"Una imagen dice mucho menos que mil palabras:… la televisión ha desterrado la idea de que el aspecto exterior de una persona es irrelevante para la eventual enjundia o nobleza de sus ideas".
Max Otte, profesor de economía en el Instituto de Ciencias Aplicadas de Worms, fue uno de los que en 2006 ya escribía (aunque presionado para no hacerlo) sobre la inminente crisis.
En El crash de la información: [los mecanismos de la desinformación cotidiana] nos habla de muchas cosas; pero sobre todo acerca de cómo el exceso de información no es sólo una realidad de nuestra época sino algo buscado, especialmente por los principales intereses económicos, ya que así pueden manipularnos mejor para que optemos libremente a adquirir sus atrayentes y valiosos bienes y servicios.
Pero hay mucho más. No nos explica únicamente qué hay detrás de la crisis de las subprime (véase también Inside Job) y lo que supone la titulización (hablando sin remilgos: enlatar mierda y venderla como caviar), ese gran descubrimiento de los pensadores económicos para el bienestar general, que se amplía a todos los ámbitos: se cambia el nombre a las cosas, como si eso modificara su contenido; del mismo modo que se nos venden como ventajas el empeoramiento de los servicios, en muchas ocasiones tras su privatización.
Nos habla de cómo el principal negocio de Ikea no estriba en la venta de mobiliario, sino en la de caros accesorios, cómo en las franquicias lo fundamental es que el personal no necesite pensar (o mejor, que no piense) de tal manera que su sustitución no conlleve ajuste alguno (procesos inteligentes y trabajadores programados), cómo los dirigentes de las grandes corporaciones además de "jugar" con dinero que no es suyo sólo piensan en el tiempo que ellos permanecerán a bordo (una media de 7 años) por lo que las consecuencias posteriores de sus actos les importan un comino, cómo las escuelas de finanzas realizan profecías autocumplidas con los rankings que supuestamente destacan a las mejores, cómo seguir un sistema de calidad no significa que se proporcione un servicio de calidad sino únicamente que cumple las normas que él mismo se ha dado, cómo los aeropuertos se han convertido en grandes centros comerciales con pistas de aterrizaje, cómo se engaña en el cálculo de los beneficios, en el del producto interior bruto, en el del número de desempleados, en el de la exposición al riesgo, en el del nivel de inflación o su riesgo o en el de la productividad... Cómo se hacen trampas en los balances, ayudados en buena medida por las nuevas normas contables a nivel internacional (precisamente para hacer más fácil la desinformación y jugar con los futuros, bajo la cobertura del "valor razonable").
Nos advierte del gran poder de la red, de cómo los actos que realizamos en ella quedan marcados, dejan rastros, de los que se sirve la minería de datos para establecer relaciones (quien compra esto, compra lo otro...) y convierte esos datos en importantes medios de toma de decisiones comerciales. Lo mismo sucede con la profusión de tarjetas que llenan nuestras carteras y cuya tenencia y uso proporcionan datos sobre nosotros que no consideramos sensibles. Tanto unas actividades como otras muestran cómo nos comportamos. Es por tanto falso que navegar por la red nos salga gratis; pero, además nada descarta que se puedan acabar usando determinados buscadores mediante pago. Por ejemplo, nos dice que la patente del PageRank es de la Universidad de Stanford, caduca en 2017 y Google sólo tiene licencia de uso hasta 2011. Aunque, en el sentido contrario, nos comenta cómo Youtube no es rentable "económicamente" para Google; pero no le importa porque supone una fuente inmensa de datos sobre nuestro comportamiento en la web.
Asegura que no se puede decir que estemos ante una economía de mercado (si ha existido alguna vez, como muy bien saben los proteccionistas defensores del mercado): "La desinformación es el principal instrumento de las fuerzas capitalistas neofeudales" (p. 186)... "Un mercado sin Estado nos devolverá a la Edad Media. Cuando funciona el estado de derecho todos somos iguales ante la ley, pero en el mercado no lo somos nunca" (p. 277). Además hay cada vez más terrenos "cercados" y que se van convirtiendo en objeto de negocio: información genética de semillas, cultura, seguridad, enseñanza, sanidad.
Defiende la información objetiva y equilibrada como instrumento contra las emociones que son las que inflan las burbujas. Considera que los medios de comunicación sólo recogen la información predominante y la amplifican; pero no se plantean un papel crítico o meramente orientador, complican las noticias financieras y practican el politicamiento (política y entretenimiento) contribuyendo a que la sociedad camine hacia el atontamiento total.
- "En la sociedad de la desinformación el individuo no es más que una ruedecita que produce y consume en el gran mecanismo de un superpoder desconocido que todo lo sabe y todo lo gobierna, y cuyo único objetivo es la producción de plusvalía" (p. 258)
- "Cada vez más gente sabe cada vez menos y cada vez son menos los que más saben" (p. 270)
- "La información se fragmenta, se le da caprichosamente un nuevo formato y se reintroduce en un contexto que se adecue a su situación" (p. 271)
Finaliza su discurso haciendo algunas recomendaciones sobre la soberanía informativa, aun reconociendo no ser el más adecuado para hacerlo. Las resumimos:
- Construir redes, pero atinadas.
- Construir confianza (no es lo mismo que amabilidad).
- Proveedores de servicios que gocen de nuestra confianza.
- Fortalecer la formación humanística y el conocimiento de la historia.
- Libros como medio de información.
- Selección de las noticias.
- Finanzas (no son una ciencia oculta) para saber invertir.
- Cooperativas de crédito y de ahorro para los servicios financieros.
- Organizaciones de consumidores como asesoras.
- Renacimiento de las empresas dirigidas por sus propietarios.
- No atienda a los cantos de sirena: descuentos, rebajas, ofertas especiales, use más dinero en efectivo, no perfiles digitales completos en la red.
- Vuélvase ilocalizable: organice su disponibilidad.
- Hay que preguntarse siempre ¿A quién favorece?