"No son los camorristas los que persiguen los negocios, son los negocios los que persiguen a los camorristas. La lógica del empresario criminal, el pensamiento de los boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria sobre cualquier competidor" (p. 130/131)
Gomorra se inicia con la apertura por error de un contenedor en el puerto de Nápoles que contiene decenas de cadáveres de chinos que han pagado una cuota mensual para ser enterrados en su ciudad natal. Se cierra con un "viaje" a los vertidos tóxicos de todo tipo y procedencia que llenan las aguas y las tierras de la Campania (y buena parte de países pobres), se mezclan con materiales de construcción o sustituyen -con subvención incluida- a productos agrícolas destruidos como excedentes por la Unión Europea (para contribuir a mantener el libre mercado) dejando en los que los manejan o conviven con ellos secuelas permanentes.
Entre ambos momentos, se analiza el mundo de la Camorra (diferente en muchos aspectos al de la Mafia) con profusión: sus estructuras, sus ramificaciones, sus modus operandi, sus guerras, hasta sus imitaciones de los iconos del cine. Y sobre todo sus negocios, cuya base se asienta en el cemento (¡qué extraño!) y en las basuras de todo tipo, aunque llega a todos los ámbitos (arsenales de los antiguos países del Este incluidos) y lugares (España está muy presente). Una gran recopilación de datos y nombres (en algunos momentos, sobre todo al principio, es difícil seguirla) incluyendo direcciones (alguna en Madrid).
Puede resultar extraño (amén de la amenaza de muerte que pesa sobre Saviano) que yo diga que lo que creo que en realidad está haciendo más que desmontar a la propia Camorra es poner al descubierto y denunciar la explotación del hombre por el hombre, el ansía de poder y del éxito económico a cualquier precio... que es lo que identifica a la sociedad en la que vivimos, en la que "La mercancía tiene en sí misma los derechos de circulación que ningún ser humano podrá tener jamás" (p. 17) y de la que podríamos decir -si lo tuviera- que su corazón está podrido.
No quedan bien parados (por decirlo de manera suave) las grandes firmas de moda (p. 38-41), los periodistas (que buscan "lo peor posible en el menor tiempo posible" p.141, no aparecen ante situaciones históricas o se convierten en altavoces de los camorristas), las empresas implicadas en deshacerse de cualquier manera de sus vertidos tóxicos, las que se aprovechan del poder intimidador para vender más... ni siquiera su propio padre (p. 186-190).
Porque Roberto Saviano no nos habla desde una torre de marfil desde la que contempla un territorio desconocido o recién inventado. Nos habla en primera persona, a veces con rabia, siempre ligando con maestría los pensamientos, interpretándonos gestos y símbolos que no vemos, porque él ha vivido lo que cuenta, lo ha respirado, ha acudido con su Vespa a los lugares donde estaba sucediendo, ha visto y olido la sangre ("toda la sangre no tiene el mismo color", p. 137), contemplado los restos tras cada hecatombe, se ha introducido en casas clausuradas por la policía, ha asistido a los juicios y a los entierros, ha analizado los materiales periodísticos y judiciales, ha conversado con periodistas que le pedían consejo, con miembros de diferentes escalas de la estructura camorrista, frecuentado los mismos lugares, ha trabajado en sus empresas de construcción, ha convivido con ellos... desde que nació ("Tres mil seiscientos muertos desde que nací", p. 138. Tiene 31 años).
Me parecía que toda aquella sangre vista en el suelo, perdida como por un grifo pasado de rosca, la había recuperado yo, la sentía en el cuerpo (p. 139)
Saviano se resiste a olvidar y quiere resaltar la no culpa de quienes una vez muertos se ven abocados a mostrar su inocencia. En ocasiones los rescata de la escueta línea de un periódico que relata su muerte, para hacerlos tridimensionales, situarlos en el tiempo y en el espacio, llenos de ilusiones y desengaños, de historia y emociones, de sangre viva... en definitiva para reconstruir su dimensión de personas.
Os podéis preguntar de dónde viene el título de la obra. Además de las personas que han desaparecido sin ser protagonistas voluntarios menciona también a los que alzan la voz ante lo que sucede. Entre ellos está un cura, don Peppino Diana (curiosa es la forma que tienen los camorristas de hacer compatible su actividad con la religión católica) que publica un extenso texto denunciando todo lo que sucede y acaba siendo asesinado. Uno de sus amigos escribe a su vez un discurso para honrarle, en el que hace referencia a Sodoma y Gomorra y a la mujer de Lot, afirmando que la tierra en la que viven es Gomorra y conminando a mirar:
"Hemos de correr el riesgo de convertirnos en sal, hemos de volvernos a mirar lo que está ocurriendo, lo que se cierne sobre Gomorra, la destrucción total donde la vida se suma y resta a vuestras operaciones económicas" (p. 269).
En uno de los fragmentos más significativos de la obra se refiere a Pasolini y su "Yo sé" (Aparece en "Il romanzo delle stragi", dentro de Scritti corsari). Se acerca hasta su tumba y allí crea su propio "Yo sé" del que incluimos principio y final (puede leerse completo en la segunda noticia de esta dirección URL):
"Yo sé y tengo las pruebas. Yo sé dónde se originan las economías y de dónde toman su olor. El olor de la afirmación y de la victoria. Yo sé qué exuda el beneficio. Yo sé. Y la verdad de la palabra no hace prisioneros, porque todo lo devora y de todo hace una prueba..." (238)
"Yo sé cuál es la verdadera Constitución de mi tiempo, cuál es la riqueza de las empresas. Yo sé en qué medida cada pilastra es la sangre de los demás. Yo sé, y tengo las pruebas. No hago prisioneros." (244)
En realidad condensa la esencia de esta obra, entronca con el discurso mencionado anteriormente y nos invita a no estar callados. Así sea.