Nunca he sido yo muy de Juegos Olímpicos aunque me puedan atrapar esas imágenes de cuerpos poderosos desafiando las leyes de la física.
Ahora bien, el hecho de que este año 2014 las Olimpiadas de Invierno se celebren en un país que acaba de prohibir cualquier manifestación pública de apoyo a los derechos de su población LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales) ha favorecido que esté más pendiente del evento. Con una crueldad propia de un régimen totalitario y paranoico llevábamos tiempo viendo cómo la policía de Putin atacaba a hombres y mujeres que exigían su derecho a poder llevar una vida digna. En Rusia, ahora mismo, celebrar el Orgullo Gay tiene la misma respuesta policial que intentar poner un coche bomba. También se ha difundido por todo el mundo el juego sucio del "nacionalputinismo" para alentar el odio de la población contra todos los diferentes: lesbianas, inmigrantes, gays o minorías étnicas.
Cuando se forma parte de alguna de esas minorías atacadas es muy duro ver como la vida sigue sin que el escarnio, la humillación y la violencia, ejercidos de forma injusta sobre personas inocentes, pesen lo más mínimo. O pesen muy poco. Ahí están los Juegos Olímpicos de Sochi, celebrándose sin mayores contratiempos. Es verdad que algunos altos mandatarios no han ido a la inauguración y hemos visto gestos solidarios, como los guantes con arco iris de la atleta holandesa Cheryl Maas. Los Canadienses están siendo especialmente activos en la denuncia de la homofobia que envuelve a estos Juegos. Un buen ejemplo es el vídeo del Canadian Institute of Diversity and Inclusion que se puede ver en la foto del inicio.
Para nosotros es relativamente fácil no dramatizar. Hoy en día, los habitantes de algunos países (en cualquier caso una minoría a escala mundial) podemos expresar nuestra orientación sexual sin tener que sufrir consecuencias penales. En unos pocos estados hasta podemos elegir casarnos y gozar de los mismos derechos que otras parejas o familias. Sigue habiendo energúmenos, se pueden recibir insultos, o incluso agresiones físicas, pero en nuestro país la ley asiste a las víctimas y la sociedad, en general, tiene conciencia de que no se puede atacar a las personas porque se enamoren o tengan sexo con quien ellas quieran.
Pero esa protección frente al odio se disfruta en algunos lugares (sin que sea la norma mundial) y, además, no ha sido siempre así. De hecho, yo mismo crecí en una España con un clima social radicalmente contrario a las relaciones entre personas del mismo sexo. Cuando yo era niño, y durante mi adolescencia y juventud, ser homosexual (maricón, tortillera, marimacho, bujarrón, marica...) era un estigma. Nada le podía salvar a uno del insulto y la condena social. Por no hablar de penas mayores.
En aquella época, la literatura (también el arte) se convirtió en un refugio. Gran parte de la reconstrucción que tuve que hacer de mi pisoteada autoestima se vio favorecida por los libros, las películas y las canciones que mostraban otra forma de vivir.
¿Cómo olvidar el efecto que me hizo tener a Oscar Wilde como aliado? Sí, en su tiempo sufrió cárcel y escarnio pero sus libros se seguían editando y leyendo. Era reconocido como un gran artista. ¡Y era homosexual! Recuerdo una fase de mi primera juventud buscando en las estanterías escritores "que entendían". Saber ese detalle de su biografía hacía que mi interés se convirtiera en obsesión por leer su obra y buscar otros mundos posibles. Los poemas de Cernuda y Gil de Biedma me ayudaron muchísimo. Lo mismo que Mishima, Proust, Carson McCullers, Genet, Copi, Manuel Puig, Sarduy, Virginia Woolf... Sus obras me siguen interesando, pero entonces tenían el valor añadido de que estuvieran escritas por personas que rompían la norma hetero-patriarcal que me asfixiaba.
Una novela que tuvo un efecto muy especial fue Maurice de Foster. En ella no sólo se presenta una relación entre dos hombres en la que se traspasan las diferencias de clase y se ensalza el placer homoerótico, sino que planteaba un final con el triunfo del amor y los protagonistas encontraban un refugio para vivir juntos su amor (es verdad que alejados de la sociedad).
Algo parecido me ocurrió con la película Confidencias de Visconti, con el añadido de que fue el primer desnudo masculino (de espaldas eso sí) que veía en el cine. ¡Y Burt Lancaster curando las heridas de Helmut Berger!
David Bowie y Lou Reed me siguen gustando pero entonces su estética andrógina, sus romances homosexuales y su bisexualidad militante eran un bálsamo y una inyección de optimismo.
También recuerdo lo que supuso la lectura de una recopilación de ensayos, El Homosexual ante la sociedad enferma, cuyo título dejaba bien claro que el problema no era mío, aunque en aquel momento la ley, la familia, el colegio, y los mass media parecieran estar conjurados contra mi manera de sentir.
Por eso sigo creyendo en las bibliotecas públicas, porque, entre otras cosas, pueden ofrecer el consuelo de la lectura y ayudar a crear hábitos lectores para que cada quien viaje a dónde más le apetezca. Para que podamos ser un poco más dueños de nuestras vidas.
No puedo dejar de pensar en los niños, adolescentes y jóvenes de Rusia, y de tantos otros países, en los que ser como eres, y amar sin ocultarte, puede costarte la vida o la cárcel o el ostracismo y muchísimo sufrimiento. Pienso en ellos sabiendo que es muy fácil retroceder en cualquier logro para quienes ahora estamos a salvo de todo eso. Estos días lo estamos viviendo en España con la reforma de la Ley del Aborto y el intento de convertir a las mujeres en seres incapaces, que no pueden decidir sobre su cuerpo y su deseo de ser o no madres. Los derechos se han conquistado con muchas luchas y muchos sufrimientos. Defenderlos, y ayudar a que se universalicen, es una obligación. Pero, en medio de todo, lo que siempre vamos a necesitar es arte, música y literatura que nos permitan subir unos metros sobre el nivel de cretinismo "nacional-patriarcal" (con o sin vodka).