Fernando Gabriel Peña González, Fernando Peña, (no confundir con mi amigo, el escritor y periodista de origen cántabro Fernando Peña Charlón) nació en Montevideo (Urugay) el 31 de enero de 1963 a las 00:05 (como el mismo dice, "hora incómoda, día incómodo... inoportuno, como siempre) pero ha residido en Buenos Aires desde muy pequeño y siendo jovencito se nacionalizó argentino.
Fernando Peña llevó una de esas vidas destinadas a desarmar a los hipócritas, poner en su sitio a los fariseos y, en definitiva, sembrar el escándalo. Digo "vida destinada" cuando a él no le faltaban ni la consciencia ni la inteligencia pero quizá eso agudiza aún más la capacidad de abrir heridas en el ojo de quien no quiere ver, casi sin que uno se lo proponga.
Fernando era marica, puto como dicen en su tierra, así, sin arreglitos. Sin la tranquilidad médica de definirse "homosexual", ni la marca de empresa "gay". Además, era sidoso y eso ya es el colmo. Su mala leche, hecha coherencia, le impidió mentir en los papeles de inmigración y ya nunca más pudo viajar a Estados Unidos por declararse portador del VIH. Eso, después de haber pasado años trabajando para Eastern Airlines.
Yo no sabía de la existencia de Fernando Peña hasta que murió en Buenos Aires el pasado 17 de junio. Bueno, algo sí sabía porque una canción de mi adorada Liliana Felipe, "Muchacho", comienza diciendo, "para Fernando Peña, de su eterna enamorada". Pero ahí me quedé, después de comentar, divertido, la coincidencia en nombre y apellido con mi amigo, su tocayo.
Siempre que visito otros países me gusta ver las televisiones locales, en este caso con el aliciente de que podía entender lo que decía, y en un momento de descanso en el hotel de Córdoba (Argentina) me tope con su cara y la noticia de su fallecimiento. Ahí es donde se produjo el golpe de luz y relacioné la canción de Liliana con ese hombre, de palabra ligera y mirada viva, que no hacía más que aparecer por todos los canales en entrevistas y programas de homenaje.
No deja de ser un gesto de eso que se llama justicia poética que yo le fuera a poner cara, y me enterara de su muerte, en Córdoba "la Docta", la ciudad donde desaparecieron, asesinados por la horrible represión de los milicos, la hermana y el cuñado de Liliana. Córdoba, donde yo sólo he encontrado amistad y buenos momentos de intercambios y trabajo. La ciudad en la que los obreros y los estudiantes hicieron su mayo en 1969 ("El Cordobazo) para soñar un mundo mejor. La misma en la que se montó el campo de internamiento de "la Perla", ahora devuelto a la sociedad civil para crear un museo del recuerdo. Esa Córdoba de los torturadores, donde algunos siguen intentando -aunque sin éxito- la impunidad, es también la que en 1918 vio como se alzaban los estudiantes para lograr la modernización de la enseñanza. Córdoba, con la universidad más antigua de Argentina, con sus contradicciones, sus hermosas iglesias, sus edificios jesuíticos patrimonio de la humanidad, su Biblioteca Popular Bella Vista, su campo, su sierra, sus lagos...Para mí, ya sólo puede ser otro lugar del mundo en el que viven amigos. Es decir, una parte de mi paisaje.
Pero volvamos a nuestro protagonista. Nada más llegar a mi Buenos Aires querido (Perdonáme Silvia Fois, pero tomé prestada tu coletilla para siempre) me encontré con un libro suyo en el escaparate de una librería, Gracias por volar conmigo, y entré a comprarlo. También nos topamos, Elena Cob y yo, paseando por la Avenida Corrientes, con el Teatro en el que estaba representando una obra justo antes de morir. Algunas personas habían pegado cartas de despedida en los cristales de la entrada, junto a los carteles.
No me leí el libro mientras estaba en Baires. Con tanto ir y venir por calles, museos, teatros, cafés, librerías y restaurantes llegaba al hotel bastante cansado. Los ratos de lectura se los dediqué a Mario Denevi y a una antología de cuentos, La joven guardia: nueva literatura argentina (Verticales de bolsillo, 2009, ISBN 978-84-92421-57-2), que me había traído de España.
Así que me deje a Fernando Peña en el equipaje de mano, reservado para el viaje de regreso. Le tengo que agradecer haberme hecho ese periplo (13 horas de avión desde Santiago de Chile, más dos horas previas desde Buenos Aires a Santiago, más las horas en los aeropuertos de las dos ciudades) mucho más llevadero. Gracias a su humor pude olvidarme de que viajaba encajado en esas butacas de clase turista que parecen haber sido diseñadas por el mismo Mengele. En muchos momentos hasta me reía en alto sin poder evitarlo.
Gracias por volar conmigo son unas memorias que comienzan con la fascinación de un niño por los aviones. Un niño rarito, que se convertirá en ese jovencito alto, guapo, de ojos claros, que sabía cómo encantar a la gente y que enseguida aprendió a ligar. En él iban juntas las ganas de volar (también en aviones), de conocer otros países, de enamorarse y de vivir su propia vida.
Es un libro, ya digo, ideal para visitar aeropuertos, en escala, y atravesar océanos, en avión, pero seguro que también se puede disfrutar en casa o en el metro. Al terminarlo, uno siente muchísima pena de que el autor y protagonista ya no esté aquí para que siga haciéndonos reír, y pensar, con sus ocurrencias y sus personajes inventados. Menos mal que hay material grabado y nos queda este libro. Por cierto, Gracias por volar conmigo está publicado en DeBolsillo en Argentina. Eso quiere decir, que ahora mismo no se encuentra en los escaparates españoles pero, siempre puede usted encargarlo en su librería de cabecera. ¡Necesitamos una corriente más fluida entre España y América latina para que nos lleguen más cosas de lo que se publica allá!
Antes de despedirme quiero dejar la letra de la canción de Liliana (dentro del disco "Tan Chidos: canciones para cabaret") como un pequeño homenaje a nuestro protagonista:
Muchacho
"Para Fernando Peña"
Tu cuerpo es la llave del mundo
Si te sientas se sienta el paisaje
Si te ríes me río contigo
Y te llevo conmigo.
Tu cuerpo y el de la retama
Se renuevan como el ave Fénix,
Alimentas el suelo en que creces
Y aparte floreces.
El mundo decente no puede con vos
No puede bajarte el bretel ni la voz.
Me chupan un huevo y el otro más luego
Y el otro para el año nuevo.
Tus brazos repletos de flores
Y en tus ojos la luz de emergencia
Los soretes alados que brotan de tu inteligencia.
Como si viviéramos juntos
Necesito mirarme en tus ojos
Y abrazada a tu panza
Cantar para todos los putos.