En una época donde parece que está triunfando la lectura fragmentaria (propia del espacio digital) y que los escritores (sin olvidar la industria editorial) parecen pensar en lectores que, como suele ser habitual, no disponemos de mucho tiempo para adentrarnos en el universo de una novela larga, compleja y ambiciosa, la apuesta de Almudena Grandes con sus “Episodios de una guerra interminable” no deja de ser una llamada de atención, una apuesta digna de análisis; una apuesta contracorriente, una propuesta narrativa que parece no seguir los vientos editoriales actuales, por más que su autora sea una de las novelistas más exitosas, una de las que encabeza todas las listas de ventas cuando saca una nueva obra.
Y la primera entrega de estos episodios, la novela "Inés y la alegría", no deja de ser toda una declaración de principios (y de finales), todo un pulso a un tiempo que necesita de estas novelas, de estas historias, de estas reflexiones, de estos desafíos. Y las historias, reflexiones y desafíos lo son tanto en el plano literario como en el político o histórico, esa herida abierta en nuestro pasado que seguimos sin cerrar, esa memoria histórica que se ha convertido en una nueva brecha en nuestra sociedad, que aún no puede mirar la guerra civil y la terrible posguerra sin teñirlas de lágrimas, reproches y miedos. Y de todo ello y de buena literatura, de muy buena literatura está llena "Inés y la alegría".
Pero comencemos por el principio, como en las novelas más clásicas, en esas novelas decimonónicas, como las de Galdós, esas que tanto admira y sigue la propia Almudena Grandes. Un principio en que se presentan los espacios, los personajes y se sitúa al lector en una historia, esa que se irá deshilvanando, complicando, resolviendo ante nuestros ojos a medida que las páginas van pasando por nuestras manos. "Inés y alegría" es la historia de una mujer excepcional (o quizás una de esas mujeres normales que sobreviven, como tantas mujeres de nuestras familias, de nuestro vecindario, a los avatares y los tropiezos de la vida y de la historia, de su propia vida y de su propia historia). La historia de Inés, pero también la historia de Carmen de Pedro, la historia de la Pasionaria, de Santiago Carrillo y de tantos otros personajes de ficción y reales. Y en esta propuesta nueva en la narrativa de Almudena Grandes, en esta ambiciosa voluntad de ir contando la historia de España a partir de personajes, de ficciones que interactúan con otros históricos -o quizás tan de ficción en la hagiográfica o silenciada biografía que nos ha dejado el tiempo- se cifra una de las grandes novedades y aciertos en esta nueva novela, para mí, una de las más ambiciosas y logradas de la ya extensa bibliografía de la autora. El hecho de tener que adentrarse en un tiempo que no es el de la memoria personal, en ese tiempo más allá del tiempo que constituye nuestra infancia, nuestros recuerdos de adolescencia, le ha abierto a Almudena Grandes un nuevo universo que tiene que explorar, que tiene que conquistar antes de ofrecerlo a los lectores en imágenes, en personajes, en situaciones. Espacio histórico que procede de libros, de memorias, de entrevistas, de comentarios... un verdadero puzzle que necesita comprender para poder darlo a conocer con una magnífica colección de personajes, de situaciones y de historias, en las que Almudena Grandes ha destacado en los últimos años por encima del resto de los escritores de su generación. Lo mejor de la mejor Almudena Grandes aderezado de un nuevo universo, el histórico, ese que le permite ir creando un nuevo referente de imágenes, de símbolos, de momentos memorables. Me encanta ese juego tan de sus novelas de elementos simbólicos, que terminan siendo imágenes necesarias para ir anclando la historia y sus personajes. Símbolos y momentos como esos kilos de rosquillas que acompañan a Inés a lo largo de su vida, o esas frases que casi se convierten en el coro de una tragedia griega, que vienen a resumir una situación y al tiempo a iluminar una interpretación: "La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con la naturaleza de los cuerpos mortales". Dos planos que normalmente viven en sus espacios, que no llegan a cruzarse, a influirse, pero que aquí se han hecho realidad en una telaraña de episodios en que la historia y los personajes inventados por Almudena Grandes (que no por inventados no deben ser tenidos por no reales) se mezclan con la Historia y las personas que la protagonizaron, que han llenado las páginas de eruditas obras históricas y de no menos eruditas y fantasiosas páginas de memorias y de comentarios (y no por ser reales hemos de pensar que han de ser siempre verdaderas).
"Inés y la alegría" lleva un subtítulo: "El ejército de la Unión Nacional Española y la invasión del valle de Arán, Pirineo de Lérida, 19-27 de octubre de 1944". Este es el espacio físico, histórico, temporal que constituye el corazón de la novela. Lo que se cuenta en la ficción es necesario para poder comprender qué sucedió en esta invasión a la España franquista que terminó con la muerte de decenas de militares de la Unión Nacional Española y un silencio que se ha llevado con él a algunos de sus protagonistas, como a Jesús Monzón. Y aquí está una de esas batallas, trascendentales para muchos, esenciales para otros, pero nunca en realidad ni heroicas ni grandes, como la de Trafalgar o la de Bailén, a las que dedicó su tiempo y su buena pluma don Benito Pérez Galdós. Una historia que se recupera y que yo, como muchos otros lectores, seguramente hemos conocido gracias a esta historia, a este "Episodio" que es "Inés y la alegría". Una invasión, la del valle de Arán, que se narra, que se cuenta, que se adapta a los tiempos de la narración (en ningún caso, "Inés y la alegría" es un estudio historiográfico ni, me atrevería a decir, un novela histórica al uso).
Reconozco que me es muy difícil gestionar la memoria histórica. Sobre todo, me es muy difícil gestionar la negativa de algunas personas a querer saber qué sucedió en aquellos momentos terribles de la guerra civil y, sobre todo, de la postguerra franquista. Me cuesta mucho vivir en un país que acepta como un mal menor (e incluso para algunos, ni un mal en sí mismo) la existencia en el siglo XXI de fosas comunes, de muertos en nuestros campos sin identificar, sin permitir a sus familias un final digno a una herida personal sangrante en el recuerdo de cada día, de cada mañana. Me cuesta mucho esta negativa a cerrar una herida que debería ser del pasado y que, algunos políticos mal intencionados, se han empeñado en volver actual, en convertirla en una herida y en una fractura del hoy.
"Inés y la alegría" es la historia de una superación, de una supervivencia, de una vida entregada a intentar ser feliz, a ser feliz defendiendo unos valores que, puestos sobre la mesa, muchos los defenderíamos con el mismo entusiasmo, con el mismo ardor y los mismos miedos. Historia de un momento histórico (la invasión del Valle de Arán), de cómo se organizaba el partido comunista dentro y fuera de España, de las miserias de los países vencedores de la II Guerra Mundial, pero también la historia de una vida cotidiana, de unos cuerpos mortales que la pluma en estado de gracia de Almudena Grandes ha convertido en verdaderos protagonistas de la Historia, de esa Historia inmortal que necesita de estos "episodios" para poder seguir profundizando en nuestro pasado. En ese pasado que, por mucho que queramos negarlo, existió. Como sigue existiendo en nuestro tiempo la vergüenza de las fosas comunes, por más que ya no ocupen titulares en la prensa ni sean el tema de apertura de los telediarios. Las heridas siguen abiertas, por supuesto, y lo seguirán estando mientras sigan existiendo fosas comunes, datos y temas de nuestro pasado que sigan cerrados al diálogo, al conocimiento.