Gema Palacios: Compañeros del crimen. Paralelo, Colección Phnom Penh
En el post anterior hablábamos del placer de leer a los escritores jóvenes, en referencia a Munir y a sus Pistoleros del eclipse. Ahora volvemos con una autora aún más joven, y además, poeta (o poetisa, como prefieran, que ambas gozan del beneplácito real de la Academia). Por lo tanto, al menos para quien esto escribe, el placer es mayor por tratarse del género literario por excelencia, al decir de los auténticos expertos.
Si empezamos diciendo que Gema Palacios promete ser la poeta que se vislumbra en esta su segunda obra (su primera, Morada y Plata, Ebediziones, 2013), estamos cayendo en una obviedad, pero no tanto si afirmamos, porque así lo creemos de veras, que este vislumbramiento lo es de una buena, incluso, una gran escritora de poesía (o poeta, o poetisa).
Podemos sostener la afirmación anterior en aspectos de su poética, en especial, de sus licencias y formas, pero eso, siendo fundamental en cualquier obra literaria que se precie, tal vez no sea lo más relevante. Sí podemos reseñar una innovación formal, que no es, a nuestro precario juicio, sino un guiño metaliterario a los amantes de lo más posmoderno que la propia posmodernidad: la acuñación de un neologismo que -quién sabe- podría devenir con el tiempo en figura poética consolidada, a saber, el endecapétalo, término que da título a uno de sus poemas:
soy la noche que va rompiendo flores
y busca chocolate en la nevera
el pétalo que anhela ser
mordido
la flor que se convierte en otra
cosa
la cosa que orquesta en un
estruendo
la vida que se trunca por el
tallo [...]
Lo cual, no le impide hacer un uso magnífico del endecasílabo, del heptasílabo, del alejandrino, así como del hipérbaton, la metáfora, la analogía y otras licencias. Pues no creemos en el afán desmedido de reinventar nada, ni siquiera inventar, para escribir bien. A nuestra autora, desde luego, no le hace falta.
Con todo, como señalamos, no es acaso esto lo más pertinente de la poesía de Gema Palacios, en nuestra opinión, desde luego. Lo que al menos más sorprende a quien esto comenta es la facultad poderosa de la autora en expresar en lenguaje poético profundas sensaciones, sentimientos, emociones, sin concesión alguna a tópicos o a academicismos estériles. No nos resistimos a dejar aquí constancia de algunos versos que nos parecen ejemplares por su belleza y significado poético:
late una espina entre pájaros insomnes (De Quién miente)
por tus ojos azules desfila el universo (De Complicaciones del parto)
no tengo más silencios para darte
mis poros tal vez mi identidad
dueños callados del placer oblicuo (De Placer oblicuo)
O éstos, de indudable sabor nerudiano, en los cuales la autora pone a prueba lo que Jauralde Pou denomina "sintaxis semántica renovada", cuyo resultado es, en palabras del propio Jauralde, "poético: se logra la expresión renovada" [http://hanganadolosmalos.blogspot.com.es/2014/02/la-complicidad-con-gema.html]:
me gusta cuando callas porque tus ojos tampoco
detesto tu voz imaginada(De Rumor de títeres)
Pues Neruda, Valente, Bataille, Edmundo de Ory, Pizarnik sobre todo, son, entre otros, los hombros donde Gema Palacios está encaramada. Y se nota.
Finalmente, nos hacemos eco de las palabras de Munir en el prólogo, para quien ésta "es una obra madura y cerrada. Un poemario en el que unas piezas dialogan con otras". Pero no tanto eco de estas otras: "[...] Gema Palacios ha reinventado la segunda persona del singular". Ciertamente, como decíamos, estamos ante una poeta cuya obra vislumbra alta poesía, para lo cual, insistimos, tampoco es preciso inventar ni reinventar nada. La segunda persona, y todas las personas del verbo, están tan reinventadas, que no requieren más. Como tampoco, dicho sea de paso, se requiere huir de las mayúsculas, ni de la gramática, para empezar a querer.