A muchos rendidos aficionados a las novelas de Jane Austen no les gusta Mansfield Park. No encuentro difícil adivinar por qué: su protagonista, Fanny Price, no resulta nada simpática a golpe de vista y no es fácil identificarse con ella, a diferencia de lo que ocurre en sus demás novelas. Fanny es tímida casi hasta la hosquedad, su rectitud moral le da derecho a juzgar a todo el mundo (¡encima casi siempre acierta!) y es decididamente mojigata. Las protagonistas de Austen no carecen nunca de defectos -suelen andar sobraditas de orgullo y confían demasiado en sus propias opiniones, lo que a menudo les gasta malas pasadas- pero tampoco les falta encanto. Fanny es fundamentalmente antipática. Parece, sin embargo, que era la preferida de la propia Jane Austen, que la bautizó con el nombre de su sobrina favorita.
A mí, esto de identificarse con el protagonista me recuerda a cuando mi hija Inés era pequeña (ahora tiene once años, así que me refiero a muy pequeña) y siempre preguntaba al comienzo de una película quiénes eran los buenos: no quería cometer el “error” de identificarse con los malos que, de acuerdo con la habitual justicia fílmica tan alejada de la realidad, siempre recibían al final su merecido. La identificación con el protagonista tampoco sé muy bien a dónde nos conduciría: asesinatos, traiciones, crueles venganzas, humillaciones y abusos, violaciones... ¿qué actos no llega a cometer el protagonista de una novela? Austen es una novelista demasiado inteligente y demasiado buena como para convertir sus obras en películas facilonas de “buenos y malos”, como para creer que sólo las perfectas heroínas y los atractivos caballeros con los que las perfectas heroínas soñarían, merecen ser los protagonistas de sus novelas. Fanny es antipática -y de sobra lo sabe Austen- y Edmund, su amor, un soso que se deja embelesar durante la mayor parte de la novela por la encantadora arpía de Mary. Pero probablemente Mansfield Park es -con permiso de Emma- lo mejor que escribió Jane Austen.
Mansfield Park es la novela más compleja que escribió Austen. Sus personajes son más ambiguos: no sólo los “buenos” tiran a antipáticos, sino que algunos de los “malos” son realmente encantadores -!caen mejor!- y poseen verdaderas cualidades, aunque terminen por malograrlas. La acción se centra menos en la protagonista y se reparte más entre los diversos personajes. Es mucho más difícil resumir qué nos quiere decir Austen con ella y la ironía tan característica de la escritora lo dificulta aún más (me parece un insulto a la maestría de Austen pensar que Fanny es antipática porque “le sale mal”: quiere que resulte así). En definitiva, posee esa maravillosa ambigüedad de la verdadera novela, que la aleja de un mero cuento moral y la convierte en un medio privilegiado para profundizar en el conocimiento o revelar nuestra ignorancia sobre enigmático ser humano. A este respecto, no hay que olvidar la inmensa contribución de Austen al arte de la novela. Para valorarlo, basta una pregunta: ¿a qué autor anterior o incluso contemporáneo de Austen podemos seguir leyendo con tanta naturalidad?
Las novelas de Austen sólo son en un sentido muy superficial novelas de amor de la gentry británica. A quien lo dude, le propongo que lea el comienzo de La abadía de Northanger: Catherine, su protagonista, se crió como un chicazo y, después de haber tenido diez hijos, su madre sigue gozando de excelente salud. Es decir, Austen, maestra inigualable en el arte de dar comienzo a una novela, nos deja claro que no estamos ante la clásica huerfanita lánguida que protagoniza las novelas rosas, manifestando con elegancia su intención paródica. Las obras de Austen tampoco son, a mi entender, irónicas novelas de costumbres. El “tema” de Austen es siempre el conocimiento: el conocimiento de los otros y de uno mismo. También podríamos decir que es, más precisamente, el desconocimiento. Todos nos equivocamos continuamente al juzgar a los demás e incluso erramos en el conocimiento de nosotros mismos. No sabemos leer adecuadamente ni en los demás ni en nuestra propia intimidad. No sabemos hacerlo porque, casi siempre, las apariencias engañan y nuestros actos y palabras son, a menudo, una pantalla que nos oculta y nos vela.
A partir de aquí podemos entender Mansfield Park como una novela característica de Austen, de una Austen madura que domina mejor sus recursos. Por ejemplo, el que los “malos” sean más simpáticos que los “buenos” es una manera convincente, aunque tal vez inusual, de mostrar la tendencia humana a juzgar mal sobre los demás fundándonos en las apariencias. El argumento se dirige al propio lector. El carácter retraído y pasivo de Fanny es también un excelente recurso: una persona así es más difícil de conocer, puede resultar antipática y arrogante por pura timidez y es fácil valorarla en menos.
Hay una crítica hacia el carácter de Fanny más justificable que su falta de atractivo: no evoluciona, sino que permanece en sus trece de principio a fin. Esto rompe con el esquema clásico de las novelas de Austen, en las que una mujer joven, que cree saber de qué va el mundo, madura al descubrir hasta qué punto se equivocaba y qué poco conocía a los demás y a sí misma. La madurez coincide con el autoconocimiento y el feliz matrimonio. En Mansfield Park el tema de fondo de Austen no deja de ser el mismo que en todas sus novelas: qué difícil es comprender a los seres humanos y qué fácil es equivocarse al respecto. Sólo que, en este caso, se le da la vuelta: en vez de una protagonista que se equivoca, tenemos a todos equivocándose con respecto a la protagonista.
Resulta interesante considerar el papel que Austen concede en Mansfield Park a la truncada representación de una obra teatral. El teatro es palabra y acción y, para Austen, ni la una ni la otra desvelan la verdadera personalidad, sino que la ocultan. Un buen actor es, además, alguien que sabe fingir mejor. La crítica al teatro es, por último, toda una declaración de la superioridad de la novela: frente a la exterioridad del teatro, la novela sabe profundizar en la subjetividad de los caracteres.
Hay otro punto conflictivo en Mansfield Park, y es la referencia de pasada al esclavismo (el tío de Fanny, Sir Thomas, tiene que resolver unos asuntos en su plantación en Antigua) y no hay ni sombra de un apunte crítico. ¡Vaya sorpresa! ¡Descubrimos que Austen es francamente conservadora! ¡Pero si siempre lo es! Las heroínas de Austen no son mujeres bobas e indefensas, ni carecen de juicio propio. Son mujeres inteligentes. Pero nada revolucionarias. Aceptan el papel harto secundario que la sociedad de la época les adjudica (un buen matrimonio), aunque redefinan en qué consiste hallar un buen marido (más una cuestión de afinidad y buenas costumbres que de posición económica). Además, Austen, por lo general, siempre critica el arribismo de quienes quieren escalar por encima de su posición social (aunque Fanny es una de las excepciones); es decir, acepta la división de clases sin rechistar. En sus novelas, los personajes de las clases populares tampoco destacan más que como parte del decorado (la nobleza, aun la pequeña, necesita criadas y lacayos, y poco más).
No me gustan las adaptaciones cinematográficas o televisivas de Austen. Ninguna. Quien quiera conocer verdaderamente a Austen no debe fiarse de ellas. Convierten invariablemente sus novelas en historias pasablemente rosas con toques de comedia de costumbres. Les privan de su aguijón. Es demasiado común leer a Austen como una adorable solterona que narra con estilo romances en la campiña inglesa y los adereza con toques de ironía para avivarles el gusto. A quien considere esto le sugiero que lea los primeros intentos literarios de la autora en su juventud -al menos de Amor y amistad y Lady Susan sé que hay versiones en castellano-, así como la correspondencia con su hermana Cassandra. Austen era, por naturaleza, un espíritu mordaz, y sus primeras obras apuntan a la sátira salvaje y despiadada. Aprendió a atemperarse y de la ferocidad de su ironía sólo quedan muestras en algunos personajes secundarios francamente grotescos y en ciertas pinceladas.
Por cierto, y si puedo aportar un tanto a destiempo mi opinión a la “polémica Darcy” que arreció en este blog hace tiempo, Colin Firth es un buen actor pero es blandito como un osito de peluche (es una cuestión de “físico”, no lo puede evitar) y traiciona al personaje de la Austen: cuando debería resultar altivo, a mí me da la impresión de estar enfadado. Como Fanny, Darcy también tiene que resultar de primeras algo antipático y envarado. Las apariencias engañan...