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Sin fines de lucro

Javier Gimeno Perelló 18 de Marzo de 2011 a las 13:06 h

Marta NUSSBAUM: Sin fines de lucro. Katz, 2010
Señala esta autora algo que no por sabido es menos evidente; a saber, que si nuestras sociedades tecnológicas han producido considerables avances científicos y un elevado grado de bienestar en los países más económicamente desarrollados, las desigualdades han crecido a la par en los países más desfavorecidos y aun en importantes capas de población excluida del desarrollo

Es un hecho evidente que las tecnologías de la información, fundamentalmente Internet y las redes sociales, están creando un mundo dividido entre los que tienen y los que no tienen acceso a la red. Por un lado, existe una gran diferencia de conectividad, de modo que aquellas personas que carecen de acceso se enfrentan a una debilidad cada vez más considerable ante el mercado de trabajo. Por otro lado, los territorios no conectados a la red pierden competitividad económica internacional y, por consiguiente, son bolsas crecientes de pobreza incapaces de sumarse al nuevo modelo de desarrollo.

Manuel Castells advertía ya en 1999 de la concentración de accesos a la red en el mundo desarrollado frente a un escaso 3% en los países pobres, siendo inferior al 1% en  el continente africano y países de Asia del sur. Desequilibrio que no ha variado sustancialmente al final de la primera década del S. XXI.

Apuntaba Castells la aparición de un segundo elemento de división social mucho más importante que la conectividad técnica, que es “la capacidad educativa y cultural de utilizar Internet”. La tendencia es a disponer de cada vez mayor información en la red. De lo que se trata entonces es de saber cómo buscar la información, saber dónde se encuentra, y, una vez encontrada, cómo procesarla, cómo transformarla en conocimiento específico.

La llamada sociedad del conocimiento favorece precisamente la explosión de la información y su facilidad de acceso. Vivimos rodeados de información pero no de conocimiento obtenido a partir del análisis y la reflexión sobre la información que tenemos. En la escuela y aun en la universidad raramente se enseña a discriminarla y a enjuiciarla convenientemente. La tecnología nos fascina y nos deslumbra, pero “crea una ficción de interpretación de la realidad y no contempla los intangibles del conocimiento”, en palabras del filólogo A. Moreno.

 

Para ello, se precisan herramientas didácticas, metodológicas y cognitivas que aporten el conocimiento necesario para entender y contextualizar la realidad. Herramientas que proporcionan las humanidades, las ciencias sociales y la enseñanza interdisciplinar de las ciencias experimentales. La educación está basada en la descontextualización del mundo, de tal forma que la persona carece de los medios intelectuales necesarios que aportan disciplinas como la filosofía, la lingüística, la historia, la sociología, la biología, la física… para analizar y entender bien una realidad compleja. Ello origina individuos aislados en su lucha por la supervivencia a cualquier precio, inmersos en el culto al consumo, ajenos, incluso, a placeres como el disfrute de la cultura. En este panorama, cualquier atisbo de eticidad está fuera de contexto. No hay posibilidad de ser buenos, de ser mejores personas, mas solidarios o generosos.

 

Nada que no tiene valor en el mercado tiene valor en sí mismo”. Es la máxima del totalitarismo “neocon” que invade ya el pragmatismo educativo, según señala Carlos Fernández Liria.

 

Este modelo educativo “conduce al totalitarismo”, en palabras de Marta Nussbaum: “fomenta el individualismo, la competitividad excluyente del otro, la ausencia de alteridad. Esta experiencia no es nueva, ya la conocemos desde el nazismo: el rechazo al otro como consecuencia de la incapacidad por entenderle, más, cuanto es diferente”. Alerta Nussbaum del peligro de “generaciones enteras de máquinas utilitarias”, sustitutas de “ciudadanos cabales capaces de pensar por sí mismos”.

 

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