"La lectura es, junto con la amistad, uno de los recursos más eficaces para sobrellevar el dolor de la pérdida. Nos ayuda, en general, a elaborar el duelo por los límites de nuestra vida, los límites de la condición humana." El cuerpo de la obra, Didier Anzieu.
No vamos a mirar atrás, ni a la historia de las bibliotecas, ni a la genealogía de los bibliotecarios, pero la mano arisca que normalmente te proporciona un libro como lector o estudiante, retiene entre sus dedos otros deseos, que si sus labios se atrevieran a pronunciar, te contarían la sensación y el momento que ese libro, que tu vas a leer o releer, le salvó de un desamor o le ayudó a entender la muerte de su padre, o quizás al acabarlo, sintió que aquello que le contaba ese escritor pesimista, le había hecho feliz.
Como este libro se ha filtrado tanto en mi pensamiento, no sé si lo que escribo a continuación es algo que yo he pensado, que ha dicho Sophie Divry o la bibliotecaria de Signatura 400, o de algún otro petimetre de los que están enredando a mi alrededor con lapidarias, que me hacen parecer al sentirlas, contar con la solución de los malestares humanos, o al menos con algunos raíles para discurrir por ellos, y no saben que es todo lo contrario, la maraña confluye en continuar la búsqueda en otros nuevos o en textos "requeteleidos" y no percibidos.
Pero para que este bis a bis, en cadencia de monólogo, con aquel usuario que se quedo una noche dormido en el recinto de la biblioteca, y es encontrado dos horas antes de abrir, por la bibliotecaria de la sección de geografía, en el sótano, de autoridad a sus convicciones, Sophie Divry, en Signatura 400, lo distancia de aquel Martín, el investigador que ella admira, ocupando un sitio fijo cada día, con "su nuca como el lomo de un libro" tras la que su fantasía le lleve a desear ser más que una admiradora, cruzando el deseo con su relación de amor-odio por el mundo, donde incluye a sus compañeros del piso superior.
Nos abre su corazón con la devoción al Dewey de la CDU, el dios creador, que ordena, clasifica y no molesta; señala a los arquitectos como enemigos de los espacios bibliotecarios; ensalza el proceso de la revolución francesa, y denomina como insulso el reinado de Luis XV, monarca sobre el que Martín realiza su tesis; se sitúa entre el existencialismo y el jardín amoroso de Sartre y Simone de Beauvoir, y se declara admiradora de Guy de Maupassant, sin olvidar a Eugene Morel, el gran maestro bibliotecario, oficiante de Dewey en Francia. Otro amor secreto.
Sin arrepentirse vuelca sus opiniones en público, como los porqués del vaciado de la signatura 400, donde antes estaba la lengua, o ensaya en voz alta, el auge de las estridencias en el mundo actual, y los inconvenientes de los apósitos que los usuarios llevan mientras se acercan a ti, como el móvil, los mp3, o los dvd's, ya que no les dejan oír los sonidos y diálogos espontáneos. O data el egotismo de los niveles superiores de la pirámide bibliotecaria, señalada como única, ante el oyente. Sin participar de ello, nos traspasa lo que cada día constata, escuchando los breves comentarios de los estudiantes que salen y entran de la biblioteca; haciéndonoslo llegan a nosotros, sin filtros ni condescendencias decadentes.
Con el lema del "todo no vale", va manifestando que su mayor deseo hubiera sido ser maestra de pueblo, que es una esclava de los libros, pues la ayudaron a dejar de ser primate, y sigue diciendo que "su cultura no se detiene donde comienza la de los demás", viendo como cada signatura contiene un área de la vida humana, a la vez que ama a los héroes invisibles, o ve en Emma Bovary una revolucionaria, rodeada de libros, que no se esconde, y en Balzac un empresario de la edición, que escribe libros como churros; y ensalza el calendario revolucionario de Robespierre, hace guiños a Truffaut, siempre sabiendo que todos vuelven a la biblioteca más de una vez. Y sobro todo expresa que sentiría la misma turbación que al leer El horla, si en la signatura 400 pusieran todo lo relacionado con los móviles, el mp3 o los dvd's.
Esta novela que se lee de un tirón, es un poco la portavoz de nuestra vocación.
Muy bien editada.
Sophie Divry, nace en Lyon (Francia) en 1971, y Signatura 400 es su primera novela y está es su presentación: «Me gustan las berenjenas, el aceite de oliva y las mermeladas de mi madre, me horrorizan los coches, no tengo teléfono móvil, soy feminista y le tengo fobia a las puertas abiertas. Soy alérgica a los ácaros, los gatos y los ríos. Me parece que no se habla lo suficiente de Jacques Roubaud y de Claude Simon, y que hay demasiado ruido mediático en este mundo. No me gusta comprar un libro sin saber lo que lleva dentro.»