Desde que leyera La ciudad y los perros han pasado muchos años. Después vendrían otras lecturas de las obras de Vargas Llosa, entre ellas la magistral La fiesta del chivo; pero nunca -a pesar de haberlo intentado en otras ocasiones- conseguía encauzar la lectura de Conversación en la catedral, tal vez influido porque me evocaba la en ocasiones difícil lectura adolescente de nuestro bautizo con su literatura. Sin embargo, hace unos días conseguí enlazar una y otra página hasta llegar en relativo poco tiempo al lugar donde pone Fin.

Santiago Zavalita sale a buscar su perro que ha sido "secuestrado" por los encargados de la perrera. Allí se encontrará con Ambrosio, antiguo chófer de su padre. Se refugiarán en La Catedral, un bar no demasido chic, en el que ayudados por una cantidad considerable de cervezas, rememorarán tiempos pasados. Esta conversación se convertirá en una especie de paréntesis que abre y cierra una interminable cantidad de otras conversaciones entremezcladas, así como los tiempos en los que tienen lugar, para tejer la urdimbre maravillosa que encumbra esta novela. Los diferentes miembros de una familia limeña poderosa (la del propio Zavalita), los criados, sirvientes, matones, torturadores, el equivalente del Ministro de Interior o su directo subordinado, prostitutas, queridas, periodistas de diversos "géneros", los componentes de células comunistas universitarias, senadores y políticos, militares... son algunos de los protagonistas conversadores y/o los directamente aludidos. Como marco global Perú en el periodo de la dictadura del general Odría.

Nos hará pasearnos por Miraflores, acercarnos a los acantilados limeños cubiertos por la garúa, adentrarnos con destartalados vehículos por las tierras altas peruanas, sufrir de mal de altura en Arequipa rebelde, entrar en las habitaciones humildes de los sirvientes y viajar con ellos, trasladarnos constantemente de una casa a otra cada vez más escueta, acorde con la decadencia de quien cae de su gloria, en espacios donde se tortura y extrae información, en el habitáculo donde se reunen estudiantes constituidos en células clandestinas, en teatros de agitación multitudinaria, en antros apestosos, en redacciones de periódicos, en despachos de militares telefoneando a generales y senadores desrebelados, en burdeles, en la Universidad, en apartamentos exiguos y en mansiones.

Piensa, ah, Zavalita. Para hablarnos del deseo, de la venganza, de la pobreza, del sentido del honor, de la responsabilidad, del amor con tantas caras como enamorados, de desencuentros familiares, de la familia, de racismo, de los equilibrios políticos, de la dignidad, del afán de control, del poder, de las ideas que cambian, de la conspiración, de la manipulación, de la soberbia, del egoísmo, del orgullo, del sentido de casta, de la explotación, de la dependencia, de la subida a la gloria y la correspondiente caída, de -piensa- cuándo se había jodido el Perú... De todo lo que es humano.

Vargas Llosa reconoce que es la obra que más tiempo le ha llevado finalizar, con múltiples reescrituras. Salvando las distancias, a veces me recuerda a la excelente y por él alabada The wire.