En algún momento en este blog alguien tenía que decidirse a hablar de libros que no le han gustado, inaugurando así El índice. Sea.
Un hombre divorciado, sin familia, de natural insociable y al borde de la ancianidad, tiene un accidente de bicicleta, le cortan una pierna y parece lógico que le cueste encajarlo. Se niega a admitir una prótesis y no se siente a gusto con las enfermeras que acuden a su casa a cuidarle. Hasta que aparece ella, Marijana Jokic, una emigrante croata, trabajadora, respetuosa y todavía aceptablemente maciza. Él fantasea con darse un revolcón con ella y apropiársela, a despecho del marido y los tres hijos de ella. Pero como a ella la cosa no le hace, él saca la chequera y pretende pagarle un colegio pijo a su hijo adolescente, además de salir valedor de la hija mediana compensando un pequeño robo.
Él sublima así, con generosidad pecuniaria, sus ganas frustradas de echarle un polvo a la interfecta, que por su parte no sucumbe y mantiene las distancias. No contento con las disensiones que todo ello crea en la familia Jokic, él decide acoger en su casa al hijo de ella, que le sustrae cierta foto de su querida colección. Cuando él acude a casa de los Jokic a pedirles explicaciones, se lleva la sorpresa de que entre todos le han fabricado un triciclo para que, cojo y todo, vuelva a pedalear por Australia.
Una historia, en definitiva, que, a pesar del morbillo de la desgracia, comienza siendo trivial y sosita, pero que termina resultando patéticamente mala.
¿Cómo? ¿Es posible? ¿Puede ser que se trate de verdad de Hombre lento de Coetzee? ¿Estamos hablando del flamante Nobel de literatura de 2003, ganador además de toda una ristra de otros grandes premios, del sutil, profundo e incuestionable Coetzee, del tímido y parco genio que suscita coros de admiración y riadas de alabanzas entre los críticos? ¡¡Tiene que ser un error, Javier!! ¡Claro! ¿No ves que te has olvidado de Elizabeth Costello, que es la clave, la sal y la pimienta de esta obra maestra?
¡Caramba, es verdad, qué olvido tan imperdonable el mío! No os había mencionado ese grano en el culo que le sale al protagonista con la tal Costello, una supuesta escritora (da nombre a la anterior novela de Coetzee) que parece saberlo todo de todos, que entra y sale de todas partes y que no deja de dar la tabarra al protagonista (y de paso al lector) con consejas y manipulaciones ridículas y arbitrarias sobre lo que debe hacer con su vida. En este orden: primero, tirarse a oscuras a una ciega desdichada; luego, acorralar de una vez a Marijana, y, por último, irse a vivir con ella misma a Adelaida una vida plácida y casta de viejecitos conversadores (a propósito, menudas conversaciones planas y soporíferas que mantienen ellos dos; no me extraña que él le de puerta). Francamente, habría resultado mejor que además de Costello hubiera aparecido Abbott.
¡¡¡Pero Javier, parece mentira!!! Que una persona culta como tú (mucho menos de lo que pueda parecer) no haya sabido captar el profundo significado simbólico e intertextual que apareja la irrupción de la Costello... El argumento que has resumido, con demasiada... ironía, es una mera excusa argumental. Esta novela no va de eso. ¿No te das cuenta del juego sutil entre el autor y sus personajes que está teniendo lugar? ¿No eres capaz de apreciar la creación literaria fraguándose ante tus ojos? ¿No percibes acaso que Costello nos desvela el proceso mental creador de Coetzee y enfrenta al protagonista con sus propias indecisiones y falsedades, mostrando con ello a ras de tierra cómo en él se refleja la pulsión sexual, el miedo a la soledad, la necesidad de cariño y la profunda confusión mental que anida en todo ser humano?
Cada uno es libre de interpretar lo que le parezca. En mi criterio, para semejante viaje no necesitábamos tales alforjas. Tú, alter ego imaginario, mi Abbott particular, no me quitas la idea de que Hombre lento es un ejercicio de lo más pretencioso, aburrido y fallido que han tenido ocasión de leer mis ojillos pecadores.
¿Será, me pregunté, la llamada "maldición del Nobel", el "síndrome de Estocolmo", el "beso de la muerte" de los premiados con el máximo galardón mundial de las letras, que, con tanta frecuencia, silencia sus carreras, les hace escribir gilipolleces o criar malvas por la vía rápida (descanse en paz Harold Pinter)? Un mal libro lo tiene cualquiera, me dije. Es tan fácil como que acudas a algún libro anterior a la concesión del Nobel para que las escamas caigan de tus ojos y veas esa verdad reconocida universalmente, el talento genial de ese sudafricano nacionalizado australiano, al parecer aficionado a la bici, que es Coetzee.
Tenía por casa otro par de libros de él que tampoco había leído. Uno de ellos es un libro de ensayos, Contra la censura. Lo hojeo y, sinceramente, no me dice nada. Bastantes tópicos, opiniones tibias. Lo dejo. Igual lo suyo es la novela. Me decido por hincarle el diente a Foe, una "reescritura" (eso dicen) del clásico de Defoe Robinson Crusoe, con la novedad de una mujer que irrumpe en la isla y altera la paz perfectamente viril de Robinson y Viernes.
¡Con lo que yo me divertí hace poco con la parodia del Robinson Crusoe, también por cierto con irrupción femenina (anterior en 15 años a la de Coetzee), que lleva a cabo Lem en Vacío perfecto! Reconozco que algunas (bastantes) páginas de Foe he terminado leyéndolas en diagonal, porque era algo así como tener delante una suerte de versión previa de Hombre lento. Me ha parecido un peñazo en toda regla, un fraude intelectualoide sólo apto para mentes impresionables por una pretenciosidad supina. Claro que aquí él era más joven (1986) y resulta más explícita su intencionalidad "posmo" e intertextual: "En toda historia siempre hay, en mi opinión, algún silencio, alguna mirada oculta, una palabra que se calla. Hasta que no hayamos dado expresión a lo inefable no habremos llegado al corazón de la historia" (p. 141). Cursi, ¿eh? Aunque para mí que se define mucho mejor pocas páginas antes: "Tanto usted como yo sabemos... hasta qué punto el escribir no es sino mera divagación". En efecto, lo de Coetzee es mera divagación. Y esto no sería tan malo, e incluso podría ser literariamente valioso, si él no fuera tan aburrido y no tuviera tan poco que contar.
Lo de la intertextualidad, la metaliteratura y el juego entre creador y creatura, que parece tan modernillo, es algo tan viejo como la propia literatura, desde el Génesis al Quijote, pasando por la Odisea y ese maravilloso repertorio de historias dentro de una historia que es Las mil y una noches. Teatro dentro del teatro hay en Hamlet, en El gato con botas de Tieck y también en Seis personajes en busca de autor de Pirandello, por poner un ejemplo más cercano en el tiempo que también explota la idea de la vida propia de los personajes ante su autor. Incluso el pesado de Unamuno saca mucho más partido de esta última idea en su Niebla que el archilaureado Coetzee. En literatura vale todo, vale incluso reírse de la novela en la propia novela, como el Tristram Shandy. Vale todo, con tal de que tenga sentido (aunque refleje el absurdo), que destile imaginación, que aporte algo y que no ofenda la inteligencia del lector ni le haga perder el tiempo.
La gente parece ponderar mucho Desgracia y Esperando a los bárbaros. Puede que se trate de dos buenos libros. Yo, por mi parte, ya he tenido suficiente Coetzee y creo que me privaré de semejante placer. El emperador está en calzoncillos.
Coetzee, John Maxwell, El hombre lento. Barcelona, Mondadori, 2005, 259 p.
Javier García García