La Guerra Civil Española aparece en multitud de obras literarias; sin embargo, no por ser muchas dejamos de descubrir historias impresionantes y sorprendentes, tantas como las personas que la vivieron. A veces se manifiesta como protagonista absoluta, a veces sólo se la percibe como telón de fondo.
Y a veces es una presencia persistente y tozuda que no deja de acosar y atormentar a sus víctimas a pesar de haber finalizado. Así nos la muestra Alberto Méndez en su libro Los girasoles ciegos, el único que publicó, pues murió ocho meses después de ser editado.
A mi juicio, esta visión tan original y diferente de reflejar el mundo y la vida después de una guerra se manifiesta en una extrema crudeza a la hora de leer la obra pero también descubre su gran profundidad y su hondo sentimiento.
Cuando no queda esperanza... Esta es la auténtica tragedia de los personajes de este libro: ya no les queda nada, ni siquiera la esperanza. La guerra, la maldita guerra, les ha arrebatado todo, aunque, desgraciadamente, les ha dejado vivir. Les ha convertido en seres derrotados, en fantasmas humanos que se mueven por inercia para toparse una y otra vez con un muro.
En los cuatro relatos que componen Los girasoles ciegos, Alberto Méndez nos enseña los efectos más devastadores, más dañinos y más irreversibles de la guerra. No nos describe batallas, ni asedios; no nos habla de la destrucción de las ciudades, ni de la aniquilación de los ejércitos. Es mucho peor. Nos adentra en la cotidiana muerte en vida de unas personas que llevan la derrota en el alma, que se vieron inmersas en una catástrofe que lo arrasó todo y que les mantuvo vivas para verlo, para padecerlo y para sufrirlo. Porque una vida así, amarga y duele.
Un militar, un joven poeta, un preso y un niño se enfrentan cotidianamente a la nada de su existencia. Su único consuelo es ése: ya no se puede esperar nada más y el final está próximo, pero, a pesar de todo, queda todavía mucho miedo por pasar y muchos embates que afrontar.
Y, sin embargo, la amarga derrota no les arrebata su dignidad, no les priva de una calidad humana no exenta de ternura, decencia, orgullo, altruismo, compañerismo o amor, que nos los acerca tanto que nos sentimos realmente afectados por todo lo que les ocurre.
Hasta el título nos resume su existencia: los girasoles que no pueden mirar al sol. ¿Y existe algo peor que no poder ver la fuente que nos da la vida?