Poco antes de que Anabel publicara en este blog su excelente crónica de Goetz y Meyer yo tenía en la cabeza comentar el libro de Marga Minco, La hierba amarga (Libros del Asteroide, 2007). Es una novelita autobiográfica en la que la autora, una joven holandesa de origen judío, narra con escalofriante sencillez la implantación de las leyes raciales, tras la ocupación alemana, las detenciones, las deportaciones y, en su caso, la huida y el paso a la clandestinidad.
Marga Minco nos relata de una manera descarnada, por lo escueta, el comienzo de la pesadilla. Con aparente normalidad se van sucediendo las leyes que declaran a millones de personas seres inferiores. No hay nada como privar de sus derechos a una parte de la ciudadanía para luego, fácilmente, demonizarla, convertirla en culpable de no se sabe muy bien qué y terminar asesinándola.
Todo ocurre con una sencillez que hiela la sangre. Primero están las estrellas que hay que coser en lugares visibles de la ropa, luego viene las prohibiciones de hacer deporte, ir a los parques, comprar a determinadas horas, caminar por la acera, tener animales domésticos, poseer una radio, ir al cine, entrar en una biblioteca, ejercer determinadas profesiones, tener cargos públicos... No se sabe qué medida es más horrible que la anterior. Pero, alrededor, la vida sigue y los vecinos te saludan por la calle y alguien te puede pedir prestada esa raqueta de tenis que, total, ya no puedes utilizar.
El cerco se cierra, el camino hacia la ratonera se estrecha. A veces, tras una redada, las calles quedan desiertas, y se pueden ver algunas puertas abiertas, con todos los objetos listos, la mesa puesta, para recibir a quienes ya no están. Las personas, o lo que habían sido personas hasta no hace tanto, desaparecen. Hay muchos rumores. Quienes intentan engañarse tienen cada vez menos posibilidades de éxito. Casi no llegan noticias de los siguientes círculos del infierno pero eso no necesariamente tranquiliza.
Algunos deciden huir, desparecen sin dejar rastro antes de que les detengan. Pasan a la clandestinidad, dejan sus hogares, sus nombres, su apariencia y tratan de esconderse. Algunos de esos rostros fueron fotografiados por Sander en su estudio clandestino de Colonia. Los humanos somos así de especiales y nos puede apetecer un retrato antes de dejar atrás la propia vida.
También intentó huir, aunque no sabemos nada de sus peripecias, Dora Bruder (Seix Barral, 2009). A partir de un anuncio publicado en un periódico parisino del año 1941, Patrick Modiano reconstruye aquellos años crueles. Jóvenes detenidas por no llevar la estrella o por salir de un salón de baile; niños denunciados y deportados; redadas a la salida de los cines o en los restaurantes... Modiano trabaja a partir de briznas del pasado, de documentos oficiales donde ya casi no hay rastro de las personas que existieron, de recortes de prensa, de listados en los que aparece un nombre... Muy poca cosa, a la que él sabe inyectar sus propios recuerdos, la experiencia de su padre en aquellos años, para crear una historia tan triste como hermosa.
Un testimonio muy especial es el que nos ofrece Hélène Berr en su Diario (Anagrama, 2009). Esta vez es una narración escrita por alguien que quiere dejar constancia de lo que ocurre, que se resiste a que tanto sufrimiento caiga en el olvido. El propio Modiano es autor del prefacio y nos habla de una joven que camina por un París soleado. Algo inquietante se intuye en esa mañana primaveral, pero pronto todo lo oscuro queda diluido por unos versos: "Al despertar, tan suave la luz y tan hermoso este azul vivo". Así se podría haber definido la vida de esta joven, una estudiante de filología inglesa, amante de los libros y de la música, que toca el violín, se enamora y se exalta con las excursiones al aire libre.
Hélène Berr pertenece a la burguesía parisina, su familia lleva una vida "asimilada", con estrechos lazos de amistad con no judíos. Además, son franceses de "pura cepa". Sin embargo, Hélène es testigo del destino de muchas Dora Bruder, de judíos inmigrantes, o hijos de inmigrantes, que ocupan el primer puesto en la lista de quienes no pueden seguir viviendo en su propia ciudad (ni en ninguna otra).
Poco a poco, la primavera deja de tener luz para ella y para su familia y para sus amigos judíos y para todos los judíos de Francia. La joven Berr deja un testimonio lúcido en ese diario que ella escribe con la esperanza de que pueda ser leído por su prometido (huido a Inglaterra para unirse a la Francia Libre).
Lo tremendo es leer algo así escrito desde dentro, por alguien que va viendo desvanecerse toda esperanza, que sabe que su detención es cuestión de tiempo y que no se engaña sobre su destino. Hélène ha oído y ha visto demasiadas cosas. Las últimas palabras de su diario son "¡Horror! ¡Horror! ¡Horror!".
A veces, es importante no olvidar las pesadillas.