¿Se acuerdan de cuando caminábamos hacia una sociedad del ocio, con más tiempo libre, en la que lo importante sería gestionar todo lo que los ciudadanos podrían hacer trabajando menos? Bueno, pues gracias a nuestro entregado gobierno, a la preocupación de la Unión Europea por nuestros males y a ese "mercado", que tanto había que dejar libre, ya no tenemos esas absurdas preocupaciones. Ordenadamente, caminamos hacia una sociedad con más horas de trabajo y menos sueldo, por lo que cobrarán más sentido actividades de ocio relacionadas con el sueño reparador y la visualización de programas televisivos. Cosas baratas y relajantes para las que no hay que devanarse mucho los sesos.
Disculpad esta entrada tan quejosa. De momento, tenemos bibliotecas públicas, el IVA del libro no sube y hay muchos espacios de lectura en la Red (como este mismo Sinololeonolocreo) que todavía nos animan a un ocio especial y creativo.
Mientras tanto, aquí estamos otra vez, con los calores instalados para los que habitamos estas latitudes del hemisferio norte. ¿Están ustedes de acuerdo en que el verano es una época que favorece la lectura? Mi amiga e insaciable lectora, Amanda Cabo, no opina lo mismo. Es precisamente en esta época estival cuando ella baja el ritmo y se dedica a releer con la calma que dan las siestas de todo cerrado a cal y canto y algún riachuelo cantando en las cercanías. Por cierto, echo de menos las listas de Amanda en Sinololeonolocreo. También me gustaría saber qué opina sobre esto del verano y las lecturas otra redactora de este blog a la que echo muchísimo de menos, Anabel Rábade.
En fin, para mí, el estío, sí que es una época especial para las lecturas. Aunque hayamos perdido, como seres expulsados de tantos paraísos, el verano estudiantil con sus horas interminables, no dejan de ser unos meses con más tiempo disponible.
Pero también ocurre que, como cuando éramos niños, en el verano nos apetece más que nunca estar al aire libre. Eso me hace recordar lo divertido que era ir al zoo. Supongo que ahora los niños ya no ven los zooloógicos como los veíamos en nuestra infancia. Hay una mayor conciencia sobre los derechos de los animales y, hasta para los más pequeños, lo aparentemente inocente está cargado de cuestionamientos. Pero en mi infancia, ir al zoo era una fiesta, hasta cuando visitábamos las jaulas tristes y malolientes que había en el parque de mi decimonónica y lluviosa ciudad. Sólo cuando los animales estaban visiblemente enfermos nos podía la tristeza. Si no, lo que nos invadía era la alegría de ver a esos maravillosos seres, siempre exóticos, aunque hubieran salido de los bosques autóctonos, y cargados de promesas de aventura.
Hoy un zoo puede parecernos muy triste (como los caballitos ponis de Hidrogenesse). Quizá no tan cutre como las tiendas de animales pero sí un lugar donde nada es tan sencillo como parece y lo obvio se retuerce. Eso me recuerda el álbum de Suzy Lee, Zoo, publicado por cuatro azules. Casi sin texto pero con unos dibujos cargados de matices y detalles. Hay que estar muy atentos a cada página porque parece que los animales han desparecido pero... No, están en otro sitio más divertido ¡y con más colores! Os recomiendo este libro que puede ser estupendo para compartir un rato con los más pequeños.
Algo muy distinto es lo que podemos encontrar en El Zoo absoluto del elegante Edward Gorey. Delicado humor y sonrisas para dar tono a una tarde de verano en la que el calor no va a impedir que nos tomemos un té. Os dejo como muestra este curioso animalillo:
"El Gawdge tiene la costumbre nueva
de llevar todo lo que encuentra a la cueva"
No os perdáis el Zoo de Bruno Munari, del año 1963, que, como las buenas joyas, no envejece y os asegurará buenos ratos con hijos, sobrinos y nietos.
Es fundamental, eso sí, adentrase en este zoo siguiendo las normas básicas: "No de comida a los animales: no le dé los pájaros al zorro, el zorro al león, el loro al tigre. No aburra a las mariposas (...). El león puede sentirse ofendido si le tiran de la cola (...). Aplaudan a las focas".
A veces el zoo, ese lugar extraño que miramos tras las verjas, somos nosotros mismos y eso es lo que nos cuenta , Antonio Santos en su galería urbana sin palabras: Zoo, publicado por la editorial sins entido en su "colección sinmiedo".
Y desde esta galería de tipos raros (tan como usted y como yo) no es difícil pegar un salto y plantarnos en 1925, en la novela gráfica (requetepionera de tantas otras) La ciudad de Frans Masereel, tan sabiamente editada por Nordicalibros. Vemos desfilar escenas de la vida urbana: las fábricas, el transporte, el incesante trasiego de personas, las tiendas, la ciencia, el arte, la diversión, la lucha, la enfermedad, la muerte, la solidaridad, la sordidez , los ricos y los pobres. Masereel nos cuenta lo que hay ahí fuera a través de sus grabados de madera (maravilloso ese toque arcaizante en algo tan moderno), creando una especie de biblia para pobres que todo el mundo puede entender y que clama a gritos contra la injusticia. Por cierto, por el caminito que llevamos no estamos lejos de que los contrastes de La ciudad sean un reflejo de nuestra ciudad.
Vaya, hasta ahora, no he hecho más que hablar de lecturas con muy poca letra. Quizá tenga algo que ver con lo que plantea mi amiga Ana Garralón desde su blog anatarambana literatura infantil: "¡Urgente! Se buscan escritores de literatura infantil". Ya me diréis después de leerlo.
Pero también he tenido tiempo para las lecturas más literarias, aunque, eso sí, con una clara predilección por los textos cortos, pero intensos, que nos puede regalar la poesía.
He disfrutado muchísimo con el humor de Wislawa Szymborska, gracias a la traducción de Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawmirski, que ha publicado Lumen (Paisaje con grano de arena). Me encanta la guasade la Szymborska que habla de lo divino y de lo humano, de la cobardía y de las miserias, de los héroes y de las grandes ideas, con la gracia de un ama de casa que esconde un laboratorio de astrofísica en la despensa.
También hay mucho humor en los poemas en prosa de Mark Strand, Casi invisible, con el aliciente de que Visor los ha publicado en versión bilingüe. Pero este librito no sólo nos despierta la sonrisa porque agazapado, bajo esas palabras tan normales que podrían darnos el parte del tiempo, hay un filo helado que se nos clava de improviso.
El que llega cargado de lo más terrible, la enfermedad y la muerte, es Sobre Todo Nada, el XXI Premio de Poesía Gil de Biedma, del, normalmente humorístico, Miguel Albero. Pero en este libro de poemas, subtitulado "Glosario de la Dos Tres Tres de Robreto Bunin (1950-2009)", lo que encontramos es la cárcel de la carne sometida al quirófano y a la cura dolorosa. Mucho hospital y mucho deseo de que la muerte alivie un cuerpo que ya sólo late de dolor. Quizá en venganza, ante tan terrible sufrimiento, algún duendecillo travieso ha hecho que Miguel Albero quede borrado del registro que da cuenta de este libro en nuestro querido CISNE. En cualquier caso, el autor, construye toda esa desolación con inteligencia y, en el sería imposible de otro modo, con ironía. Dejo un botón de muestra como despedida que, leído al calor de los acontecimientos quevivimos en el territorio de la "Marca España", es, además, auténtica poesía social:
TIERRA
La tierra que te vio nacer.
La tierra que te vio morir,
Nada más falso, nada más vacuo.
La tierra no ve, no mira, no escucha,
Y si me muero aquí, en nada le afecta,
Tampoco a la dos tres tres
Ni a sus gestores.
En eso la muerte se iguala
Equitativa a la vida,
Sólo una cosa importa
Y no es el dolor,
Y no es la tierra,
Y no es la suerte,
Es que alguien termine
Pagando las facturas
Buen verano y buenas lecturas.
Javier Pérez Iglesias
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