La Historia Universal se escribe siempre de forma injusta y asocial, porque casi siempre describe tan sólo la angustia de los poderosos, el triunfo y la tragedia de los príncipes de este mundo.(María Estuardo, p. 309)
"tomando por objeto de estudio un carácter medio que sólo a un incomparable destino debe su irradiación más allá de su tiempo y cuya íntima grandeza nace únicamente de su desmesurada desgracia" (María Antonieta, p. 484)
Llevado por recomendaciones personales y virtuales en las que a veces se mezcla el calificativo "la mejor" acabé leyendo, separadas por dos meses, las dos biografías de Stefan Zweig, una muy de moda por una ya no tan reciente película; la otra, bastante más difícil de encontrar.
Tienen más elementos en común que el mismo biógrafo: ambas fueron reinas de Francia, ambas mantuvieron siempre el orgullo de pertenecer a un mundo superior, el de la realeza; ambas comparten una cierta irreflexión posiblemente ligada a la característica anterior, y a ambas les cortaron la cabeza, aunque fuera por distintas razones. Sin embargo ahí acaban las coincidencias, incluso en el caso de la propia narración biográfica.
La de María Estuardo me dio numerosas sorpresas, seguramente por el desconocimiento de su vida aparte del retiro obligatorio que fue gran parte de su vida en Inglaterra (Nada es más difícil de describir que el vacío, nada más complicado de ilustrar que la monotonía. La prisión de María Estuardo es uno de esos no aconteceres, una noche yerma y sin estrellas, p. 268).
Es una biografía en la que el propio Zweig incorpora elementos teatrales en los aspectos formales, pareciendo conjugar varias obras clásicas del "contemporáneo" Shakespare cuando en realidad intenta retratar una vida en la que el drama y la tragedia se conjugan como una aparente aventura hasta la interminable reclusión final. Pero sobre todo con la intriga: intrigan los nobles escoceses, intrigan los nobles ingleses, intrigan los pastores religiosos, intriga sin intrigar Isabel I, intriga la propia reina, intriga hasta su hijo... Porque los nobles escoceses se mueven al mejor postor/interés, del mismo modo que se actúa con la religión, un elemento más político y económico que de otra índole (sólo hay que contemplar la actuación de Jhon Knox, para el que ninguna alegría más que la suya le parece legítima, p. 99): la Reforma por ejemplo conlleva desamortización eclesiástica haciendo que las propiedades cambien de manos.
Una mujer vital, apasionada, audaz, poco reflexiva, imprudentemente segura y confiada, sin sentido de la realidad, reina desde el día que nace, y doble reina en su adolescencia, que llevada por la pasión comete uno de los grandes errores de su vida al enamorarse de Bothwell (el único general capaz de meter en cintura a los nobles escoceses) y supuestamente deshacerse de su marido el rey (hermoso cabeza hueca del que con anterioridad se había enamorado locamente), lo que aprovecharán sus enemigos (en estos casos suelen ser los más cercanos, incluso en parentesco: su hermanastro Moray, una especie de Fouché en pequeño, cuya desaparición "del escenario político siempre es un barómetro") para atacarla, aislarla y dejarla sin el poder: su hijo, Jacobo VI, será educado sin contacto con ella y vivirá odiándola, aparentemente por cuestiones religiosas (poderoso caballero es la religión). Será después el centro de las intrigas diplomáticas europeas, a lo que ella misma contribuyó sobremanera. Su indómito espíritu se fue enfriando con la prolongación de su reclusión que rotaba de un lugar a otro con diferentes responsables más o menos severos según las circunstancias, alguno castigado como ella al mismo cautiverio, como si en vez de carcelero fuera compañero de prisión.
La clave de todos sus avatares no es sin embargo que fuera católica en un mundo protestante, aunque "siempre es peligroso que un soberano pertenezca a una religión distinta de la de sus súbditos" (p. 53). Su verdadero problema consistió en ser la candidata más directa al trono de Inglaterra (para algunos incluso con más derechos que la propia Isabel). Por algo su hijo llegó a tener las coronas de Escocia e Inglaterra (Jacobo I) sobre su cabeza y su nieto sería el primer rey europeo que subió al patíbulo; algo en lo que tuvo el dudoso honor de precederle.
Zweig acostumbra a aprovechar las biografías para apuntar las de los que están a su alrededor. Es quizás en la que menos aprecio esta virtud: tal vez un poco con Bothwell o Moray. Isabel I no acaba de ser dibujada tal vez por ser la encarnación de la ambigüedad, aunque muestra en ella algunos rasgos que no se mencionan en otras biografías (indecisión, inseguridad, tendencia histérica), para retratar a Knox son suficientes 3 ó 4 menciones nada agraciadas (una muestra: el más terco, zelote e implacable de todos los fundadores de iglesias, que supera en inclemencia e intolerancia incluso a su propio maestro, Calvino: p. 58. Para ver un buen retrato de éste como reformador fanático nada mejor que el que realiza el propio Zweig en la primera parte de Castellio contra Calvino) y a Felipe II "el lento", "cunctator", "rígido y monacal", con unos pocos adjetivos.
La de Maria Antonieta cobra otra dimensión, incluso desde el punto de vista literario. Por ejemplo, sobre el último aspecto mencionado retrata a un sorprendente Luis XVI preocupado por la caza, el trabajo de herrero y el placer de comer; pero también culto e incluso de cierto espíritu ilustrado, gran amante de los libros y con nervios inalterables (nada puede espantarle, pero tampoco nada entusiasmarle, p. 87), del que llega a apuntar Zweig que su personalidad ayudó a que triunfara la revolución o lo hiciera con una oposición menor por parte del poder gobernante; con intermitentes apariciones dibuja a su suegra, la política de Estado encarnada en María Teresa de Austria, que vela en la distancia por su hija como luego no lo hará su hermano. Algunos de los protagonistas de la Revolución también se dibujan de esa manera genial que caracteriza a Zweig; entre ellos un nada agraciado moralmente Luis XVII. Como tampoco resulta bien parado el pintor David (una de las almas más cobardes al mismo tiempo que uno de los mayores artistas de la época, p. 467) en su breve paso por la obra, como ejecutor de un apunte de María Antonieta camino del cadalso.
Otra faceta de la personalidad de Luis XVI, en concreto sus posibilidades amatorias que llegan a convertirse en cuestión de Estado, influirá para que el poder recayera en manos de una joven aturdida, la cual lo malgasta con la mayor ligereza (p. 33), en vez de utilizar el poder que le ha caído en suerte, sólo quiere gozar de él (p. 98) porque su personalidad un tanto infantil hace que "la modista principal, la divina mademoiselle Bertin, alcance mayor influjo sobre María Antonieta que todos los ministros" (p. 103): fue una diabólica maldad del destino ir a exigir a una naturaleza como ésta, tan estancada, roma y elemental, las más importantes determinaciones históricas de todo aquel siglo (p. 87).
Ya su madre reconocía que sólo sería posible educarla distrayéndola al mismo tiempo (p. 13) puesto que se trata de una persona caprichosa (le aburre ya mañana lo que aún ayer le encantaba, p. 110), más preocupada por el parecer que por el ser, enamorada de sí misma, rápida en la comprensión pero también en el olvido, obediente a toda moda, que habla con la boca y no con el cerebro (p. 90) cuya meta es no complicarse la vida; nada que pueda producir tristeza, melancolía o aburrimiento, (p. 91) y que piensa que todo el mundo está contento y sin cuidados, porque ella misma no tiene preocupaciones y es feliz (p. 71): niña mimada lo aceptaba todo sin reflexión ni gratitud (p. 279), cuya más humana y atractiva cualidad: el que no puede ocultar sus simpatías y aversiones (p. 239). Sólo quien desconoce la gravedad del mundo puede jugar tan dichosamente (p. 100).
La reciben esplendorosamente como esposa del Delfín (resulta curioso este aspecto: cada ciudad por la que pasa se convierte en una verdadera fiesta), igual que en sus visitas a París (hay que recordar que Versalles está lejos y ha sido construido para probar simbólicamente a Francia que el pueblo no es nada y el rey lo es todo, p. 39), habiéndose convertido a los 19 años en la diosa del rococó, el prototipo de la moda y de los gustos dominantes (p.88). Zweig asegura que el estilo Luis XVI debería ser llamado estilo María Antonieta. Pero su progresiva concentración en su propia burbuja (no ya Versalles sino su privado y "sobrio" palacete donde es todavía más reina y señora), ajena a las penurias del pueblo llano y la riqueza sin derechos de las clases emergentes (Labrousse unificaría los planteamientos opuestos de Jaurés y Michelet sobre el origen de la Revolución) acabarán granjeando la animadversión de todos, acentuada por algunas de sus acciones y por el hecho de que fuera en buena medida la verdadera gobernante.
El final de la historia es conocido, no obstante es interesante ir viendo los sucesivos pasos que acontecen en ella, así como los previos con los entresijos de la Corte y los manejos de la diplomacia (también expuestos en el caso de María Estuardo). A mí me llamó la atención la estúpida huida que acabó en Varennes: no se entiende cómo no acabó antes ya que "lo que debía ser una fuga secreta se convierte en una pomposa expedición" (p. 305), una demostración más de cómo vivían ajenos al mundo real, ése que sólo supuestamente acabaría con la incipiente revolución.
Zweig dibuja una María Antonieta diferente en la parte final de su existencia, en la que surge una dignidad que parecía no existir. En cierto modo paralela a la que mostró María Estuardo (que pensó hasta en la ropa interior que debía llevar) camino del hacha del verdugo, quien la precediera en el tiempo en el cadalso igual que ha hecho en esta reseña.