"¿Podría apagar las luces el último en irse del planeta, por favor?" (Richard Kadrey, Naturaleza muerta con Apocalipsis)

"De la tierra asolada, / Líbranos Señor./ De la lluvia de cobalto, / Líbranos Señor./ De la lluvia de estroncio, / Líbranos Señor. / De la caída del cesio, / Líbranos Señor" (Walter M. Miller Jr., Cántico por Leibowitz)

"Parecía que el silencio iba a durar mucho tiempo" (David Grigg, Una canción antes del Ocaso)

Debía de tener catorce o quince años cuando leí mi primera aproximación consciente a la literatura apocalíptica. Se trataba, ni más ni menos, de La peste escarlata de Jack London. Recuerdo que, en su momento, la descripción del contagio que produjo la caída de la civilización me causó un gran impacto:

"Después de aparecer los primeros signos de la enfermedad, una persona moría en el plazo de una hora. Algunos duraban varias horas. Muchos morían a los diez o quince minutos de la aparición de los primeros síntomas...Tan pronto moría una víctima el cuerpo empezaba a hacerse pedazos, a pudrirse, a derretirse. Ésa fue una de las razones por las cuales la peste se propagó tan rápidamente. Todos los millones de gérmenes que había en los cuerpos se liberaban de inmediato".

Y después estaba el, quizás, más aterrador relato de cómo un abuelo cualquiera explicaba a sus nietos semisalvajes la destrucción de la sociedad, la vuelta al trueque y a la violencia más absoluta como si de un escenario de la magnifica obra de Jack Kirby, Kamandi, the last boy on Earth se tratara.

Han pasado los años, y consultando el apéndice de lecturas recomendadas que el editor J. Joseph Adams nos proporciona en su edición de Paisajes del Apocalipsis: antología de relatos sobre el final de los tiempos (Valdemar, 2012) me doy cuenta de que el género apocalíptico ha subsistido en mi inconsciente lector durante mucho, mucho tiempo. Lecturas como Soy Leyenda de Richard Matheson, Cántico por Leibowitz de Walter M. Miller Jr., El día de los Trífidos de John Wyndham, La carretera de Cormac McCarthy  o últimamente, Los muertos vivientes de Robert Kirkman y Tony Moore por poner sólo unos pocos ejemplos, lo atestiguan.

Como señala J. Joseph Adams en su introducción existe una curiosa atracción por las historias post apocalípticas que nos llevan a aventuras extremas que nos permiten comenzar de cero e "imaginar cómo podría haber sido el mundo si hubiéramos sabido entonces las cosas que ahora sabemos".

En la edición Paisajes del Apocalipsis se presentan 21 relatos en los que el denominador común es la existencia y supervivencia de la Humanidad (humano, de arena y escoria como en el relato de Paolo Bacigalupi o en simbiosis con las ratas como en el de George R.R. Martin, Oscuros, oscuros eran los túneles) en un mundo post apocalíptico. Junto a los relatos mencionados destacan otros como el de Jerry Oltion, El Juicio pasó en el que unos sorprendidos astronautas llegan a la Tierra para encontrársela completamente vacía tras el Juicio de Dios, Dale Baily con El fin del mundo tal como lo conocemos en el que el autor señala: "No necesitamos la destrucción de ciudades completas para saber lo que significa sobrevivir a una catástrofe. Cada vez que perdemos a alguien que amamos profundamente, experimentamos el fin del mundo tal como lo conocemos..." o para finalizar, Una canción antes del Ocaso de David Grigg, en el que se nos plantea el papel de la cultura en un entorno sin civilización, en el que un gran pianista interpreta su última composición.

Como señala John Varley: "Todos amamos las historias post-nucleares... en algún lugar oculto de nuestra mente pensamos que estaría bien sobrevivir, comenzar de nuevo. En secreto, sabemos que sobreviviremos. Son los demás los que morirán...".

Sobreviviremos...