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AT SEVENTEEN

Ana Isabel Rábade Obradó 1 de Abril de 2013 a las 09:30 h

A pesar de algún pintoresco estudio sobre el tema, no está tan claro que la poesía sea cosa de la juventud y que "los poetas mueran jóvenes". Un repaso rápido por la wikipedia mostraría que no es pequeño el número de poetas que han muerto a edad avanzada, muchos de ellos con la pluma aún cargada. Desde luego, si Homero escribió la Iliada y la Odisea, cuya escritura dista, según los expertos, al menos unos ochenta años, debió de comenzar muy joven y de acabar muy viejo. No sabemos a qué se dedicó entre medias.

En cualquier caso, la poesía parece llevarse estupendamente con la adolescencia. Es un tópico lo de los versitos a los quince años: rimas fáciles, clichés de enamorados, desahogos líricos de soledad e incomprensión... ¿Quién no lo intentó? Otra cosa es que el resultado fuera poesía de la buena.

Arthur Rimbaud (1854-1891) es el poeta adolescente por excelencia. En él se cumplen todos los requisitos. La producción poética que conservamos de él se inicia a los quince años, con una madurez sorprendente, y no va más allá de los 20 ó 21. El resto es silencio, como diría Shakespeare, y el comercio de armas. Su poesía es tan buena, tan innovadora y destructora de clichés, que marca un antes y un después (según Nabokov, tras Kafka y Rimbaud aún no sabemos si ha habido un "después"), y que podemos seguirle dando vueltas y vueltas a ver si desciframos sus misterios. En su poesía podemos encontrar, además, todas las dimensiones de la revuelta adolescente: personal, sexual, estética, social y política. El guapo jovencito de pelo revuelto y mohín seductor, que dirige hacia la lejanía su mirada acerada de perro esquimal entre soñadora y resuelta, es mucho más que una foto icónica destinada a adornar las camisetas de los jóvenes vagamente rebeldes entre los rostros de James Dean y el Che Guevara.

¿Cómo hablar de la poesía de Rimbaud? Para empezar, sugiriendo una buena edición bilingüe y una conveniente dosis de desconfianza hacia cualquier traducción: no está de más comparar versiones. Yo me prevendría férreamente frente a las interpretaciones estetizantes o decantadas hacia la mera forma. En una conocidísima carta a su profesor George Izambard en la que le incluye El corazón robado como muestra de su nueva poesía, el joven Arthur -16 añitos- apostilla: "no es que no quiera decir nada". El esteticismo desactiva las cargas de profundidad contenidas en la poesía de Rimbaud, o en la de cualquier otro. El joven poeta de vida escandalosa y disoluta a los ojos de los biempensantes, ridiculizador de los usos, costumbres e ideas, tanto políticas y morales como estéticas, de la autosatisfecha burguesía y declarado partidario de la Comuna de París de 1871, no transformó la poesía para renovar las agotadas formas del verso francés, sino para intentar transformar el mundo. Y si también hizo lo primero fue a consecuencia de lo segundo.

Rimbaud se ríe de los sobados clichés de una poesía demasiado lírica que sanciona temas, palabras y formas como aptas o no aptas para un poema y, al mismo tiempo, toda una forma de ver el mundo. Romanticismo acartonado y poder burgués como las dos caras de una misma moneda. Los corazones tiernos como el envés del ánimo de lucro a cualquier coste. La lagrimita fácil y el exceso lírico como contrapartida de la eterna injusticia de los de siempre sobre los de siempre que se justifica a sí misma como el mejor de los mundos posibles (seguramente, el severo director de banco que todos los días ejecuta hipotecas sin que le tiemble la mano también se pone del lado de Jean Valjean cuando lee Los miserables, y más aún si escucha el texto rodeado de gorgoritos). Lo sublime poético alentando en su lado oscuro el "horror económico". Dos versiones -policía bueno y policía malo- de una misma ideología. El recurso al argot, los temas "poco poéticos", los sobreentendidos eróticos -obscenos- ocultos en las palabras tiernas, las lecturas políticas sugeridas por detrás de los versos aparentemente más alucinados, la renovación formal, todo ello como utillaje crítico contra una realidad que no se puede tolerar y con la que, moralmente, no cabe la complicidad del escapismo. ¿Rebeldía adolescente?

Es fácil interpretarlo así. La poesía de Rimbaud corrió pareja con su adolescencia. Terminada una, terminada la otra. Después llegó el abandono de la poesía y la aventura colonial. El silencio de Rimbaud ha hecho correr, paradójicamente, ríos de tinta. ¿Se acabó la inspiración?

Según han ido apareciendo manuscritos de los poemas de Rimbaud se han ido desmontando mitos en torno a sus maneras poéticas. Quizás fue Edison quien dijo que el genio se componía de un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración. Rimbaud era un verdadero trabajador de la palabra. Sus maravillosos poemas, en verso o en prosa, no son fruto de un breve momento de pura inspiración, ni tampoco de una inspiración no tan pura inducida por ciertas sustancias. Las diferentes versiones que tenemos a veces de un mismo poema atestiguan que son producto de un trabajo muy serio. Tal vez por ello no bastan la vida bohemia, el alcohol, las drogas y una sexualidad desinhibida para hacer un Rimbaud de cualquier jovencito angustiado y descontento. Además -por si alguien está acariciando la idea de emprender ese camino-, Rimbaud era un lector voraz. Por ejemplo, sus licenciosas estancias londinenses incluyeron siempre la obtención a los pocos días de su llegada del carnet de la Biblioteca Británica. Para ser "absolutamente modernos" parece que hay que leer obsesivamente.

Resulta interesante observar algunos elementos del trabajo de Rimbaud. Por ejemplo, conforme avanzan y se perfeccionan las versiones, se velan las manifestaciones y referencias más personales, fundiéndolas con otros estratos del poema. La poesía tiene para Rimbaud muy poco de efusión subjetiva.  "Yo es otro". A quien quiera apreciar esta labor de sfumato de la subjetividad, le propongo que compare dos versiones de un mismo poema, Familia maldita y Memoria, entre las que el cambio de título opera ya en esa dirección. El trabajo de Rimbaud busca también una síntesis mayor: cada versión de un texto acostumbra a ser menos evidente que la anterior, como podría comprobarse con las versiones previas de las prosas poéticas que componen Una temporada en el infierno, el único libro que, con escasísimo éxito, publicó en su vida.

Aunque a algunos les sorprenda, quizás el punto fuerte de la poesía de Rimbaud no fuera la inspiración sino la "interrogación": su capacidad de cuestionarse lo dado en la poesía como en la realidad. Y tal vez cuando dejó de creer en las potencialidades de la poesía para cambiar la realidad dejó de creer en la poesía. La extraordinaria creatividad formal de Rimbaud no resultó de su adhesión al "arte por el arte".

¿Rebeldía adolescente, entonces? ¿Identificamos la renuncia a la poesía con la renuncia al deseo de transformar la realidad? ¿Con el desencanto respecto a las efectivas posibilidades de hacerlo? ¿Con la aceptación "madura" de las cosas como son"? ¿Le sucedió, en definitiva,  a Arthur Rimbaud lo mismo que a todos nosotros?

El adolescente que fuimos va quedando cada día un poco más lejos -el tiempo nos gasta estas malas pasadas-. Las cosas ya no son las mismas y nosotros tampoco. Maduramos: aprendimos a aceptar el mundo como es y, tal vez, a querernos a nosotros mismos. ¿Volver a los diecisiete? Despachamos con un gesto displicente de la mano al adolescente iluso que fuimos: sus ideas eran confusas, demasiado idealistas, no conocía el mundo, no sabía vivir en él. Pero, de regresar a los diecisiete, ¿cómo nos juzgaría ese adolescente de mirada huraña que habita nuestro pasado?

De acuerdo con los testimonios que tenemos del Rimbaud de la aventura colonial, Arthur se había convertido en un hombre triste. Quizás el hombre maduro no había perdido la lucidez del adolescente en rebeldía. No se acogió a esas coartadas en las que nos acurrucamos cómodamente, blanqueando nuestra conciencia al apartar de nuestros ojos el lado más cruel de la realidad que nos alimenta. Ya que no iba a cambiarla, Rimbaud vivió la inhóspita realidad sin subterfugios. Porque ¿acaso nuestro desacuerdo con el mundo era inmerecido? ¿Realmente están tan bien las cosas como están? ¿No exige su rampante injusticia una urgente reparación? Nuestra complicidad, sensata y madura, ¿nos hace admirables? "No se es serio con diecisiete años". Así comenzaba un poema (Novela) que Arthur Rimbaud escribió cuando aún no había cumplido los dieciséis. Pero ¿acaso hay tarea más seria que intentar construir un mundo mejor con todas nuestras armas? ¿No será cierto que, como dice la canción, "aprendimos la verdad a los diecisiete", pero luego decidimos olvidarla?

Queda la poesía. Arthur Rimabud no rindió jamás su poesía ante las demandas de la realidad victoriosa. Como esos guerreros legendarios, prefirió quebrantar la espada antes que entregarse con ella al enemigo. No estableció componendas. Porque ¿cuánta lírica hace falta para encubrir una traición?

Me gustaría terminar reproduciendo uno de los primeros poemas que conservamos de Rimbaud, escrito cuando tenía quince años. Sensación es un poema fácil alejado del tono críptico que más tarde presentará su poesía. Es un poema adolescente, con su soñador erotismo panteísta. Al estar escrito en futuro, es también un poema de esperanza.

                En las tardes azules de verano, iré por los senderos,

picoteado por el trigo, a pisar la hierba menuda.

Soñador, sentiré el frescor en mis pies.

Dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda.

 

No hablaré, no pensaré nada:

pero el amor infinito me subirá al alma,

e iré lejos, muy lejos como un vagabundo,

por la Naturaleza, -feliz, como con una mujer.

 

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