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No se necesita la lengua para el silencio

Javier Gimeno Perelló 8 de Agosto de 2014 a las 08:40 h

De la mano de su incondicional admirador, William Faulkner, la crítica ha considerado esta novela "continuación natural" de El niño perdido, aun habiendo sido escrita antes que ésta.

Nouvelle como aquélla, autobiografía "lírica" (Antonio Mochón: "Una ausencia planetaria"), el narrador, el propio Wolfe -así, en El niño perdido-, busca denodadamente la puerta que le abra paso a su lugar en el mundo, "una puerta que sólo había que abrir pero que nunca se abría, tan sólo una puerta, una puerta que nunca encontré".

 

Como en su otra espléndida novela, ésta se divide también en cuatro partes que, a diferencia de aquélla, son, tal como señala José Mª Guelbenzu, "centrífugas", pues "se abren a cuatro experiencias vitales en busca de la identidad y el destino".

En la primera, cuya acción se desarrolla con posterioridad en el tiempo a las narradas en las tres siguientes, un joven Thomas Wolfe trata de apaciguar su insoportable soledad conversando con un hombre afortunado pero igualmente solo, que sin embargo ha aprendido a olvidarse del dolor y permanecer ajeno a la realidad. El encuentro con Thomas le estimula. Éste, en cambio, siente inalcanzable el mundo que representa el millonario: "Crees que esa felicidad gloriosa que dan la fortuna, la fama y el triunfo será tuya de un momento a otro, que estás a punto de ocupar tu sitio entre los grandes hombres y las mujeres cariñosas... Todo eso allí... al alcance de una palabra, sólo tienes que pronunciarla. Apenas un muro, una puerta... sólo te falta saber dónde se encuentra."

En la segunda parte, el protagonista experimenta la vuelta a su casa familiar en busca de la memoria y de un paraíso que daba por perdido representado en una naturaleza idílica impecablemente descrita: "El viento nocturno nos azotaba con sus hombros fornidos, la oscuridad se movía en la casa como algo silencioso, palpable, un espíritu que respiraba en la casa de mi madre, un demonio y un amigo que me hablaba con su silenciosa e intolerable profecía de la fuga, del secreto y de la tormenta..."

La experiencia narrada en la tercera parte transcurre en Inglaterra, donde queda bien contrastada la seguridad y la confianza de un medio externo, un país ajeno en sí mismo y en su tradición, frente a la inseguridad de quien busca con ahínco su propia identidad. "Era una vida que me resultaba tan cercana que sentía que podía tocarla con mi mano y hacerla mía en cualquier momento. Era como si hubiera vuelto a una habitación que conocía desde antaño, como si me hubiera detenido por un instante sin ninguna duda o perturbación del alma delante de la puerta, seguro de que, en cuanto lo deseara, sólo tendría que hacer girar el pomo, empujar un poco y entrar en una vida que me pertenecía [...] Pero nunca encontré la puerta, ni hice girar el pomo [...] me separaba de ella una distancia que no podía recorrer, una palabra que no podía pronunciar".

La última experiencia es la paradoja del joven Thomas Wolfe en medio de la confusión provocada por la movilidad y la permanencia, representada en dos imágenes simbólicas: por un lado, un hombre que mira desde una ventana; por otro, los camiones que van y vienen por las rutas comerciales del país. Un Thomas Wolfe en permanente soliloquio a través de un tú apasionado. "Algunas cosas nunca cambiarán. Pega tu oído a la superficie de la tierra y recuerda que hay cosas que duran para siempre. Presta atención: porque nos hallamos en el deslumbrante cruce de tantas ideas, porque hemos visto tantas cosas que van y vienen, tantas palabras olvidadas, tantas famas que ardieron antes de desvanecerse; porque nuestros cerebros estaban doblegados y enfermos y enloquecidos por la prisa y el estrépito [...] Por eso perdimos la esperanza [...] Sabemos que el polvo de los amantes enterrados durará más que el polvo de las ciudades."

Publicada en dos partes en 1933 por la revista Scribner's, pasó prácticamente desapercibida, no siendo hasta 1961 cuando tuvo sus primeros reconocimientos al publicarse en una sola edición.

Thomas Wolfe. Una puerta que nunca encontré. Cáceres: Periférica, 2012

 

 

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