En estas páginas virtuales que ofrece Sinololeonolocreo no han dejado de aparecer cómics y algunas veces, no muchas, ensayos. La obra sobre la que quiero escribir hoy es un híbrido. Algo así como un ensayo en forma de cómic, escrito por alguien que no se las da de experto y que parece alardear de sus deficiencias. Porque una de las características de mi adorado Juanjo Sáez es explotar su aparente impericia para lograr hacer unos dibujos tan potentes que consiguen explicar lo que sea y hacernos sentir una gama de experiencias muy amplia.

En principio, uno puede tener la tentación de decir ante la obra de Juanjo: "Anda!, pero si eso lo dibuja mi hijo (sobrina, hermana pequeña, cualquier niño..., a elegir)". Curiosamente, es algo que también ocurre con buena parte del arte contemporáneo (¡y no digamos del actual!).

Por cierto, pequeña digresión, le he llamado Juanjo, como si le conociera, porque una de las cosas que me ocurren con sus cómics es que me parece que somos amigos, vecinos de toda la vida o conocidos con muchas conexiones. Meterme en sus viñetas es como hablar con un chaval del barrio (él vive en Barcelona y yo en Madrid pero nunca fue eso tan indiferente). Sus tiras dibujadas me parecen una conversación en cualquier terraza de Lavapiés, en un bar de La Latina o en un paseo por el Jardín Botánico, acompañado de mi novio y de alguna amistad, después de haber visto una exposición en el Reina.

Hay algo muy fresco en esa manera de dibujar, y escribir, como si se estuviera hablando, respetando titubeos (aquí tachones) e incluso errores (faltas de ortografía en el texto, que quedan tal cual). Vamos, que logra que sintamos que estamos escuchando hablar a alguien. Es lo mismo que me ocurre con las novelas de Manuel Puig o con las películas de Eric Rohmer. Me adentro en sus creaciones con el gozo de estar escuchando una buena conversación. ¡Y no me cansan!

Volvamos a la obra que os quiero comentar, El Arte: conversaciones imaginarias con mi madre, en donde a partir de materiales autobiográficos, una constante en su trabajo, Juanjo Sáez nos habla de la relación del arte moderno con su madre, con su abuela, con la vida, con la muerte, con el miedo y con el "subidón" que nos producen las cosas que nos gustan. A veces un poco repipi, impaciente y algo tirano otras, el autor hace entrar a su madre en conversaciones sobre cubismo, surrealismo, performance, descontextualización, museos, acciones... Y con ella visitamos todos esos términos sin perder la sonrisa aunque pueda congelársenos un poco ante la presencia de lo terrible.

Decía antes que Juanjo parece dibujar mal a propósito pero, en realidad, sus creaciones son muy efectivas. Con los recursos mínimos es capaz de meternos dentro de un coche, en un cine, en la atmósfera segura y un poco kitch del cuarto de estar familiar, en un paisaje con puesta de sol... En fin, que nos lleva a donde quiere y hace que nos identifiquemos con personas que él, así de chulito, dibuja sin cara.

Con sus textos pasa un poco lo mismo. Están escritos de una manera directa, con un leguaje coloquial, empleando giros que pueden resultar chocantes fuera de la comunicación oral, pero con los que sabe transmitir ideas profundas y mantener el interés.

Juanjo Sáez es muy fiel a sus fobias y algunas veces coinciden con las de uno, en esos casos te mueres de la risa, y en otras no, entonces te entran ganas de decirle, "¡¡Oye chaval!" y empezar una discusión con él.

¿Pero no es eso lo mejor de la lectura? Sentir que estamos discutiendo/conversando con un autor que se dirige sólo a nosotros. A veces nos regala el oído diciendo lo que esperamos y otras nos remueve con una salida inesperada. Eso sí, todo con mucho arte.