Volpi, Jorge. Oscuro bosque oscuro: una historia de terror. Madrid: Salto de Página, 2010.
Inspirado en un hecho real -el asesinato de 1800 judíos de la aldea polaca de Józéfow en julio de 1942, a cargo de un batallón de la policía nazi-, esta última novela del mexicano Jorge Volpi -Tres bosquejos del mal, La paz de los sepulcros, El temperamento melancólico, En busca de Klingsor, No será la Tierra...- es otra metáfora de la condición humana: cómo seres humanos normales, como todos, morales, con el sentido común supuestamente consustancial a la persona, son capaces de las mayores vilezas, de la abyección más atroz. Gente común convertida en sanguinarios verdugos de sus semejantes.
Escrita en verso, en prosa cortada, según palabras del propio Volpi, resulta un recurso literario, a nuestro juicio, bien apropiado en este caso para el fin que el autor persigue: dotar con la forma a la novela del dramatismo que encierra su contenido.
Esta vez sólo tendremos que escoltarlos,
les informa el capitán con un rictus informe,
nuestra obligación es reunirlos en la estación y cerciorarnos de que suban a los trenes,
eso es todo, caballeros, murmura,
eso es todo
La reiteración de términos, fenómeno constantemente repetido a lo largo de la novela –empezando por el propio título Oscuro bosque oscuro- contribuye de manera fehaciente a ese dramatismo.
Treinta o cuarenta insectos custodiados por una patrulla de la primera unidad del batallón 303 de la policía de reserva
comparecen en mitad del oscuro bosque oscuro.
Sudan los insectos bajo el sol turbio del verano,
sudan los insectos y en cambio tú tiritas.
Evoca la novela algunos de los cuentos más clásicos de nuestra infancia. Cuentos que nos brindaban con el deleite de la inocencia y la ligereza de la lectura fácil, de entretenimiento, propia de niños. Cuentos que al acabar de leer nos dejaban una sensación desconocida que con el tiempo hemos ido identificando de amargura, incluso de vértigo, también de miedo en no pocos casos: esa Blancanieves odiada por su madrastra y adoptada por unos enanos de intenciones más que sospechosas (aunque esas imágenes de la heroína rodeada de tantos hombrecillos alrededor de una cama daba luego pie a toda suerte de ensoñaciones lúdicas y lúbricas de la más heterogénea naturaleza); una dulce e inocente Caperucita Roja comida, engullida, degustada, fagocitada por un lobo feroz y cruel; los pobres niños Hansel y Gretel, abandonados a su suerte también en un oscuro bosque por sus padres sumidos en la miseria, devorados al final por la bruja; una grácil Cenicienta, huérfana de madre y de hada madrina, tan desvalida, tan desprotegida.
Oscuro bosque oscuro es otro cuento de un hecho atroz, más todavía por tratarse, como tantos, de un hecho real, que recuerda también, pero en otro sentido, el magnífico poema de Bertolt Brecht, La Cruzada de los niños.
Por lo que fue el sureste de Polonia,
bajo una gran tormenta, entre la nieve,
de los cincuenta niños
las noticias se pierden.
Con los ojos cerrados,
dentro de mí los veo como vagan
de una casa en ruinas
a otra bombardeada.
Y al caer el ocaso, ya sus caras
no parecen iguales.
Ahora veo caras de otros niños:
españoles, franceses, orientales...
Y el lector. Interpelado, como en otras novelas, por el autor, buscando su complicidad, pero, sobre todo, enfrentándole al espejo de su otro yo dispuesto, o no, a asumir el papel de soldado sumiso a las órdenes superiores, el papel de verdugo. Todos podemos serlo.
Tú también escoltas a los infantes rumbo a la estación,
tú también esquivas sus miradas,
tú también sientes alivio de sólo tener que custodiarlos,
tú también te sientes dúctil y ligero,
tú también los obligas a subir a los trenes,
tú también escuchas el fragor de los motores,
tú también oyes el silbato que anuncia la partida,
tú también te pierdes entre el humo negro y el estallido de pistones y,
perdido entre tanta actividad, tú también te crees a salvo.
Tú tampoco preguntas a dónde se dirigen esos trenes.