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Perlas

Andoni Calderón Rehecho 10 de Diciembre de 2010 a las 09:19 h

La perla de Kino entró en los sueños, los cálculos, los esquemas, los planes, los futuros, los deseos, las necesidades, los apetitos, las hambres de todos, y sólo una persona se interponía en su camino... (p. 31)

 

Una joya, La Perla de Steinbeck, que se lee en un suspiro.

En apenas 100 páginas de frases concisas, la naturaleza y lo humano son mezclados indisolublemente, en una historia de pocos y muchos personajes que aparecen como sombras recortadas en la noche o marea humana que responde a similares instintos y deseos.

El niño de una humilde familia de pescadores es picado por un escorpión. El médico -que piensa en su fuero interno que debería tratarlo un veterinario- se niega a recibirla. La búsqueda –y el encuentro- de una perla superlativa que permitiría la asistencia del médico y olvidarse de su pobreza para siempre, desata toda una serie de expectativas en la familia que la encuentra y en los que la rodean (que en cierto modo sienten que una parte de la misma –si no toda ella- les pertenece) generando la tragedia.

 

No he podido evitar que su lectura me recordara dos películas que no tienen relación directa entre sí y tampoco con esta obra y que se contemplan (al menos superficialmente) desde dos posturas diferentes: el divertimento y la tragedia.

La primera es Los dioses deben estar locos de Jamie Uys (1980). Una Coca-Cola tirada desde un avión se convierte en el centro de atención de una sencilla comunidad africana, y enseguida el intento de apropiarse de ella enturbia su paz. Para eliminar la desgracia que les ha caído encima, uno de sus miembros debe dirigirse al fin del mundo para deshacerse de ella. En su camino se encontrará con un universo totalmente diferente.

La segunda se titula La repentina riqueza de los pobres de Kombach, de Volker Schlöndorff (1971). Ambientada en el siglo XIX, narra en blanco y negro cómo unos campesinos pobres atracan una diligencia. Lo que podía solucionar para siempre sus vidas se convierte en un acto que las arruina, ya que a los pobres les está vedado tener dinero porque los convierte automáticamente en sospechosos.

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