Nathaniel Hawthorne es muy conocido por sus novelas largas, sobre todo La casa de los siete tejados y la letra escarlata. De esta última hay dos versiones cinematográficas, que yo no he visto, pero que podéis encontrar en la BUC si os apetece echarles un vistazo.
Aunque sobre todo tiene ganada una justa fama por sus cuentos, muy elogiados por Borges, en los que es capaz de crear unas atmósferas enigmáticas que todavía nos perturban. La mayor parte de su obra está traducida al castellano y se puede uno aventurar en ella.
Pero lo que traigo aquí de Hawthorne (menos mal que no lo tengo que pronunciar cada vez que lo escribo) son unas pocas páginas de su vida privada, unos fragmentos de su diario que se encuentran entre lo más delicioso que he leído nunca (vale, me gusta exagerar).
Ya el título me enganchó cuando lo vi en una librería, Veinte días con Julian y Conejito, y lo tuve que abrir y, para mi satisfacción, encontrarme, en tan pocas páginas, con un prólogo de Paul Auster y varias ilustraciones (sobre todo retratos de la Familia Hawthorne). Esto ya me pareció suficiente para querer comprarlo y leerlo. Sin embargo, por uno de esos fenómenos masoquistas, que nos llevaría alguna sesión de psicoanálisis descifrar, no me lo llevé en ese momento. Tuvo que ocurrir que una amiga me hablara de él a los pocos días (gracias Fefa) y me comentara lo mucho que le había reconfortado durante un catarro intempestivo. "Si quieres te lo dejo" me dijo instantes antes de que yo corriera a buscarlo en una de las librerías cercanas (un día de estos voy a escribir un post sobre esta especie en peligro de extinción, y tan necesaria para la ecología de la lectura, que son las buenas librerías).
Como el prólogo de Auster es muy bonito, e ilustrativo, no quiero insistir en las cosas que él cuenta. Sólo os diré que quien haya pasado algún rato con una criatura humana de 5 años disfrutará, y se identificara, con esta crónica. Por otra parte, no deja de ser una gozada descubrir que el gran escritor es un padre amoroso (aunque humano, que también se agobia) y una persona con una concepción de la educación muy moderna y progresista.
En fin, lo que os recomiendo son unas páginas frescas, tiernas, divertidas y con apariciones sorpresa. ¡Os lo vais a pasar pipa! Y no digo más.
Javier Pérez Iglesias