No sólo de novelas se alimenta el apetito lector. Están otros géneros que nos proporcionan placeres y, entre ellos, el ensayo es uno de mis favoritos. El libro que traigo hoy a Sinololeonolocreo es uno de esos ensayos que cumple la doble función de activarnos mentalmente y hacernos disfrutar. Su autora, una antropóloga de la lectura, es tan delicada en sus observaciones y en el encaje en el que las presenta, que produce, a partes iguales, placer estético y efervescencia intelectual.
Una infancia en el país de los libros de Michèle Petit es un libro de memorias de infancia y juventud. La autora se interroga a si misma tal como lo ha hecho con distintos grupos de jóvenes y niños de poblaciones desfavorecidas.
Su interés no está centrado en cuánto se lee, ni en qué se lee (en el sentido de ajustarse a un tipo de canon) sino en las transformaciones que propicia la lectura. La clave está en cómo las personas nos apropiamos de los textos y los utilizamos para construirnos.
Michèle Petit, tiene una formación en sociología, lenguas orientales y psicoanálisis pero, desde hace años, trabaja en un campo que podemos denominar "antropología de la lectura". Es investigadora del Laboratorio de Dinámicas sociales y Recomposición de los Espacios (LADYSS) del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) de la Universidad de París I (Francia).
Desde los años 90 sus investigaciones han estado centradas en la lectura tras coordinar una investigación sobre los lectores en el medio rural (Lecteurs en campagnes: les ruraux lisent-ils autrement?. Paris, Centre George Pompidou, 1993) al que siguió otro trabajo sobre el papel de las bibliotecas en la lucha contra la exclusión (De la bibliothèque au droit de cité. Paris, Centre George Pompidou, 1997). En ambas obras se manifiesta el interés de Petit por dar voz a los protagonistas, los lectores.
Ya en castellano, se publicó Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura (México: Fondo de Cultura Económica, 1999) dentro de la colección "Espacios para la lectura" y en esa misma editorial, y en la misma colección, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público en 2001.
En los últimos años, ha profundizado en el análisis de la contribución de la lectura en la construcción o la reconstrucción del yo, y está muy próxima la publicación en castellano de un estudio sobre la lectura en tiempos de crisis.
Los trabajos de Petit se alejan de esa preocupación tan común, y por otra parte estéril, sobre si las personas son buenas o malas lectoras. Es más, ella ayuda a desenmascarar esos discursos que, bajo una aparente preocupación por el derecho a la cultura, esconden mucha prepotencia y una alta dosis de clasismo. Esa necesidad de reglamentar lo que es una buena lectura, ese afán por imponer un canon, y un método único para acceder a él, es la mejor manera de convertir la lectura en un ideal hueco. Sus libros están muy lejos de las recetas para que se lea más o de las técnicas para animar a quienes no leen. Sin embargo, lo que esta investigadora desvela es todo lo que la lectura ha hecho para que quienes se han expuesto a ella se hayan podido construir como sujetos.
Con la delicadeza de su observación (antropológica y psicoanalítica) se adentra en los lugares en los que parece no haber espacio para leer, donde los libros no abundan o existen sólo fuera del hogar (en la biblioteca o, con suerte, en la escuela). Es allí, en los barrios desfavorecidos de las ciudades francesas, o de cualquier lugar en donde habita la exclusión, en donde Petit ha encontrado personas a las que la lectura ha transformado. Así, la cultura, el arte, se nos aparecen como algo verdaderamente esencial. Ella no establece una contraposición entre lo supuestamente útil (las lecturas formativas, que ayudan a tener una profesión o permiten alcanzar un título en la enseñanza reglada) y lo aparentemente inútil (la poesía, las novelas...) sino que investiga hasta que punto las palabras pueden ayudarnos a pensar nuestra propia vida. Desde ese momento, la cultura deja de ser un adorno y se convierte en un derecho y una necesidad.
En sus estudios, liberados por igual de las estadísticas y del constante soniquete de "cada vez se lee menos", encontramos sugerentes análisis de cómo nos construimos a partir de los textos. Pero también, y eso es muy importante para todos los que trabajamos en relación con la lectura, se adentra en todas las resistencias que las personas, no sólo jóvenes y niños, desarrollan frente a la lectura. Es a partir del reconocimiento de esas poderosas razones para no leer como podremos actuar para ofrecer lecturas.
Su obra, en definitiva, trasciende el lamento de que los jóvenes no leen para constatar, dándoles voz a ellos mismos, lo que la lectura les proporciona. A veces, los textos que sus protagonistas relatan como significativos para sus vidas no entran dentro de lo que consideramos "buenas lecturas" o si lo son, su manera de apropiarse de ellos se distancia de lo que sería una "experiencia culta".
Los textos de Michèle Petit son importantes para todos los que trabajamos como mediadores entre las personas y la lectura porque sus investigaciones nos dan idea del papel que podemos jugar y nos muestran como, a veces, estamos situados en un lugar privilegiado para actuar. Son muchos los jóvenes y niños entrevistados que recuerdan a un bibliotecario o a una maestra que les supieron "llegar" y les proporcionaron unos libros, unas lecturas, que les sirvieron para crearse un espacio propio. Como mediadores, podemos, en determinadas circunstancias, ser capaces de aportar poderosas herramientas para la resistencia y la superación de situaciones difíciles.
El libro que nos ocupa, Una infancia en el país de los libros, está escrito como unas memorias lectoras, una investigación en la que el tema es la propia autora que, ya en la primera página declara: "Todo trabajo "científico" es una autobiografía disfrazada". Siempre se insiste en lo importante que es escribir bien, especialmente cuando se trabaja en el campo de las humanidades o las ciencias sociales, pero no es fácil encontrar obras como ésta en la que al interés profesional, para cualquiera que trabaje en el mundo de la cultura, se une la posibilidad de disfrutar con lo que leemos.
La niñez de Michèle Petit no tiene nada de lo que podemos encontrar en las personas sobre las que ha construido sus estudios previos. Ni procede de un medio desfavorecido (su familia pertenece a una clase media consolidada desde sus abuelos) ni en su hogar encuentra resistencias a la lectura (al contrario, la casa está llena de libros y ella es alentada a mirarlos y, cuando llega el momento, a leerlos). Sin embargo, Petit se reconoce como una persona frágil y es desde esa fragilidad, desde la reconstrucción de sus miedos infantiles y de sus inseguridades de adolescente, donde se produce la conexión con las lecturas como lugares de refugio, de sanación y de protección. La adversidad no sólo toma la forma de la pobreza, aunque ésta conforme una de las circunstancias en las que es más fácil que todo vaya mal.
La autora nos habla de lo que le pasaba con lo que leía, con lo que no podía leer, con lo que se suponía que debería leer y con lo que nadie sospechaba que leía. Chozas, Osos y lobos, Cantos, Letras, Dios, Amigos, Lo lejano, Pasadizos secretos, Felicidad de las imágenes, Antiguos y modernos, El mundo, Infierno, Liceo, La Comedia Francesa, Américas, Paisajes interiores, Divagaciones, Los estudios "extramuros", Atravesando el abismo, Muy bellas horas y Escribir, son los sugerentes títulos de los 21 capítulos en los que se estructura esta obra, junto con un prólogo y unas palabras introductorias "A los lectores en lengua española". Todo esto en 121 páginas que demuestran que un libro no tiene por qué ser largo para contar muchas cosas.
Es importante señalar, en el caso de la difusión en castellano de la obra de Michèle Petit, el importante papel que ha jugado su editor en esta lengua, Daniel Goldin. Primero como director de la colección "Espacios para la lectura", de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, en donde encontramos los dos títulos citados más arriba. Esa colección, cargada de aportaciones imprescindibles de diversos autores, tiene su continuación en "Ágora" de la editorial Océano. Goldin es de esa rara especie de editores que está más empeñado en crear lectores que en publicar libros aunque, esto último, lo hace con un alto grado de perfección.
Javier Pérez Iglesias