Dicen que es un pez, paradigma de lo frío y resbaladizo. Es verdad que un vistazo a su plano, o a una imagen aérea, lo deja patente: parece un delfín (pez, sí, pero de sangre caliente).
El amor entre esta ciudad y el agua es tan grande que, a veces, adopta un carácter peligrosamente invasivo..., por parte del mar.
Todos hemos oído hablar de ella por los peligros que le acechan, por el capricho de sus formas, por haber dado cobijo a tantos personajes famosos, por no dejar de inventar glamour a pesar de que, cada día, es tomada por batallones de "turistas de asalto"... Pero esta ciudad tiene mil maneras de resistir las invasiones (dicen que nació como refugio de quienes huían de los bárbaros) y ha sabido tensar su historia con una decadencia contada y "retransmitida" desde, por lo menos, el siglo XVIII.
Mi devoción por Venecia es tan antigua como aquella pequeña figurita de cristal que me subyugó desde muchos antes de poder (más bien de que me dejaran) tocarla. ¿No es enternecedor que lo más típico en un lugar tan unido al agua sean el cristal o los encajes? En fin, como dice Jan Morris, en su fascinante Venecia, la mayor parte de las producciones de cristal de Murano son bastante feas (estoy de acuerdo con ella, aunque sigo añorando aquella figurita y me haya hecho con algunas otras que son, me parece a mi, la excepción). El libro de Morris es una maravilla, una mezcla deliciosa de historia, anécdotas personales y observación aguda, todo ello presentado con un humor un poco distante. Es decir, elegantísimo. De todos los libros de viajes sobre Venecia mi favorito es este y nunca le agradeceré lo suficiente a mi amigo Doctor Click haberlo encontrado y habérmelo regalado cuando era una obra agotadísima (ahora vuelve a estar disponible en una edición de bolsillo).
Cuando viajó por primera vez a Venecia, Jan Morris se llamaba James Morris y era el final de la década de 1950. Unos años después comenzó su cambio de hombre a mujer y pasaría por tratamientos, operaciones, divorcio... Lo bonito es que en marzo de 2008 volvió a casarse con su antigua esposa. Esta vez como pareja de mujeres (y que rabie La puta de Babilonia).
Casi todos los libros que hablan sobre Venecia cuentan las mismas cosas pero eso no quiere decir que todos sean iguales. Es más, el compartir anecdotario hace que algunos brillen con más intensidad. Es el caso de Venecia observada de Mary McCarthy, con las divertidísimas relaciones entre la escritora y sus "casi invisibles" caseros. Además, sus páginas están traspasadas por la pintura veneciana y sus principales maestros: Los Bellini, Giorgione, Tiziano, Tintoretto, Veronés... Fue por la McCarthy por quien me enteré de que Stendhal no llegó a sufrir en Venecia. Le dio lo mismo y salió corriendo hacia Parma.
Muy original en su manera de ordenar la información, Tiziano Scarpa apela a todos los sentidos (y a algunas partes del cuerpo) para repasar la quintaesencia de la Serenísima en Venecia es un pez: una guía. Como en todas mis semblanzas favoritas sobre la ciudad hay aquí una mezcla logradísima entre la historia (tan cargada en este rincón del mundo) y lo cotidiano (lleno de exotismo tras la fachada de lugares comunes).
Tampoco puedo dejar fuera de mi crónica la guía de Acento-Gallimard, tan llena de ilustraciones y datos, sobre todo porque es la que me acompañó cuando fui a conocer Venecia, enamorado perdido de ella y de mi acompañante.
Aunque para mi, la guía por excelencia es una de la editorial Storti, Venecia dentro y fuera, que me trajo una de mis hermanas (la primera persona cercana en ir a Venecia) y que está llena de maravillosas fotos setentonas. Mis favoritas son las de acqua alta porque aún recuerdo como me fascinaba (y horrorizaba) el peligro de hundimiento en el que se sostiene la ciudad.
Hay dos obras ilustradas que merecen un comentario especial. Una es la deliciosa This is Venice del dibujante checo M. Sasek que se editó en 1961 y ahora ha sido reeditada. Sus ilustraciones son como un decorado de mi infancia.
La otra joyita ilustrada es de publicación reciente, Venecia cuaderno de viaje (Anaya Touring Club). Una selección de las imágenes de siempre (lo bueno de Venecia es que te sirven las guías de hace 20, 30 o más años porque las vistas siguen siendo las mismas) aunque, en este caso, los paisajes están hechos con acuarelas. ¡Qué mejor que una pintura al agua para retratar a este prodigio de la luz, a esta apoteosis de mármoles y escenarios! Este libro me llegó como regalo de una buena amiga que prefiere permanecer en el anonimato.
La cantidad de obras literarias que tienen a Venecia como protagonista, o como telón de fondo con presencia en casi primer plano, es inagotable. La primera que se me viene a la cabeza es La Muerte en Venecia de Thomas Mann. Y, por si fuera poco, contamos con la versión cinematográfica de Visconti.
Uno no puede dejar de asociar esa ciudad con la muerte, entre otras cosas porque el cementerio de San Michele está lleno de visitantes ilustres: Erza Pound, Stravinski, Diáguilev, Joseph Brodsky... Este último escribió su maravillosa Marca de agua como homenaje de amor a Venecia.
Otro escritor inevitablemente unido a Venecia es Henry James, que le dedico algunos ensayos, Horas venecianas (Abada editores), y en cuya novela Los papeles de Aspern los canales sirven de marco a una historia de obsesiones y deseos ocultos, bajo la capa de una sociedad muy formal.
Y es que Venecia, siempre ha tenido esa vinculación con lo simulado, con la apariencia, con lo teatral (no hay más que echar un vistazo a su arquitectura) y con la ópera. ¿No fue allí donde Wagner quedó fascinado una noche por el canto de un gondolero y se inspiró para algunos maravillosos pasajes de Tristán e Isolda?
A partir del incendio que destruyó en 1996 el Teatro de la Fenice, se articula La ciudad de los ángeles caídos de John Berendt. El autor se convierte en un excepcional detective que rebusca en la sociedad veneciana, y en los sucesos en torno al desastre, sin olvidar la densa historia que viste a Venecia de galas y harapos.
No puedo despedir mi particular recopilación de literatura sobre esa ciudad sin nombrar La Pasión de Jeannette Witerson y las visiones, sueños e imágenes que despliega Marcel Proust en A la busca del tiempo perdido.
Quizá Venecia sea sólo una imagen que alguien nos contó o pintó.
Javier Pérez Iglesias