Con El Libro del día del Juicio Final, Connie Willis ganó varios de los premios que se otorgan a la literatura de ciencia-ficción (Premio Nébula 1992, Premio Hugo 1993 y Premio Locus 1993).
Nunca me ha interesado demasiado la ciencia-ficción; sin embargo, esta novela me atrapó desde el principio porque me fascina la posibilidad de viajar en el tiempo que la escritora norteamericana convierte en realidad en esta obra.
Año 2054. La Universidad de Oxford desarrolla un programa de viajes en el tiempo para conocer de primera mano las diferentes etapas de la historia. Uno de estos viajes, desde el siglo XXI al siglo XIV, desencadena los dos relatos paralelos que conforman la trama de la novela y en los que vemos a personajes de carne y hueso enfrentados a la enfermedad, al sufrimiento y, sobre todo, a lo desconocido. No importa en que época se encuentren: los seres humanos, por ser humanos, se comportan de forma parecida en las situaciones críticas: frustración, angustia, miedo, tristeza... Y sienten que todo se acaba y que llega el fin del mundo.
Todos estos sentimientos y emociones se plasman en los protagonistas de la novela, convirtiéndoles en personas reales, sencillas, con las que podemos identificarnos y de las que nos resulta difícil separarnos.
No obstante, para liberar tensiones, la autora les infunde, además, un agudo sentido del humor y una fina ironía que nos obliga a sonreir siempre y a soltar una carcajada en bastantes ocasiones.
Particularmente conmovedora es la historia que transcurre en la Edad Media. En ella asistimos a una descripción de la época que no se parece en nada a las narraciones que nos hablan del fasto de la nobleza y sus castillos, del heroísmo de las Cruzadas o del boato de los torneos y los banquetes. En este caso, la escritora nos sumerge en la vida cotidiana de una pequeña aldea perdida en el bosque que ha de enfrentarse a una situación muy difícil de entender.
Connie Willis emplea muy bien el recurso del viaje a través del tiempo, pues no permite ninguna paradoja temporal ni cambios en el pasado que alteren la historia futura. Sin embargo, sí que deja que los viajeros se integren, aunque sea durante un corto periodo, en la sociedad a la que llegan formando parte de ella, adaptándose a sus costumbres y estableciendo relaciones personales temporales, pero muy intensas.
A pesar de que, poco a poco, las pistas nos van dando a conocer la verdad de la trama, no por eso disminuye nuestro deseo de acompañar a los protagonistas hasta el final de su periplo. Y, aunque parezca una contradicción, la lectura atenta y calmada del relato nos ayuda a imaginar la situación y captar los detalles, sobre todo en lo que se refiere a la narración que transcurre en el siglo XIV.