"Para Marta Ontañón, con quien compartí mis primeras lecturas de Manuel Puig y tantas otras cosas que duran hasta hoy"
De todos es conocido el gusto bonaerense por las librerías y los altos niveles de calidad que han alcanzado esos establecimientos. Yo mismo lo conté hace ya tiempo en Sinololeonolocreo.
En este viaje, ya sin la tensión de tener que conocer, he estado en menos librerías. De hecho, sólo acudí expresamente a una (eso sí, tres veces) y las otras me las fui encontrando accidentalmente en paseos por la ciudad.
La librería escogida, Eterna cadencia, está en el Barrio de Palermo Soho, muy cerca del hotel en el que me alojaba, y por eso la propuso una amiga para que nos viéramos. Pero la cita era por la tarde y yo llegué a Buenos Aires en el primer vuelo de la mañana que salía de Córdoba así que, para aprenderme bien el camino, decidí visitar yo sólo el local.
Nada más entrar, y después de echar un vistazo general al espacio (agradable y con una hermosa luz) fijé la vista en una portada: Teatro reunido de Manuel Puig. ¡Y de todos los títulos yo sólo conocía uno!
Manuel Puig me retrotrae a los primeros 80, a la universidad, a las pasiones lectoras, a la lucha política con entrega, a los amores (desgraciados), a las amistades (apasionadas). Bueno, pues una mezcla de todo eso se juntó con mi afán posesivo (que en cuestión de libros alcanza cotas patológicas) y me tuve que poner el libro bajo el brazo (¡único ejemplar a la vista!) para poder seguir mirando en otras mesas (sin ver nada), recorrer la librería (a toda velocidad) y sentarme a tomar un té (en Eterna cadencia puedes comer y beber muchas cosas).
Manuel Puig, el maestro Puig, (léase "Puij" a la argentina) otra vez en mis planes de lectura. Porque en mis pensamientos siempre ha estado presente. Desde que leí El beso de la mujer araña (1976), juraría que en 1980 pero he perdido el ejemplar, pasó a ser uno de mis escritores favoritos y leí de seguido todo lo que pude. Pero ahora estaban en mis manos la versión teatral del Beso (que comencé a leer, y terminé, en esa misma mesa) y otros 4 títulos desconocidos para mí: Bajo un manto de estrellas, Misterio del ramo de rosas, Triste golondrina macho y, en otro registro, la comedia musical Un espía en mi corazón. Las fui leyendo en los días que me quedaban en Buenos Aires, ávido glotón, y supe que Puig había vuelto para quedarse. En ese teatro está todo lo que adoro de él. La capacidad para hacernos sentir que estamos escuchando una conversación, esa brujería especial de tomar el lenguaje oral y representarlo en el texto escrito como si no hubiera artificio. Están esos mundos opresivos que uno siente tan reales, las luchas de poder, la crueldad, la injusticia... Pero también el amor, la belleza que sólo existe porque alguien es capaz de verla y nombrarla, la fantasía liberadora y radical. Esa habilidad suya para contar cosas profundas con los elementos más kisch y camp; esa mirada de águila, a veces tan despiadada, pero en la que no faltan la ternura y, sobre todo, el humor. Las dotes de Manuel Puig para "macanear", que estuvieron tan desarrolladas en su vida, invaden sus obras. Junto a lo dramático el toque frívolo y chistoso.
Antes de salir de Eterna cadencia, descubrí que en Argentina se está reeditando toda su obra, en bolsillo (en la colección Booket de la editorial Planeta) , y tuve que decidir (así, sin medicación) que no me los podía comprar todos porque las compañías aéreas no están en los problemas reales de las personas y yo llevaba ya un poco de exceso de equipaje. Así que me porté bien y escogí una obrita póstuma, Los ojos de Greta Garbo, que recoge unos textos sobre cine y alguna conferencia, y su primera novela, La traición de Rita Hayworth (1968).
Me resulta increíble que su primera obra naciera con esa potencia y toda esa fuerza de un estilo propio. Puig tenía 36 años cuando la publicó y, como he podido descubrir ahora leyendo una biografía escrita por su traductora al inglés, Suzanne Jill Levine, la historia está fuertemente anclada en su propia biografía. Hasta ese momento el mundo de Manuel Puig era el cine, como queda muy reflejado en la novela, y su vida (aprender lenguas, viajar al extranjero, estudiar...) giraba en torno a formarse para dedicarse a hacer películas. Parece ser, como él mismo cuenta en una de las conferencias publicadas en el libro póstumo, que su afán era hacer guiones pero tenía un pulso, digamos, de larga duración:
"Yo no decidí pasar del cine a la novela. Estaba planeando un guión en el que la voz 'en off' de una tía mía introducía la acción en el lavadero de una casa de pueblo. Esa voz tenía que ser de tres líneas de duración, al máximo, y siguió sin parar unas treinta páginas, no hubo modo de hacerla callar. Ella sólo tenía banalidades para contar, pero me pareció que la acumulación de las banalidades daba un significado especial a la exposición. Este asunto de las treinta páginas de banalidades sucedió un día de marzo de 1962, y yo tampoco me he podido callar desde entonces, he seguido con mis banalidades, no quise ser menos que mi tía".
En un primer vistazo, la sucesión de monólogos interiores, de conversaciones y textos (cartas, diarios íntimos, redacciones escolares, anónimos...) que componen La traición de Rita Hayworth, parecen cosas tontas. Todo resulta de lo más cotidiano y está contado por mujeres, niñas y el propio niño protagonista. Es un mundo cerrado, de un lugar pequeño y polvoriento del interior (que es como en Argentina llaman a todo lo que no es Buenos Aires), donde aparentemente nada se sale de la norma, donde todos comparten los mismos valores...Aparentemente, porque esta novela expresa, de manera magistral, el clasismo lacerante de una sociedad hipócrita. La trampa en la que viven las mujeres, convertidas en madres o putas por unos hombres que no han cambiado demasiado desde Sor Juana Inés. En esas páginas está el retrato de un niño marica más hermoso y duro que he leído jamás.
Por cierto, en las conversaciones sólo leemos una voz, aunque podamos reconstruir el intercambio perfectamente, y me ha hecho mucha gracia descubrir ese mismo diálogo, pero con las dos voces, convertido en guión y escrito con expresiones mexicanas, se titula "Muestras gratis de Hollywood Cosméticos" y está publicado en Los 7 pecados tropicales y otros guiones.
Fue llegar a Madrid y comenzar la búsqueda, primero por casa y luego por la BUC, de todo lo que había de Manuel Puig. Releí de seguido Boquitas pintadas (1969), que lleva como subtítulo "un folletín", y leí The Buenos Aires Affaire (1973). Con Boquitas hay de nuevo un uso de los diálogos con pensamientos internos que discurren en paralelo. También se utilizan las cartas pero se incluye además, la tercera persona. Eso sí, el autor se ríe, en divertida complicidad con el lector, para evidenciar como el punto de vista omnisciente puede ser una limitación narrativa. Los informes sobre lo que hace cada personaje a una hora determinada comienzan con el estado del tiempo en ese momento y no se salen de un estilo frío y de la enumeración de actividades triviales. Con esos recursos se mezcla un espeso caldo kitsch cocinado con letras de tango (algo así como Carlos Gardel y Alfredo Le Pera en un beso prohibido) para dar lugar a una novela que te absorbe y donde, una vez más, el clasismo y la opresión machista crean un mundo de hipocresías y crueldades en el que todos están presos, en donde todos actúan por interés pero dónde algunos son mucho más "repugnantes" que otros.
The Buenos Aires Affaire, marca la salida de Manuel Puig de Argentina. En esos años, se estaba gestando en el país la carnicería que lo inundaría en sangre muy pronto, con las militares criminales al mando. La novela es recibida como un insulto por parte de la extrema derecha y es incomprendida por los intelectuales de izquierda que no ven pertinente la imagen poco favorable que refleja de la época peronista. Sin duda Puig era demasiado para la homofobia que imperaba en aquel momento y el clima de terror que se estaba fraguando hicieron el resto. Ante las amenazas telefónicas de la extrema derecha, Puig dejó el país y tardaría en regresar.
Es curioso como él, que se podría definir políticamente como cercano a la socialdemocracia, cuenta tan bien, me parece, la conversión al peronismo de un joven abogado trotskista en el guión cinematográfico de Pubis angelical.
Las conversaciones sobre peronismo no dejan de aparecer con mis amigos argentinos y yo les agradezco que no se aburran de mi estupor europeo ante un movimiento que abarca desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Son indulgentes también, mis queridos amigos, ante la sorpresa por el hecho de que el peronismo haya calado en sectores progresistas cuando su origen tiene ese dudoso tufo mussoliniano.
Quedan por comentar grandes y maravillosas obras como El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979), Maldición eterna a quién lea estas páginas (1981), Sangre de amor correspondido (1982) y Cae la noche tropical (1988). Por no hablar de sus guiones cinematográficos (él sólo daba valor a los que hizo adaptando novelas de otros) y su correspondencia, Querida familia, felizmente publicada en dos tomos por la editorial Entropía.
Es una delicia leer su biografía porque en sus andanzas europeas y americanas conoció (a veces en la acepción bíblica) a gente interesantísima. Parte de todo eso está muy bien reflejado en sus cartas a la familia y a los amigos, llenas de cotilleos y de chispa, que se leen con el gusto de estar escuchando una conversación interesante y que él escribía para conjurar la añoranza y el deseo de estar con los suyos. Entre los muchos hallazgos sorprendentes escojo esta crónica de la actuación de María Callas, en el año 1958, en una Traviatta en el Covent Garden:
"Anoche vi a la Callas, encantadora. Actúa como una perfecta actriz, y canta con un sentimiento que hace llorar a las piedras [...] Me imagino lo que será ella con Visconti; en Italia han trabajado mucho juntos. En escena es una visión y los saludos son capítulo aparte. Es cierto lo que dicen de la voz, no es perfecta, en el 1er. Acto (la fiesta) chilla de lo lindo. El fuerte de ella es lo patético, ahí es distinta a todas las demás, sin deformar la voz da la impresión de ahogo del llanto. Todo el último acto fue de no creer."
En estos momentos sigo releyendo a Puig y, como me decía mi psicoanalista con su elegante acento argentino, al finalizar cada sesión, "Por hoy, lo vamos a dejar aquí".