Si uno es escritor, escribe siempre, aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a esa dudosa gloria y a ese sufrimiento real que se merece por seguir una vocación. (Carmen Laforet)
Entre filosofías y batallas se curtió aquella adolescente madurez, que poco o casi nada entendía de tumultos y huérfanos fragores familiares. Entre El existencialismo de Paul Foulquie en una mano y El Capitán Trueno en la otra, encontré un libro sencillo, que todos teníamos que leer y que sabía a envidia. En un laberintico piso de la calle Aribau de Barcelona, se iban ambientando tantos mundos opuestos, todos lejanos, amplios y atractivos, que lo comparaba con los cuatro recodos, donde torpemente encontraba un espacio para pasar las páginas del libro que la profesora de literatura me había mandado leer: Nada de Carmen Laforet.
Esta novela me ofrecía fantasía, pues todas las demás carencias las tenía; y sin arañar en el esplendor de la soberbia, a falta de herramientas para mutilar sus rayos, restaure, con mis posibilidades, algo parecido a un castillo, a base de espejismos, que aún me pertenece.
De los mandatos y exigencias de la tía Angustias, hasta el derroche almibarado de la abuela, pasando por las torpes reyertas de Juan y Ricardo, los hermanos que en la posguerra se habían traicionado, amordazan el amor y la amistad, para crear una fe en las relaciones familiares estables en los otros, que Andrea encuentra en el entorno de su amiga Ena.
No vamos a pensar que aquella familia, arruinada, que tras el conflicto bélico, encontró en la sobrina un chivo expiatorio, para comunicar su odio. La dejan entrar y salir para que aquel calvario enfermizo, llegue a nosotros, como lectores de una literatura enjugada con símiles; y sin contravenir el ideal censor, nos adentre en la mísera posguerra, donde quedo quebrada la evolución de los afectos, en las dos Españas.
Retos y silencios que extienden como un árbol genealógico las relaciones de la universitaria Andrea, que tras perder a su madre, viene una Barcelona, donde personajes como Gloria, mujer de Juan, nos lleven a la vida del ala derecha de las Ramblas, o como Pons, como un despunte de la gauche divine barcelonesa y con Ena, a la parte alta de la ciudad donde la burguesía más conservadora, se sienta en la mesa del dictador.
Los niños son insignificantes, sólo duermen, comen o están enfermos. Los vecinos son espías de la decencia, y el peligro está en las calles y en la moral ajena. El amor no existe, entras y sales de la vida de los demás sin llevare nada.
Es una tragedia escrita por una joven Laforet, sobre otra, Andrea, sin saber muy bien quién mira a quién, para dejarnos una novela, casi una biografía de los habitantes de la reciente historia, de eso que llamaban patria.
Hay muchas cosas que sin pronunciarse se adivinan: el contrabando, los amores furtivos, la resistencia, las permisividades eróticas.
En Nada de Carmen Laforet, la ciudad de Barcelona es la otra protagonista, que se asienta entre los dos paralelos que siguen vigentes. De un lado la gran burguesía y la que ha perdido sus privilegios; del otro las ciudadanos medios que sin cruzar sus intereses, van gestionando la economía de la ciudad, utilizándola para seguir salvándose, pero sin dejar de hablar desde la progresía o desde el izquierdismo., que se extendía, ya muy vencidos los años 60 de ese siglo, por las zonas oscuras de aquella España que olía a hambre, a represión, a deficiencias educativas, afectivas, y libertarias.
La novela y la autora contaron con todos los elogios de sus coetáneos, y también los de las generaciones posteriores, que vieron en ella, una forma diferente de narrar en la novela española, con los elementos que derivaban del naturalismo y del romanticismo, pero muy pulidos.
Aunque dicen que Cela supo cuidar muy bien, junto con sus secuaces, que Carmen Laforet no brillará, pues quizá hubiese peligrado su Nobel.
Pero si tuvo miedo, por lo que no sabemos o por su elección familiar, alejaron a la autora de Nada, tan joven, con el primer premio Nadal bajo el brazo. Eso pudo haber hecho de ella una gran escritora, con otra forma de escribir, como lo hizo, siendo algo real y no un simple impulso relacionado con su rango.
Carmen Laforet Díaz nació el 6 de septiembre de 1921 en Barcelona. Se trasladó a Canarias con su familia cuando contaba dos años de edad, pero con 18 regresó a Barcelona para estudiar Filosofía y Letras y Derecho, sin llegar a terminar ninguna de las dos carreras. Tres años más tarde se va a vivir a Madrid, donde contrae matrimonio.
Ganó con 23 años la primera edición del Premio Nadal con su novela Nada, obteniendo un enorme éxito de público (tres ediciones en el mismo año de su publicación) y de crítica, que culminó en 1948 con el premio Fastenrath de la RAE.
Más tarde continuó su obra narrativa con varias novelas, cuentos y relatos cortos: El piano, La muerta, La isla y los demonios, Un noviazgo, La mujer nueva o La insolación, publicada en 1963, es la primera parte de una trilogía que debía titularse Tres pasos fuera del tiempo.
Falleció en Madrid el 29 de febrero de 2004. (Datos de escritoras.com)