Fuentes, Carlos. Todas las familias felices. Madrid, Alfaguara, 2006.

"Sólo yo tengo en mis ojos viejos tus ojos jóvenes". Esta declaración poética de amor se desvanece en el relato como en el resto de la obra por la sola causa de la miseria humana. "¿Quieres la verdad?", le preguntaba Álvaro a Cordelia. "Pues no la tendrás". "Te daré algo mejor. La mentira. Porque en la mentira puede haber amor, pero en la verdad, nunca".

Un jefe del ejército regular tiene que capturar al líder guerrillero que no es otro que su propio hijo, y decidir finalmente entre la vida de éste o la de su delator, su primogénito. Tres hijas deben decidir sobre la herencia dejada por su padre y se reúnen ante su tumba para echarse en cara su pasado. Una pareja ya entrada en los sesenta se reencuentra tras décadas sin saberse uno del otro y se despiden desconociendo si siguen siendo amantes. Un granjero sólo desea para sus cuatro hijos el sacerdocio pero éstos no opinan lo mismo. Una mujer escribe al violador y asesino de su hija para pedirle explicaciones de su acción y éste le queda eternamente agradecido -hasta su muerte por condena en pocas horas- por ser la única persona que se ha comunicado con él en el tiempo de su cautiverio. Una pareja gay se enfrenta a su entorno en un intento desesperado por no caer en la rutina del amor cotidiano.

Son historias que rescatan el lado oscuro de la condición humana, historias acompañadas de coros finales, sarcásticos unos, humorísticos los menos, trágicos la mayoría.

"Dios nos ha dado todo porque somos muy pobres", afirmaba con tristeza el indio acusado de violación y asesinato. Justificaba su acción haciéndose preguntas: "¿Qué voy a darle a mi viejo pueblo de indios?, ¿qué voy a darles a los mexicanos mestizos que me detestan porque les recuerdo que en parte son indios y corren el peligro de regresar a la tribu? ¿Qué puedo darles a los gringos que me usan de excusa para sentirse humanitarios?".

Nuestro autor desgrana en dieciséis relatos la abyección del ser humano en su más descarnada crudeza, cuya exposición sin maniqueísmo ni demagogias sólo es posible mostrar con un oficio de años y una prosa exquisita como la de Carlos Fuentes.

"Yo vengo de una familia en la que cada miembro dañaba de algún modo a los demás. Luego, arrepentidos, cada uno se dañaba a sí mismo [...] Cada uno construía su propia cárcel. Cada uno, mi padre, mi madre, sobre todo mis hermanas, nos azotábamos en nuestras recámaras para sangrar. Luego, reunidos, cantábamos loas a María, la única mujer sin pecado concebida [...] Te hablo de un misterio. Te hablo de la fe. Te digo que la fe es cierta aunque sea absurda."