Cuando era niña, mi padre me regaló una numerosa colección de cuentos de hadas del mundo, de exóticos países lejanos o de tierras más cercanas: cuentos de hadas ingleses, japoneses, nigerianos o suecos, que mi madre me hacía leer en voz alta cuando terminaba los deberes y que poblaron mi infancia de personajes fantásticos que me enseñaron, para siempre, que hasta en la imaginación, el mundo era plural y diferente.
Hoy, es mi hijo quien vuelve a regalarme relatos, estos cuentos cortos de distinta procedencia, que cierran un círculo mágico y afectivo en torno a la lectura.
En 173 páginas se nos ofrecen 20 fantásticos relatos escritos desde Japón, Polonia o Nueva York y redactados entre finales del siglo XIX y el primer tercio del XX por otros tantos autores de la literatura universal en letras mayúsculas.
Ordenados inteligentemente por orden alfabético de sus autores (lo contrario sería un menoscabo para el resto), los hay irónicos y crueles, tiernos y filosóficos, históricos, críticos, fantásticos..., y todos y cada uno de ellos invitan a la reflexión: Cuentos breves para leer en el bus
Akutawa nos habla de la supervivencia en la desolación, Leonid Andréiev con "La nada", de los tentadores pactos que podemos contraer con el diablo. Katherine Mansfield en "La mosca" nos acerca a una vida arruinada por el dolor a través de una metáfora cotidiana. O. Henry, en "El policía y el himno" nos muestra la importante presencia de los prejuicios contemporáneos y cómo nuestra vida puede depender de la interpretación que hacen de nuestros actos los demás.
Los deformantes ojos de los celos y la venganza, se nos presentan en el texto de Guillaume Apollinaire "El bergantín holandés" y en el relato de Kate Chopin "El hijo de Desiree" que aborda además, el tema de los prejuicios hacia la mujer de su tiempo. La venganza es, por otra parte, uno de los temas más recurrentes de la selección, ya que es tratada también por Allan Poe en la excelente narración "Hop-Frog" y por Saki, seudónimo del birmano H.H. Munro, en el cuento "Sredni Vashtar".
El humor y la ironía son elegidos por Ambroise Bierce en "Aceite de perro", uno de mis favoritos, para plantearnos nuestra "convencional" escala de valores y las consecuencias de nuestras decisiones a través de un escalofriante y chispeante relato. Son varios los textos en clave de humor, como el mencionado de Bierce o el de Francis Bret Harte, "El hombre de Solano" que pone en el punto de mira a aquellos que creen que su condición social les libra de la inteligente manera de actuar de los demás.
No podía faltar en una antología de cuentos Antón Chèjov, grande entre los grandes, que en esta ocasión nos acerca al mundo de las influencias sociales con "Las damas".
La crítica hacia el poder y los poderosos son tratados por Kafka y Herman Melville. A Kafka no le haría justicia si pretendiera interpretarlo, lúcido y actual desde una cortísima metáfora medieval. Me remito, por tanto, al texto. "Pareciera que se ha descuidado bastante el sistema de defensa de nuestro país. Hemos dejado de preocuparnos por este asunto, concentrándonos en las tareas de la vida cotidiana; pero los hechos que están ocurriendo últimamente comienzan a inquietarnos [...]. Dialogar con los nómadas es imposible [...]. Nuestra forma de vida y nuestras instituciones les son incomprensibles, y ni siquiera tratan de entenderlas [...]. ¿Qué sucederá? nos preguntamos. ¿Cuánto más podremos aguantar esta carga y este tormento? se trata de algún malentendido y ese malentendido será nuestra ruina". Por otro lado, Herman Melville en "El vendedor de pararrayos" nos aproxima al mundo de la manipulación.
Algunos reflexionan sobre el sentido de la vida, como Leopardi con "Diálogo entre un vendedor de almanaques y un transeúnte" o Stevenson con "La piedra de la verdad". Otros, sobre la muerte, como Jack London en el conmovedor relato "La ley de la vida".
Hay también un espacio para meditar sobre la caprichosa condición humana y sus terribles consecuencias. A ella nos llevan Guy de Maupassant con el cruel "Pierrot" y el popular cuento "El ruiseñor y la rosa" de Oscar Wilde, obra que comparte con Mark Twain, autor de "El cuento californiano", el contrapunto de la solidaridad y el amor ante el dolor ajeno.
Por último, Auguste Villiers de L'Isle Adam, escritor de los "Cuentos crueles" y "Nuevos cuentos crueles", nos sobrecoge con uno de los relatos más duros y mejor resueltos, "La tortura de la esperanza".
Además, el encuentro con el editor literario, Maximiliano Tomas, es también muy interesante, con un prólogo imprescindible. Corto y por tanto, dos veces bueno, es una excusa más para no perderse este libro. Hablando de los porqués de su publicación afirma que lo decidió entre otras razones por: "Una idea que no es nueva pero que quizá sea, en el mundo de hoy, urgente: pensar la lectura como acto de resistencia [...] desde los primeros tiempos históricos, los detentores del poder, político, económico, cultural, se desvelaron por oponer barreras, políticas, económicas, culturales, entre el gran público y el conocimiento. De este modo se sucedió por siglos la propiedad privada del saber y, por tanto, del poder (porque poder conocer es poder hacer, que es poder cambiar)". Difícilmente se puede justificar mejor la necesidad de la lectura.
Se aportan además notas biográficas y bibliográficas de los autores que nos informan e invitan a más conocimiento, a nuevos campos, a otros libros...
Es por tanto, un completo. Un buen libro también para regalar, ya que sería difícil que no gustara alguno de estos magníficos retratos del ser humano. Seguro que algún texto se acercará a nuestra sensibilidad para emocionarnos, o a nuestro pensamiento para cuestionar o reafirmar lo que creemos.
Respecto a dónde leerlos, oí decir una vez en la radio a un tertuliano petulante, que el metro, las consultas del dentista, o la cola del autobús, no eran lugares adecuados para llevar a cabo una buena lectura. Una "buena lectura" debía realizarse en paz, en un ambiente tranquilo, con la luz y la música de fondo apropiada para alimentar el alma. Lo pienso muchas veces cuando pelo patatas mientras escucho en línea alguna conferencia interesante pospuesta demasiadas veces por mi atareada vida doméstica.
Quizá ahora que se inicia el verano, podáis disfrutar estos cuentos escogidos para leer con prisa y en lugares cotidianamente insospechados, empáticos con aquellos que aprovechan los numerosos tiempos muertos de la metrópoli, como ellos y nosotros mismos merecemos: tranquilamente mecidos por el sonido del mar.