para apresurarse hacia el texto, sino que hay que dedicarles su tiempo.

 

Walker Evans es uno de los “grandes” de la fotografía. Las imágenes que Evans presenta en el libro son de una belleza áspera. Al igual que sucede con algunos pintores holandeses, la minuciosidad en el detalle cotidiano, la atención puesta en objetos  insignificantes (camas, sillas, botas, escobas, cucharas y tenedores...), producen la sensación entre serena y perturbadora del tiempo detenido. La aparente objetividad documental de sus retratos transmite con lirismo despojado la extraña combinación de miseria y dignidad que habita en la condición humana y plantea, al tiempo, una denuncia. ParaBien vestidos y con sombreros mí, la foto más difícil de tolerar de todas las contenidas en el libro es la de dos caballeros bien trajeados -las botas relucientes, las camisas impecablemente blancas y sombreros de paja- que parecen charlar apaciblemente en el porche de madera de una tienda de esas que conocemos por las películas del oeste. Su opulencia y su limpieza resultan insoportables rodeadas por la suciedad, la miseria, el deterioro, el desvalimiento y la desolación de sus famélicos vecinos. ¿Quién posee mayor dignidad?

El texto de James Agee es muchas cosas a la vez. Por momentos es un documento precisamente descriptivo de unas vidas humanas venidas a menos y sin salida. Estamos en plena Gran Depresión y los aparceros que quizás un día pudieron soñar con otra cosa -el “sueño americano”- dependen para mantener su indigencia de los ricos terratenientes que no regalan nada a sus semejantes. Que las familias retratadas fueran blancas fue una imposición de Fortune, pero resultó en un acierto: no hace falta descender de esclavos marginados, para sucumbir a la marginación y la esclavitud. Basta no poder ser dueño de la propia vida. Agee describe a las personas, refiere al detalle sus pertenencias, sus actos cotidianos, su degradación, sus esfuerzos ocasionales y desesperados -en todo el sentido de la palabra- por mantener la dignidad y su absoluta falta de horizontes. El texto de Agee es, en otros momentos, poético y subjetivo. Agee nos cuenta qué siente él -su emoción, su vergüenza, su indignación, su compasión- y también qué podrán sentir esos seres humanos atrapados en una vida que en modo alguno pudieron desear. Hay listas de objetos y listas de aforismos; reflexiones personales y recomendaciones de libros y piezas musicales; lirismo y objetividad. Y mucho respeto. Es fácil perder el respeto a quien vive en condición degradada.

 

No está de más retener que esos seres mugrientos, avejentados, desdentados, con los pies descalzos y sucios, vestidos con sacos de cereal remendados, que devuelven al observador la· adultos y 3 niños mirada de la derrota y la degradación, eran ciudadanos del país más rico del mundo. Y no hace tanto tiempo: los niños de entonces pueden seguir aún vivos. La Gran Depresión puso a prueba el mito de la prosperidad sin fin del american way of life y demostró que el país de las oportunidades no se las ofrecía a todos por igual, sino que a muchos les reservaba humillación, injusticia y crueldad. Cuando hoy contemplamos imágenes de hombres y mujeres del llamado “tercer mundo” sumidos en la pobreza y la humillación -pues ningún ser humano debería vivir así- tendemos a dar por hecho que esa pobreza les corresponde, que es parte de lo que son. Pero sólo es lo que la pobreza ha hecho con ellos y podría hacer con cualquiera de nosotros.

 

            Alguien quizás se pregunte por el título. Es una cita del Eclesiástico (cap. 44; Agee ofrece el texto en el libro, en la edición castellana en las páginas 471-472), uno de los libros del Antiguo Testamento. En principio, su elección puede parecer pura ironía: los hombres, mujeres y niños de los que se va a tratar son invisibles, insignificantes, los olvidados. El texto bíblico nos habla de los hombres que alcanzaron la gloria por sus obras y de los hombres que son olvidados, y de los hombres justos que serán recordados por la posteridad. La elección del título es también una exhortación a que hagamos visibles a los invisibles y los retengamos en la memoria. Es una reivindicación de la dignidad de la que no se puede despojar a ningún ser humano, por humillada que sea la condición en la que vive. Un hombre humillado sigue siendo un hombre y nuestra mirada desdeñosa no le puede privar de su humanidad.

            Una crítica. Un libro así hubiera merecido una mejor edición al castellano. Por ejemplo, Agee incluye a menudo citas de la Biblia o de otros textos literarios. No hubiera estado de más localizarlas y ofrecer su referencia. En el catálogo de “Personas y lugares” que presenta al comienzo del texto, Agee da pistas sobre algunos de sus autores favoritos, pero no es muy común que un lector de habla hispana haya leído, pongamos por caso a William Blake, e identifique sus citas.

            En 2008 la Fundación Mapfre ofreció en Madrid una exposición retrospectiva de Walker Evans. Para quien le interese la fotografía el catálogo de la exposición puede ser una buena vía para acercarse a su obra. James Agee recibió póstumamente en 1958 el premio Pulitzer por su novela Una muerte en la familia (publicada en castellano por Alianza). Agee fue asimismo un reconocido crítico de cine y autor del guión de dos conocidas películas: La reina de África, dirigida por John Huston (y basada en una novela de C.S. Forester, cuyas novelas protagonizadas por Horatio Hornblower comenté yo misma en este blog) y La noche del cazador, la única película que dirigió el excelente actor Charles Laughton.

 

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Comentarios - 1

Mercedes Jorge

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Mercedes Jorge - 19-08-2010 - 09:36:55h

Sólo con las imágenes de Walter Evans sobran las palabras. Si además podemos documentarnos sobre lo que vemos, evitaremos olvidar lo que no debería seguir ocurriendo. Gracias por la recomendación


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