El jerezano Juan Bonilla elabora en esta novela (Prohibido entrar sin pantalones) una semblanza de Vladimir Maiakovski. Excéntrico, narcisista, ególatra, arrogante, carismático, el que también fuera conocido como el poeta de la revolución bolchevique, logró convencer a sus próceres, a Lenin primero y después a Trotsky, de que el futurismo habría de convertirse en el Arte Oficial de la Revolución, o lo que es lo mismo, el futurismo sería arte revolucionario o no sería nada.
"[Somos] revolucionarios, el Arte es nuestra sola causa, eso quiere decir que queremos transformarlo todo en Arte... pues el Arte no es otra cosa que la expresión más concentrada y enérgica de la Vida, y Vida es precisamente lo que queremos crear".
Fueron años fecundos para el poeta, cuya vida pretendía ser consecuente con su discurso artístico. Así, convirtió su relación pasional con Lily Brik en una relación con fuerte contenido sadomasoquista, y la entrañable amistad con su marido, el crítico formalista Osip Brik, en uno de los triángulos amorosos de referencia en la historia de la literatura.
Vilipendiado por los sectores más ortodoxos del Partido Comunista, no dudó sin embargo en ganarse la confianza de Lenin para hacer de su poesía la principal expresión de arte revolucionario reconocido por el poder bolchevique. Pero quien fuera el jefe del Ejército Rojo y futuro sucesor de Lenin, Leon Trotsky, cuya cultura y preparación intelectual era para Maiakovski muy superior a la de cualquier dirigente, incluido el propio Lenin, utilizó a su antojo a los futuristas. Su sentido crítico contra la burocracia que comenzaba a invadir todas las esferas del poder soviético era reconocido por el poeta y su círculo más cercano. El fundador de la IV Internacional detestaba a los futuristas, salvo al propio Maiakovski, al que reconocía "una altura de intensidad poética superior a la de cualquier otro poeta de la época". A pesar de su antipatía por aquéllos, supo manejarlos y "lucir sus galas de gran crítico literario" en su conocido ensayo Literatura y revolución, donde les calificaba de jóvenes diletantes alegres y alocados de extracción burguesa o pequeño burguesa que sin embargo habían sabido romper con su pasado y hacerse un hueco en el bolchevismo. Tiempo después, cuando Stalin ya se perfilaba como gran jefe supremo del Partido Comunista, vale decir de toda la Unión Soviética, Trotsky no vaciló en apoyar y proteger a los futuristas contra sus perseguidores, la Asociación de Escritores Proletarios, a las órdenes de Stalin. No en vano, éste se vanagloriaba de su incultura, causa, entre muchas otras, del desprecio que le profesaban tanto Lenin como Trotsky.
Una vez muerto Lenin y definitivamente instalado Stalin en el poder, el futurismo y cualquier forma de disidencia cultural o política que cuestionara sus inquebrantables dogmas, y muy especialmente Trotsky y sus seguidores, fue cruenta e implacablemente exterminado.
"Así nos va, no podemos ir muy lejos con bibliotecarias como usted", le dice Maiakovski a una bibliotecaria de Leningrado cuando ésta se resiste a atenderle. La empleada, como tantos funcionarios de la URSS estalinista, obedece por miedo o por convicción, o por ambas cosas, las órdenes de sus superiores. Y Maiakovski es uno de los muchos proscritos por el régimen.
Ya está todo zanjado.
La barca del amor se estrelló contra la vida cotidiana.
Estoy en paz con la vida,
Y es inútil recordar
dolores,
desgracias
y ofensas mutuas.
Sigan felices.
Fueron las últimas palabras de su carta A todos de 12 de abril de 1930, dos días antes de suicidarse con una pistola española de un disparo en el corazón, "el lugar del futuro".
El gran valor literario de esta excelente novela, tal como señala Vargas Llosa (cuyo nombre es el galardón que premia la obra), es la capacidad del autor por crear un personaje aún más relevante que el propio protagonista: el mismo narrador. En efecto, la historia se nos presenta a modo de crónica contada por un biógrafo que se transforma a veces en el apasionado protagonista del propio relato para volver de nuevo a su papel de narrador objetivo sin que el lector apenas lo perciba. Como tampoco llega a percibir la formidable capacidad del autor en romper con asombrosa facilidad los esquemas más tradicionales de la novela, pasando con toda naturalidad de la poesía a las proclamas y manifiestos y de éstos a la pura descripción, al diálogo o al monólogo interior.
Para atenerse con la mayor exactitud a la biografía del poeta ruso y a los acontecimientos históricos de su época, Bonilla se ha valido de nueve estudios de su vida, de su obra y del movimiento futurista, además del mencionado ensayo de Trotsky, cuyas referencias incluye al final del libro. Tal como ha reconocido la crítica, esta novela no se desvía de la trayectoria vital y artística de Maiakovski. Su lectura amena y ligera con una prosa fluida y bien trabajada es un buen modo de conocer la dimensión humana, artística y política del poeta que llevó el futurismo, fundado en Italia por Marinetti, a la Unión Soviética.