Hay novelas que te comen por el título, pero esta también te engulle conforme vas leyendo las apuestas románticas, en la noche de Bucarest, la pequeña Paris, de principios del siglo XX. Allí termina el honor de la aristocracia imperial y comienza la dolce vita de los últimos indispuestos elitistas, alejados de la cruda y banal realidad que guisa y picotea de oriente y occidente, alrededor de una monarquía casi vencida.
Un imaginario colectivo representado por dos caballeros, Pasadia y Pantazi, atizados y cantados por un bardo deslumbrado, Pirgu, que con fulgor y osadía, en antros y ambientes anacrónicos, se exhibe como figura del modernismo que viene, cubierto de la morbosidad histórica.
Con una nostalgia repleta de contradicciones, marca sus distancias con el resto del mundo, exhibiendo una estética que los aísla, para así sentirlos más repulsivos delante de aquella burguesía que emerge, pisoteando sus viajes imaginarios a los mundos estáticos de la nobleza.
Después de leerla, durante algunos minutos no pareces ser el mismo. No hay peligro, se regresa a la normalidad.
Del mismo estilo es "El busto del emperador" de Joseph Roth.
El observatorio cultural, en una encuesta realizada a 102 críticos literarios, y publicada en el primer número de dicha revista del año 2001, la novela "Los depravados príncipes de la vieja corte", fue proclamada como "la mejor novela rumana del siglo XX". Importante resultado dado los novelistas rumanos del pasado siglo: Liviu Rebreanu, Mihail Sadoveanu, Marin Preda, Camil Petrescu, Hortensia Papadat-Bengescu, entre otros.
Mateiu Caragiale (Bucarest 1885-1936) es el fundador de la literatura rumana moderna, no sólo por sus innovaciones y aportaciones lingüísticas, sino por el protagonismo que confiere a la ciudad de Bucarest. Hijo ilegítimo del gran dramaturgo Ion Luca Caragiale, vivió con el gran deseo de ser como un príncipe, algo que logró tras un matrimonio ventajoso que le permitió retirarse a su palacete y dedicarse por completo a la literatura y al cultivo del pensamiento. Persona extravagante, llegó a inventarse una genealogía imaginaria, que lo remontó a familias principescas de la Edad Media. Añadió, pese a la mofa de su padre, una "u" al Matei de pila, recuperando así una forma antigua para asegurar lo rancio de su nombre, y desligarse en lo posible de su bastardía.