El libro de cuentos al que hacía referencia en mi post anterior era La última noche, de James Salter, del que supe por una reseña periodística.
Desconocía al autor, pero la nota parecía convertirlo en uno de los necesarios, y los cuentos siempre me han atraído desde aquellos lejanos y repetidos constantemente que me contaba mi tía doble siendo niño, y a pesar de que León Felipe nos previniera de que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos.
En este caso se trata de 10 breves relatos. En ocasiones es una mera escena, dos escasos momentos, una única noche (como la del imprescindible que da título al volumen) y su mañana; aunque también nos pincela rápidos paseos por el tiempo.
Con escasez de medios, frases cortas y precisas, a través de diálogos breves... y de silencios, Salter realiza combinaciones de personas tomadas de dos en dos (con intersecciones) y las enfrenta al paso del tiempo, al desgaste de las relaciones humanas, al amor, la amistad, la enfermedad, la muerte, los celos, la traición... mientras parece flotar en el ambiente un halo de nostalgia. Nostalgia de lo que nunca sucedió. Nostalgia de lo que jamás tendrá lugar.