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¡Es la guerra!

Ana Isabel Rábade Obradó 21 de Diciembre de 2010 a las 09:16 h

¿Cuándo dejaron de resultar heroicas las guerras? Entre las obras literarias más antiguas que conservamos hay muchos relatos épicos que narran las hazañas asombrosas de guerreros heroicos y valientes, paradigmas del honor y la virtud, merecedores de gloria inmortal. La guerra era, quizás, la ocupación más auténtica de todo verdadero hombre, en la que testimoniaba su valía y ponía a prueba su virilidad, y un gran guerrero era, de inmediato, sinónimo de un gran hombre (a las mujeres les correspondía, por lo general, el papel más descolorido y desairado de esperar con paciencia y fidelidad a su testosterónico compañero). La apreciación general de las empresas bélicas cambió de forma sustantiva con la Primera Guerra Mundial: su glamour se desvaneció (excepto para algún fanático de la destrucción) y la exaltación del honor del guerrero cedió su lugar a la execración de la carnicería. 

Hay antecedentes (por ejemplo, Stephen Crane y La roja insignia del valor, ambientada en la guerra civil americana y publicada en 1896), pero la literatura antibélica también se disparó -y nunca mejor dicho- con las experiencias transformadas en novelas de excombatientes de la Primera Guerra Mundial. Por citar algunos ejemplos por ambos bandos: Los generales mueren en la cama de Charles Yale Harrison y Adiós a todo eso de Robert Graves, por los aliados; y Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque y El buen soldado Švejk de Jaroslav Hašek por la coalición de imperios. Esta última es citada por Joseph Heller (catálogo) como la influencia literaria más clara para su novela Trampa 22. El americano Joseph Heller también tenía experiencia en combate como bombardero en un B-25, en el que llevó a cabo sesenta misiones durante la Segunda Guerra Mundial.

           Trampa 22 es una sátira salvaje de la guerra y de algunas cosas más. En Pianosa -una pequeña isla del archipiélago Toscano, situada entre Córcega y la península italiana y muy cercana a Elba- tiene su base el ficticio escuadrón 256 de las Fuerzas Armadas estadounidenses, al que pertenecen el capitán John Yossarian y la mayor parte de los protagonistas de la novela. Sus misiones les llevan al sur de Francia y a la zona de Italia que permanece fiel al Eje, pues estamos en las últimas fases de la Segunda Guerra Mundial en Europa e Italia es un país dividido. La negativa a luchar de Yossarian es el motivo que articula la novela.

            Yossarian ya no quiere luchar. Intenta acogerse a todos los subterfugios que lo aparten de una nueva misión. Al pretender pasar por loco para que le retiren del servicio, incurre en la "trampa 22" (expresión inventada por Heller y que ha hecho fortuna en el mundo anglosajón). Si teme por su vida, prueba con ello su cordura y, por tanto, su aptitud para volar. Sólo los locos combaten sin temor y, por lo mismo, sólo ellos podrían ser apartados del servicio, pero no quieren, pues están locos. La situación no tiene salida y todos siguen volando. Las paradojas de una lógica circular y sin escapatoria abundan en la novela como otros ejemplos de la "trampa 22".

            La pescadilla que se muerde la cola -la "trampa 22"- es algo más que una paradoja ocasional: simboliza la circularidad opresiva que domina nuestras vidas. Quienes dicen defender nuestras vidas nos fuerzan a menudo a arriesgarlas y sacrificarlas de forma absurda -militares y políticos que sólo buscan la gloria o cumplir con un necio sentido del deber-. Para luchar por la Libertad (con mayúsculas) se nos exige que renunciemos a ejercer nuestra propia libertad, excepto en aquello que resulta insignificante. Se nos exhorta a defender el provecho de unos pocos y a garantizar su libertad de hacer negocio asegurando que con ello todos saldremos ganando, pero nunca disfrutamos del reparto de las ganancias que ayudamos a generar. El ejército y el poder, la burocracia, el capitalismo y el "libre" mercado -representado por el hilarante Milo Minderbinder, que no duda en acordar con los alemanes por un precio conveniente el bombardeo de su propio escuadrón en nombre de un beneficio "en el que todos participan"-, nada sale ileso de la mirada corrosiva de Heller.

            Trampa 22 fue acogida desde su publicación con división de opiniones. Para algunos críticos es una obra embarullada y confusa de interés meramente circunstancial. Para otros, una de las novelas imperecederas del siglo XX. El momento en que se publicó -1961- favoreció su popularidaPrimer plano de aviadord. "Yossarian vive" se convirtió en un slogan contra la guerra del Vietnam. Para quien disfrutó de la serie televisiva M*A*S*H o de la película de Robert Altman que le dio origen, ambas deben mucho a Trampa 22 (de la que, por cierto, hay también una versión cinematográfica, que yo no he visto, con un muy adecuado Alan Arkin en el papel de Yossarian). Lo que se ha debatido es el auténtico valor literario de la novela de Heller. 

            Por momentos muy divertida, y en otros dramática, la lectura de Trampa 22 es fácil, pero la estructura de la novela es compleja. No sigue un hilo temporal lineal, ni se nos narran los acontecimientos en orden de principio a fin (por poner un ejemplo anecdótico pero significativo, casi hasta el final de la novela no nos enteramos de que el nombre de pila de Yossarian es John). El hilo narrativo se corta constantemente para detenerse por un tiempo en sucesos e historias subsidiarias de la narración principal y, sobre todo, para seguir a algunos personajes durante un trecho. Se dan por sabidos acontecimientos -como el que movió a Yossarian a negarse a seguir luchando- que desconocemos y que se van retomando una y otra vez hasta desplegarse completamente ante nuestros ojos. Pero, a pesar del tono desenfadado y de las idas y venidas por el relato, la estructura narrativa es rigurosa y construye in crescendo un climax que nos explica en qué momento y por qué Yossarian no quiso seguir luchando y qué posibilidad real tiene de eludir la guerra.

            "¿Quién se ha creído que es, Aquiles?". La pregunta que plantea uno de sus superiores a propósito de la negativa de Yossarian, puede proveernos con una de las claves de la novela. Aquiles se negó a luchar ante Agamenón, y nadie le pudo obligar. Yossarian, ciudadano del país que más dice defender la libertad en el mundo, se ve obligado, más allá de toda lógica, a seguir luchando.

 

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